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Columna
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El euro paga los platos rotos

Los inversores han entrado en una nueva fase estratégica que les lleva a tener más presentes los resultados inmediatos de las empresas que las grandes cuestiones macrocoyunturales o de política monetaria. La cuestión, en estos momentos, es saber si las expectativas de beneficios de las sociedades corresponden con las previsiones o si, por el contrario, las decepcionan. Es una forma de entender el mercado a corto plazo, aunque siempre será conveniente intentar avanzar la tendencia.

Las bolsas europeas siguen mirando hacia Nueva York para marcar sus movimientos. De momento parece no importar demasiado que la Reserva Federal haya recortado 1,5 puntos los tipos de interés desde principios de año. Es una forma de depositar toda la confianza en el oficio de Alan Greenspan: ya volverá a abaratar el precio del dinero si la necesidad aprieta. Y casi seguro que eso será verdad. La incógnita reside en averiguar si el responsable de la política monetaria americana ha intervenido, cuando lo ha hecho, a tiempo o, por el contrario, si el perfil bajista del crecimiento se acelera y termina generando una recesión en toda regla.

El riesgo, en todo caso, está ahí. Los últimos datos parciales conocidos no son para tirar cohetes. Las ventas minoristas bajaron un 0,2% en marzo, después de haberse mantenido inalteradas en febrero, y frente a un aumento esperado del 0,1%. También el índice de confianza del consumidor, elaborado por la Universidad de Michigan, apunta en esa misma dirección: 87,8 puntos en abril frente a los 91,5 de marzo. Es decir, los ciudadanos estadounidenses mantienen sus cautelas -¿es necesario recordar los cada vez más frecuentes anuncios de despidos masivos por parte de las grandes compañías o que el índice de desempleo ha crecido al 4,3% en marzo?- y retraen su consumo. Una actitud que difícilmente permitirá reactivar el ritmo económico, toda vez que el consumo privado supone dos terceras partes del producto interior bruto de EE UU. Así, crecen las probabilidades de entrar en la fase del 'aterrizaje duro'. La Universidad de California en Los Ángeles dice en su último informe trimestral que las posibilidades de entrar en recesión son del 90%, frente al 60% de su estudio anterior elaborado en diciembre. Los expertos de la UCLA vaticinan un crecimiento negativo del -0,2% y del -0,7%, respectivamente, durante el segundo y tercer trimestre de este año, para terminar creciendo un ligero 0,1% al finalizar el ejercicio. Esas cifras contrastan con las previsiones presupuestarias del presidente Bush, que espera un aumento del 2,4% del PIB en 2001, aunque están más cercanas a otros análisis como el de la Reserva Federal de Chicago, que también ha advertido sobre el riesgo de recesión.

Los inversores deberían tener en cuenta esa posibilidad, ya que un enfriamiento excesivo tendría una negativa repercusión en las ventas y, consiguientemente, en el beneficio de las empresas. Éstas pretenden mantener sus márgenes operativos con despidos de plantilla, pero esa táctica, si se generaliza, puede convertirse en una bola de nieve que tire el consumo por los suelos y agrave la crisis. Los expertos comienzan a señalar que se está pasando de los despidos 'defensivos' (para adecuar la producción a una menor demanda registrada) a los 'ofensivos' (adelantarse con un recorte de plantilla a una previsible caída de los pedidos). Es un aviso.

Pero ese aviso no parece inquietar a Wim Duisenberg, presidente del Banco Central Europeo, que el miércoles pasado 'oyó pero no escuchó' a las múltiples voces -los institutos alemanes, la OCDE, el FMI, el Banco Mundial, etcétera-que reclaman un recorte de tipos para evitar que la economía de la zona euro se resienta de las menores expectativas de crecimiento que todos pronostican.

Si en EE UU piensa ahora que Greenspan se pasó elevando demasiado los tipos de interés el año anterior, Europa se interroga si Duisenberg no estará dejando pasar la oportunidad para evitar la crisis. El euro, de momento, es quien paga los platos rotos.

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