Diego García muere en un entrenamiento
El atleta sufrió un paro cardiaco cuando preparaba junto a Alejandro Gómez el medio maratón Azkoitia-Azpeitia
El maratoniano Diego García murió ayer a la altura del kilómetro seis del circuito que lleva su nombre. Un paro cardiaco repentino le sobrevino cuando se entrenaba en Azpeitia (Guipúzcoa) en compañía de su amigo y atleta Alejandro Gómez la víspera de participar en la media maratón que discurre entre su localidad natal, Azkoitia, y Azpeitia. De pronto, García comenzó a sentirse mal, se mareó, se apoyó en un árbol y se desplomó. Falleció de forma fulminante.
García, que cumplió 39 años en octubre pasado, en vísperas de disputar en Amsterdam su último maratón profesional, acertó a pedir a su compañero Alejandro Gómez que ralentizara su marcha: 'Para, para un poco que me encuentro mal'. No dijo más, y Gómez advirtió de inmediato 'que no bromeaba, dada su palidez'. García no pronunció una palabra más y cayó muerto. Reconocido como maratoniano pionero, García se despidió de su profesión de atleta en una prueba popular, la Behobia-San Sebastián. Su elección, tan premeditada como simbólica, le permitió cerrar un ciclo: el atleta tardío de élite dibujaba su reverencia no en un maratón de fijo millonario sino en una carrera local que tiene más de fiesta atlética que de seria competición. Se despedía regresando a sus orígenes.
Diego García tuvo el mérito de no desasirse nunca de sus inicios humildes: sólo se dedicó en serio al atletismo cuando perdió su puesto en la fundición. En una época donde la imagen cuenta tanto como la capacidad atlética, el atleta guipuzcoano se empeñó en mantener un aspecto que recordaba al campeón de los setenta: le delataba su inseparable cinta blanca levemente levantada sobre su despoblada frente. Su estética y su sorprendente tercer puesto en el maratón de Fukuoka (Japón) de 1992 le valieron un apodo cariñoso: el ninja de Azkoitia. Su ejemplo enseguida contagió a Martín Fiz, estancado en el cross y admirado por las prestaciones de su amigo García, que le insistió para explorar de la mano un territorio hasta entonces carente de atractivos y referencias para los atletas españoles.
Enseguida llegaron los Europeos de Helsinki, en 1994, el oro para Fiz, la plata para García y el bronce para Juzdado, como si el trío hubiera decidido la configuración del podio y preparado la imagen de su abrazo en la meta. Fue el grandioso punto de partida de la enorme explosión maratoniana española. Del podio de Helsinki Diego García aseguraba recordar menos la medalla que las manos que se la entregaron, las del legendario Emil Zatopek, el fondista total, la locomotora humana checa que tanto le había inspirado.Siempre con la vista puesta en su hasta entonces oscura carrera, García reconoció a renglón seguido que nunca sería 'un extraordinario atleta como Martín, pero sí un buen atleta'.
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