El Día del Libro (y del peso)
Tenemos a la vista el Día del Libro y uno se preguntaría cómo lo celebrarán quienes nunca compran uno ni han tenido en las manos otro que no sea el de familia, si no viniera la estadística a embrollarlo todo. Resulta que en este país los librófobos, alcanzan la respetable (?) cifra de poco más del 50% de la población. Pero se da igualmente la circunstancia de que algo más de la mitad de los ciudadanos del país también padece de sobrepeso o gordura, lo que nos lleva a preguntarnos con no poco estupor si no guardarán relación ambos extremos. De probarse que el odio, el desprecio o cuando menos la indiferencia hacia los libros produce obesidad se habría ganado una gran batalla para la lectura. No quiero ni pensar adónde nos llevaría lo contrario, es decir, que no leer adelgaza.
Sólo que no parece fácil demostrar ninguna de las dos conjeturas. Para empezar, la coincidencia de porcentajes podría explicarse a las mil maravillas por el hecho de que la mitad de los lectores y la mitad de los no lectores son gordos. O flacos. Sin embargo, no es probable que esto ocurra, digo lo de la equiparación perfecta, porque si quienes leen se distinguen de quienes no lo hacen por muchas cosas -por ejemplo, el fenómeno de la vista cansada- no veo por qué una de ellas no podría ser el exceso de peso. Entonces nos hallaríamos frente a dos supuestos totalmente enfrentados. Uno situaría el mayor número de lectores entre los gordos, mientras que el otro supondría que quienes más leen son los flacos. A favor de la primera hipótesis militaría el hecho de la sedentariedad, porque generalmente se lee sentado; ahora bien, también se ve sentado la tele, que es el pasatiempo favorito de los no lectores, por lo persistirían las tablas de no darse cierta particularidad que inclina la balanza hacia los flacos. En efecto, la tele lleva al picoteo mientras que resulta muy difícil engullirse unos mejillones en escabeche a la par que se sostiene en la otra mano Ana Karenina, por no mencionar el mal gusto que supone mezclar a una heroína de su finura y clase con una ración de berberechos o un puñado de ganchitos al ketchup.
El deporte de sacarse pelotillas de la nariz podría achacarse a los dos bandos, como otros muchos, deportes digo, por ejemplo pedalear, remar o darle al treking por el Tíbet, ya que todos ellos pueden realizarse indistintamente ante la tele, ante un libro o ante ninguna de las dos cosas, lo que nos llevaría necesariamente a concluir que el deporte no influye directamente en la lectura. Craso error, porque no tiene en cuenta el tamaño de los libros. De acuerdo con él podría muy bien darse que los propensos al sobrepeso leyeran libros delgados mientras que los chupados lo fueran por leer tomazos y mamotretos dado que el mero hecho de sostenerlos ya supone un desgaste isométrico amén del que supondría transportarlos. Ergo el deporte podría influir y mucho en la lectura -y viceversa-, ya que la buena forma suele ayudar a levantar y llevar pesos aunque sean en forma de libro, por no mencionar que los deportistas tienden al récord, hecho que les impulsará a escoger de todas todas los libros más enormes y pesados.
Y así, a lo tonto a lo tonto, llegamos a los géneros. No parece lo mismo estar enfrascado constantemente en libros de gastronomía que en dramáticos informes sobre el hambre en el resto del mundo. De ahí que pueda sostenerse que, hablando de ficciones, siempre conllevará mayor desgaste físico la lectura de dramones que el solaz rosa. Y como de los 50.000 títulos que se publican al año en España -que esto sí que es un más que sobrepeso editorial- sólo un pequeño porcentaje entraría en el rango de los románticos y/o divertidos, podemos establecer sin lugar a dudas que hay más flacos entre los lectores que entre los no lectores. Y eso incluso después de haber introducido el coeficiente tamaño/género que nos habría llevado a corregir al alza con libro flaco el número de lectores con sobrepeso que se vieran obligados a leer tragedias o tratados de batracomiomaquia. Así que no lo dude, si quiere mantenerse en forma ponga un libro en su báscula. A menos que prefiera ponerlo en su plato.
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