_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Paseo de la Realidad

Juan José Millás

Un señor que estaba en su casa completamente parado por falta de trabajo recibió un título de técnico auxiliar en comercio exterior sin comerlo ni beberlo. El título tenía todas las firmas pertinentes y la bendición de José María Álvarez del Manzano, ya que estaba expedido por el Instituto Municipal para el Empleo y la Formación Empresarial, también llamado Imefe. Al parado le hizo gracia que le dieran un título sin ir a clase ni estudiar ni nada, pero luego pensó que, ya puestos, podían haberle dado uno de dentista, porque la carrera de técnico auxiliar en comercio exterior, pese a sonar tan bien, no sirve para nada. Pero sí sirve, porque todo este escándalo cutre del Imefe ha puesto de relieve que parte del presupuesto municipal se va en las apariencias. Las apariencias siempre han preocupado mucho a la derecha.

-Tenemos que aparentar que hacemos algo.

-Pues vamos a hacer como que damos cursos de formación a los parados.

-Hombre, los parados ya tienen bastante con lo suyo.

-Pero con los cursos les hacemos salir de casa.

-¿Y en qué podríamos formarles?

-En comercio exterior.

Podían haber dicho física nuclear o teología cuántica, pero a alguien se le ocurrió lo del comercio exterior, que suena fantástico, y se pusieron a ello. Ahora bien, como enseñar sin fe desalienta mucho a profesores y alumnos, decidieron no dar las clases, que, sin embargo, cobraban, y regalar los títulos a los parados que pasaran por ventanilla.

Gran parte de la economía real es así de imaginaria. Lo que pasa es que de vez en cuando llega alguien con el diploma en la mano, pregunta para qué sirve ese papel municipal y espeso y la fastidia.

-¿Pero es que no se da usted cuenta de que se trata de un título imaginario?

-¿Y para qué quiero yo un título imaginario estando lleno de necesidades verdaderas?

-Para fantasear, hombre de Dios. Imagínese, por ejemplo, que se presenta en una multinacional con el título de técnico auxiliar en comercio exterior y que le dan un despacho como el del Defensor del Pueblo, que es también un título imaginario, como se acaba de demostrar. Imagínese ahora que toma usted posesión de ese despacho lleno de alfombras y teléfonos desde los que se pasa el día haciendo gestiones de comercio exterior.

-Pero es que yo de comercio exterior no sé nada.

-Estamos diciéndole que se lo imagine, por favor. No es más que una fantasía. Tampoco Múgica sabe defender al pueblo y ahí está.

-Pero Múgica cobra un salario real y tiene un despacho real y un automóvil oficial real.

-¡Qué pesados os ponéis los parados con la realidad! Te arriesgas a ir a la cárcel para alegrar la vida a unos inútiles y mira cómo te lo pagan.

Lo normal es que el tinglado aguante a base de parches, pero de vez en cuando aparece gente empeñada en pedir cosas reales y se va todo al garete. Vean, si no, lo imaginativa que fue la venta de Sintel a Mas Canosa. El que no obtuvo beneficios económicos ingresó plusvalías políticas. Y la verdad es que todo iba sobre ruedas hasta que a los empleados les dio por pedir un poco de realidad.

-Oiga, que nosotros también tenemos derecho a un pedazo de realidad.

-Ustedes, a callar.

Los empleados de Sintel salieron en silencio del despacho del director de recursos imaginarios, pero esa madrugada levantaron en la Castellana un campamento que parece la selva Lacandona, sólo que sin pasamontañas. Al tramo ocupado por los héroes de Sintel habría que llamarle desde ahora paseo de la Realidad.

Hacía años que no veía uno gente tan real. Seguro que han intentado engañarlos cien veces ofreciéndoles títulos de técnicos en comercio exterior y cosas semejantes, pero ellos dicen con toda la razón que tienen tanto derecho a una parcela de realidad como Mas Canosa, Alierta o Villalonga.

Ojalá aguanten. Son un ejemplo de resistencia moral que debería sustituir a los cursos imaginarios del Imefe y sus diplomas consecuentes. Han ganado ya la batalla de la opinión pública, y de la publicada.

Y el campamento constituye un modelo de organización real que ha puesto al descubierto todo el tinglado de la economía imaginaria. Si nos necesitáis, silbad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_