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Columna
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Fantasías inmobiliarias

Juan José Millás

No deja de ser curioso el éxito que tienen los suplementos de los periódicos dedicados a la vivienda. Nos gusta fantasear que compramos este piso, o aquel otro, pero también que vendemos el nuestro a un precio exorbitante. Un amigo mío tiene una fantasía recurrente, según la cual un día se presenta en su casa un señor que le ofrece 500 millones de pesetas por su piso de tres habitaciones y un cuarto de baño en Moratalaz.

-¿Pero cómo te va a dar alguien 500 millones por ese piso? -le pregunto yo.

-Pues porque en el solar donde se plantó este edificio vivió su abuelo. O porque su madre murió en el salón de esta casa antes de que me la vendieran a mí. Ahora ese hombre se ha hecho millonario y quiere tener mi piso de recuerdo.

-Estás loco -le digo.

-De hecho -añade él-, cuando me ofrece 500 millones, yo le pido 600 y no dice que no.

-¿Y qué haces tú con 600 millones de pesetas?

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-Me compro un piso de 60 e invierto el resto en plazas de garaje.

-¿Por qué en plazas de garaje?

Según mi amigo, las plazas de garaje son un valor seguro. Su sueño es tener cien o doscientas plazas de garaje repartidas por todo Madrid.

-Imagínate que tuviera 100 plazas de garaje -dice- de 10 metros cuadrados cada una. Diez por cien son mil. Mil metros cuadrados. Cien plazas de garaje equivalen a una parcela de mil metros cuadrados.

-Pero una parcela subterránea, un sótano. Me parece muy triste invertir en sótanos -le digo yo.

-Pues sé de un jugador del Real Madrid que tiene más de 500 plazas de garaje, todas en Madrid y alrededores.

-Qué pena de dinero. ¿No sería más bonito invertirlos en áticos?

-Los áticos tienen sus peligros. A mucha gente no les gustan porque en invierno hace frío y en verano calor. Además, los áticos, como el resto de los pisos, requieren mantenimiento. Una plaza de garaje, en cambio, se cuida sola.

He intentado que mi amigo invierta ese dinero fantástico obtenido con la venta irreal de su piso en otras cosas, pero no hay manera. Está enamorado de las plazas de garaje. De hecho, ya se ha comprado tres, cada una en una punta de Madrid. Los sábados va a visitarlas como el que visita una finca. El otro día me invitó a acompañarle y fui con él por curiosidad.

La primera plaza la tenía en Pozuelo, en un edificio de seis plantas recién construido. La puerta del garaje se abría con un mando a distancia. El garaje era enorme y estaba dispuesto en calles a cuyos lados se alineaban los coches. Las plazas estaban numeradas. La de mi amigo, un hueco oscuro situado entre un Renault Laguna y un Ford Escorpio, era la número 78. Le pregunté por qué no la había alquilado y dijo que le gustaba verla vacía y fumarse un cigarrillo dentro de ella. De hecho, me invitó a entrar y nos fumamos juntos un cigarrillo, de pie, entre el Ford Escorpio y el Laguna.

-Estaba pensando en tapiarla -dijo- y ponerle una puerta, pero la comunidad de vecinos no me deja.

Menos mal, pensé para mis adentros, pues comprendí que mi amigo, que tiene delirios de grandeza respecto a sus posesiones inmuebles, había convertido la humilde plaza en un apartamento de lujo.

La segunda plaza estaba en Carabanchel, también en un edificio muy alto de reciente construcción. Era la número 80.

-Quise comprar la 79, pero se me adelantó un indeseable.

Ésta era más grande. Cabían un coche y una moto. Y tenía en la pared unos hierros para colgar una bicicleta.

-Al mes de comprarla -me dijo-, ya me ofrecían por ella un 20% más de lo que me había costado. Es estupenda para una familia con un hijo adolescente.

Nos fumamos otro cigarrillo dentro de la posesión subterránea de mi amigo y me animó a que invirtiera en plazas de garaje, pero yo le dije que me parecía un negocio triste, aunque rentable evidentemente. No fui a ver la tercera, que estaba en Boadilla, porque se me hizo tarde, pero desde ese día miro el suplemento inmobiliario de este periódico con más respeto. Comprendo que es mucho más que un suplemento inmobiliario: es una fuente inagotable de fantasías económicas. El que no se divierte es porque no quiere.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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