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RAÍCES
Columna
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Aldabones

Aunque hacía ya 15 años que había presentado en el Salón su Hombre con la nariz rota, Rodín seguía siendo una especie de escayolista distinguido, que modelaba a destajo gárgolas y cariátides para el ensanche urbano de París. Con la amargura de sus amigos muertos en la represión de La Comuna modeló un soberbio canto a la derrota que guarda una semilla de revancha y lo llamó El Vencido. Alertado el gobierno francés, tras quitarle al vencido la espada de la mano le dieron la Medalla de Oro y fue universalmente celebrado como La Edad de Bronce. Y es que, en muchos talleres de artistas, a finales del XIX, el bronce entró en erupción, criando formas, cordilleras, aldabones para llamar a las puertas del siglo XX, incandescente y coral.

El cordobés Mateo Inurria montó un escándalo con lo primero que presentó en la Nacional de Bellas Artes, en 1890, un cuerpo extenuado titulado El náufrago. Ambos, Rodin e Inurria, quedaron hermanados por la calumnia. Las cofradías de los críticos de arte y maestros reposteros de academia concluyeron que ni los dedos podían poner tanta vida en la materia, ni el brote de las formas podía golpear de ese modo las conciencias. Ambos fueron acusados de modelar fraudulentamente, haciendo sus vaciados del natural.

No obstante, como hasta la administración francesa tiene sus fallos, un subsecretario lúcido, Turquet, le hizo a Rodin su primer encargo oficial, algo sobre la Divina comedia. Aquel invierno de 1880, con media vara de nieve en las calles, Rodin estuvo modelando la figura que debía coronar las Puertas del Infierno.

Con la ley de 9 de agosto estableciendo escuelas normales primarias gratuitas alimentó los hombros y su recogida fuerza. Del primer congreso obrero socialista sacó una sombría firmeza para el puño en el que hizo descansar una cabeza lastimada por la perplejidad. Aquello terminó por llamarse El pensador y debía guardar las puertas del infierno dantesco.

El siglo ya había llegado, y el cordobés Inurria presentó en la Exposición Nacional un colosal altorrelieve titulado La mina de carbón, que ganó la primera medalla, fue adquirido por el Estado español y luego, dicen las crónicas, 'destruido absurdamente en los depósitos del Museo de Arte Moderno'.

En París, otro subsecretario ordenó que bajaran El pensador del dintel de las puertas del infierno para llevarlo al patio de la Universidad de la Sorbona. Nada más bajarlo, en 1914, las puertas se abrieron y su fluido vesicular de cuerpos condenados, de odios fronterizos, su corriente verdioscura y biliar de crímenes enroscados cubrió los campos de Europa y se subió a los titulares de prensa como la Gran Guerra.

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Cuando acabó la Gran Guerra, la gente quedó harta de glorias militares, menos en España, donde Inurria triunfó en la Exposición de 1920 con el monumento al Gran Capitán, que siete años más tarde señoreaba el centro de Córdoba, caballo supremo, que hace pensar, aunque su función política fuera acallar con su relincho de gloria los ecos del desastre de Annual.

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