_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El avestruz

Dicen que este bicho, cuando se aproxima un peligro, oculta la cabeza bajo el ala y espera confiadamente a que pase la tormenta. Como es natural, casi siempre termina en las fauces de algún depredador o en la carta de un restaurante. Será por eso que lo de las vacas locas no está afectando a los ciudadanos carnívoros tanto como se creía. Pues bien, últimamente me encuentro con actitudes de avestruz en casi todo lo dedicado a la educación. Un día leo con estupefacción que un informe elaborado por las universidades de Valencia, Alicante y Jaume I afirma que el 92% de sus graduados 'ha trabajado'. Otro día se presenta un anteproyecto de ley de Consejos sociales que marcará la pauta, se supone, de lo que finalmente se apruebe para toda España. Poco después me entero de que 22 ministros de Educación de la OEI se reúnen en Valencia para acordar y debatir programas de cooperación. Todo esto es estupendo porque demuestra que tirios y troyanos están de acuerdo en que la Comunidad Valenciana, educativamente, va viento en popa. De lo contrario, ni tendríamos unos porcentajes de ocupación laboral que hacen palidecer de envidia a cualquier país ni seríamos el faro que alumbra a nuestro Congreso de los Diputados ni la luminaria que marca las pautas educativas en la Comunidad Iberoamericana. Pues qué bien.

No quisiera ser el eterno aguafiestas. Debo apuntar, eso sí, algunas perplejidades. Primera perplejidad: una cosa es trabajar y otra, haber trabajado. Si una noticia de agencia recogiese las declaraciones del primer ministro de Bangla Desh o de Burkina Faso desmintiendo categóricamente que en su país haya hambre y miseria porque un estudio concienzudo demuestra que los ciudadanos 'han comido', sin duda nos indignaríamos. La cuestión es estar comiendo, no haber comido, y, además, importa cuánto se cóme y qué se come. Pero al susodicho informe todo esto no parece preocuparle. ¡Por favor! Yo no digo que las universidades tengan la culpa, pero es del dominio común (y resulta fácilmente demostrable) que una gran parte de nuestros licenciados no han encontrado trabajos adecuados a la preparación que recibieron. Que hayan disfrutado de algún contratillo basura en la Hostelería tal vez les resuelva los pequeños gastos personales, pero no arregla las cosas. Y pensándolo bien: algo de culpa, aunque no toda, sí que la tienen (tenemos) las universidades.

Cualquiera que eche un vistazo a las titulaciones ofertadas y a los planes de estudios se dará cuenta en seguida de que tienen muy poco que ver con el mundo del trabajo en el siglo XXI. Desgraciadamente nada se está haciendo para modificar esta situación, ni desde dentro ni desde fuera: desde dentro todo son trabas burocráticas, intereses corporativos y, en ocasiones, un absentismo descarado. Desde fuera, ahora vamos a eso.

Segunda perplejidad. Se supone que la nueva ley de Consejos Sociales va a poner coto a una autonomía universitaria mal entendida, que no ha sido capaz de responder a las verdaderas necesidades de la sociedad valenciana. A partir de ahora habrá una planificación mejor de las inversiones, un control estricto del gasto público y una estructuración racional de las titulaciones. Respiramos aliviados. Lo malo es que estos buenos propósitos emanan de unas instancias que hasta el momento se han preocupado por torpedear la racionalización de la oferta educativa y el control del gasto. Nadie entiende que la puesta en marcha de nuevos estudios universitarios en la Comunidad Valenciana haya sido frenada sistemáticamente por la Administración, con una racanería absurda que obliga a nuestros estudiantes a emigrar a otros distritos. Uno puede estar de acuerdo o no con la conveniencia de practicar una política de liberalizaciones. Pero que los que defienden la desregulación del sector eléctrico, los que sacan a Bolsa las empresas públicas rentables y los que no ponen trabas a la deglución del pequeño comercio por las grandes superficies hilen tan fino a la hora de implantar tal o tal titulillo académico es, cuanto menos, curioso. Luego se sorprenderán de que las universidades vean el anteproyecto de ley de Consejos Sociales como un intento de controlarlas más que como una expresión de la demanda social por adecuarlas a los nuevos tiempos. Porque la demanda social existe y es justa: los ciudadanos piensan que la nueva casta de licenciados universitarios en paro crónico que se está creando es una desgracia que el país no puede permitirse. Lamentablemente, y a lo visto hasta ahora me remito, no tengo nada claro que no les vayan a tomar el pelo otra vez.

Tercera perplejidad. Me imagino que cuando un país se ofrece a ser sede de algo es porque representa una posición puntera en el dominio en cuestión. Por eso, la cumbre económica de Davos se celebró en Suiza y no en Mauritania, pongo por caso. Y ahora escuchen el programa de los temas que se debaten en Valencia en la Conferencia Iberoamericana de Educación: Experiencias Innovadoras en Educación para el trabajo en los países andinos; Proyecto Integral para la Escuela Media en Mercosur; Procesos de Integración Regional. Muy bien. La pregunta que me hago es qué pasará cuando los participantes descubran, junto a las delicias del Mediterráneo y de la paella, cosas como éstas: que pese a haber surgido en Valencia el único foco español interesado en las lenguas y las culturas andinas, está prácticamente cerrado porque los obstáculos que sistemáticamente se le han puesto han ido abortando todas las iniciativas; que la enseñanza media está aquí por los suelos, con un elevadísimo porcentaje de bajas por depresión en el profesorado, una conflictividad que convierte algunos institutos de Valencia y de Alicante en tristes émulos del de Ceuta y un desánimo generalizado entre los nuevos profesores porque las plazas, largo tiempo solicitadas, ni se han convocado ni llevan camino de serlo; que la cooperación educativa con las comunidades vecinas es escasa y con las que hablan idiomas peligrosos llega a ser nula.

Así son las cosas. Ya sé que estos eventos (en este caso la Conferencia Iberoamericana de Educación) pasan pronto y que aquí nos quedaremos como estábamos, sin iberoamericanos y tan apenas con educación. Pero me rebelo ante la idea. Me rebelo porque no es verdad que la Comunidad tenga por qué seguir anclada en ese desánimo meninfotista que, al parecer, se da por supuesto. Aquí hay recursos humanos, culturales y económicos suficientes para merecernos ocupar un papel destacado en el horizonte educativo (también en otros) español. Lo malo es que, de seguir así, haciendo la política del avestruz, llegará otra conferencia y tendremos que llevarnos a los asistentes a que vean Terra Mítica o la Valltorta, cualquier cosa menos la realidad educativa del anfitrión. Bueno, por lo menos que les sirvan fiambre de pechuga de avestruz en el buffet del desayuno.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. angel.lopez@uv.es

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_