Actividad de riesgo
El diario Abc se hace eco en su edición del domingo de la 'violencia, amenazas, pintadas y extorsiones de todo tipo que convierten a los ciudadanos vascos en oyentes clandestinos de Radio Nacional', asunto del que se ocupó el pasado jueves Manuel Antonio Rico, director del programa 24 horas, ante los micrófonos de la citada emisora. Por eso, el diario monárquico titulaba en la página 78: 'Escuchar Radio Nacional de España, actividad de riesgo en el País Vasco'. Que esto suceda es detestable aunque no sea la primera vez que ocurre, y quienes vivimos en Madrid hasta el final de la guerra recordamos bien las precauciones que los oyentes de esa emisora debían guardar para evitarse problemas. Su escucha era considerada entonces por las autoridades un acto de deslealtad y equivalía a ser tomado por colaborador de la quinta columna.
Pero abandonemos esas situaciones excepcionales por completo indeseables y hagamos la prueba de la escucha aquí, a 400 kilómetros de distancia, donde el citado titular periodístico sigue siendo verdad. Reconozcamos sin ambages que fuera del País Vasco también es una actividad de riesgo escuchar Radio Nacional de España, en especial algunos de sus programas de debate que, por su carga de sectarismo partidista, tienen índices de toxicidad peligrosa. Hay que establecer un sistema de alerta temprana contra la contaminación como el ideado para la puesta en marcha de la Política Exterior y de Seguridad Común. Es urgente proceder a la reedición de aquel Manual de autoprotección contra la manipulación comunicativa publicado por la editorial Gustavo Gili de Barcelona.
Denunciaban los del PP cuando estaban en la oposición la instrumentalización indecente que los gobiernos del PSOE hacían de los medios de comunicación públicos pero, una vez que esos medios han pasado a sus manos, todo ha sido coser y cantar hasta alcanzar nuevas e insólitas marcas, verdaderos hitos históricos admirables. La impronta dejada por Miguel Ángel Rodríguez -ese gran novelista de Valladolid retenido todavía en las tareas de mayor riesgo y fatiga para perjuicio de la literatura de ficción- parece indeleble. Sus listas negras también. Sólo se acepta en los micrófonos de la que debiera ser radio de todos la sumisión y la única disputa es la que sostienen quienes pujan esforzadamente para ganar en méritos mostrándose más adictos que los demás. ¿Imagina alguien que gentes tan indiscutibles como José Pedro Pérez-Llorca, Darío Valcárcel, José Juan González Chavarri, Carmen Conde, Jesús Sancho Rof y tantos otros, o sus equivalentes retoños, pudieran en nuestros días tener entrada por ejemplo en las tertulias de la Casa de la Radio?
Pero vengamos a TVE que acaba de anotarse una canasta, de esas de tres puntos, con el programa Galicia año 2000. Se trata de una producción propia con cargo al contribuyente -cualquiera que fuera su raza, religión, autonomía, o color político- que compendiaba las expectativas de desarrollo de la mencionada nacionalidad de referencia. Pues bien, resulta que el programa es de tal factura, encierra tantos aciertos, se atiene a tales parámetros de neutralidad multidireccional, marca indeleble de la casa González Ferrari, que ha bastado ponerle un nuevo título -Diez años de gobierno de Fraga- y proceder a un cambio de carátula, sustituyendo la originaria de TVE por otra nueva de la Xunta, para que se haya podido empaquetar sin más como promoción política del Ejecutivo autonómico que preside don Manoliño. Acepten que esto sí que es hacer economías de escala, a tono con la incorporación del Ente Público RTVE a la SEPI (Sociedad Estatal de Participaciones Industriales) de la que tanto se espera empezando por la desaparición del déficit. Alejen, además, cualquier sospecha -ahí están los trabajadores y redactores de TVE que pueden ser preguntados al respecto-, todos refutarán a quien pretenda imaginar que recibieron consigna alguna. Es, sin duda, un caso más, muy frecuente en Prado del Rey, de armonía preestablecida tipo Leibnitz, como ha sido descrita por un buen amigo periodista en la última edición del semanario El Economista. Continuará con la agencia Efe.
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