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Columna
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Víctimas sin victimarios

La OCDE, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos, es un organismo creado en 1961 con el fin de asesorar a los 29 países que la componen, los más ricos del mundo. Para ello cuenta en nómina con un amplio plantel de economistas que elaboran periódicamente análisis y propuestas. En realidad, las propuestas que plantea la OCDE son siempre las mismas: flexibilizar, desregular, reducir o privatizar todo aquello que se asemeje a un sistema público de solidaridad. De ahí lo acertado de la crítica que de este organismo hace Joaquín Estefanía, considerándolo cada vez más una mera oficina de propaganda al servicio de las políticas neoliberales. En este sentido, es paradigmática la forma en que la OCDE explica las causas del paro en uno de sus documentos más relevantes: 'El paro estructural aparece cuando existe un desfase entre las presiones a las que las economías se ven sometidas para adaptarse al cambio y la capacidad de estas últimas para responder'. Ya está. Así de sencillo. ¿Qué provoca esas presiones? La tecnología, la globalización y la competencia. Que nadie busque motivaciones extrínsecas a todo esto.

El paro aparece simplemente porque hay cosas que ocurren: cambia la tecnología, se globaliza la economía y se endurece la competencia. Son cosas que pasan. Cataclismos comparables a los terremotos, las inundaciones o las sequías. Nada se puede hacer para evitarlos. Es esta una característica siempre presente en los análisis tecnocráticos de la realidad económica y social. Son los avances tecnológicos los que producen redistribuciones productivas que afectan al mercado de trabajo. Son las empresas las que, dotadas de pronto de una sorprendente capacidad locomotora, se desplazan hacia países donde el trabajo sea más barato. No vemos por ningún lado cálculos o decisiones, diálogos o confrontación de proyectos, alternativas o imposiciones. Las innovaciones tecnológicas y organizativas, que modifican radicalmente el proceso de trabajo y provocan paro y precarización del empleo, son presentadas no como la puesta en juego de estrategias que enfrentan a empresarios y trabajadores sino como una consecuencia de la globalización, término que evoca un proceso histórico inevitable. Son fenómenos aparentemente objetivos y autónomos (es decir, independientes de la voluntad y la intención humanas) los que están en el origen del paro y la precariedad; procesos ante los que sólo cabe la adaptación, es decir, el sometimiento a sus reglas de desarrollo.

Si el paro fuese un crimen y el empleo la víctima, se trataría de la primera víctima sin victimario. Sin cambiar sustancialmente el estilo de expresión de la OCDE y de otras agencias tecnocráticas similares a ésta, podíamos explicar así el asesinato de una persona: 'La herida mortal aparece cuando existe un desfase entre las presiones a las que el cuerpo humano se ve sometido para adaptarse al cambio (el proyectil disparado) y la capacidad de éste para responder al impacto'. O las heridas sufridas por una mujer agredida: 'La fractura aparece cuando existe un desfase entre las presiones a las que el brazo se ve sometido para adaptarse al cambio (una repentina y extremada torsión) y su capacidad para responder al brusco movimiento'. En todos los casos, se trata simplemente de una sucesión de acciones, de un proceso reducible a sus aspectos físicos o técnicos; en cualquier caso, un proceso objetivo. No hay responsables.

El discurso neoliberal intenta naturalizar la existencia del paro y la precarización del empleo construyendo una sociodicea de los privilegiados que funciona como una auténtica teodicea que explica todos los fracasos y sufrimientos que el turbocapitalismo genera: en el caso de la teodicea se dirá que 'es la voluntad de Dios', en la sociodicea neoliberal nos dirán que 'es el funcionamiento del mercado'. Las víctimas de hoy son un coste no querido, imprescindibles, eso sí, para que cuadren las cuentas. Y mañana dios proveerá... más de lo mismo.

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