¿Dónde está el enemigo?
Tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la guerra fría, el mundo ha tratado de buscar un nuevo orden por el que regirse. Una vez desaparecida la bipolaridad y el llamado 'equilibrio del terror' se produjo un cierto vacío de poder e, incluso, una gran incertidumbre sobre quiénes serían los actores e interlocutores en el caso de que surgiera una amenaza mundial y, por otro lado, quiénes tendrían la fuerza y la legitimidad para tomar una decisión que comprometiera a la mayoría. Creo que pocos dudarían en otorgar a Estados Unidos un papel protagonista en el escenario internacional, pero, en todo caso, sería interesante abrir un debate político sobre el orden que queremos construir. Estamos ante un nuevo escenario global en el que los conjuntos integrados empiezan a desarrollar un creciente protagonismo, ante el comienzo de una nueva distribución del poder internacional, ante la posibilidad de definir un nuevo tipo de relaciones y, por tanto, de plantearnos un marco de actuación diferente al mantenido hasta ahora. En este sentido, es importante tomar la iniciativa y expresar nuestros puntos de vista ante una realidad nueva y en construcción.
La Unión Europea podría llegar a ser el mejor instrumento para abordar los importantes desafíos que nos plantea la globalización, pero, para ello, es necesario que exista la voluntad política necesaria para que dicho conjunto integrado se dote de los elementos indispensables para presentarse como un verdadero poder; sin lugar a dudas, es la moneda un elemento esencial, pero, también, la política exterior y la de seguridad. Estas dos políticas, que están estrechamente ligadas, tendrían que avanzar mucho para conseguir la credibilidad suficiente que nos permitiera intervenir en el ámbito internacional. Se han dado los primeros pasos, pero Europa sigue sin tener una voz única y, lo que es más preocupante, por el momento no parece tener mucho interés en tenerla. En realidad, estoy pidiendo un debate en Europa, en el seno de la Unión Europea, un debate sobre nuestro futuro como potencia política, como región integrada y con capacidad y autonomía para defender nuestras posiciones. ¿Queremos los euro-peos ser una potencia política y desempeñar ese papel a nivel internacional? Si contestamos afirmativamente, no debemos dejar para más adelante el debate sobre la seguridad y la defensa de nuestro continente.
La discusión que puede generar la propuesta norteamericana de desplegar un escudo antimisiles nos ofrece la oportunidad de definir nuestra identidad, no sólo desde un punto de vista militar, sino, sobre todo, desde un punto de vista político. Es cierto que la prudencia aconseja esperar al desarrollo de los acontecimientos antes de hacer un pronunciamiento que comprometiera nuestra posición para el futuro, pero no es menos cierto que, ante la ausencia absoluta de opinión, otros podrían tomar las decisiones por nosotros y habríamos desaprovechado la ocasión para plantear una alternativa. La gran ventaja del momento es que aún estamos a tiempo para ofrecer nuestra opinión en esta nueva arquitectura de poder que empieza ahora a perfilarse, el único problema que encuentro es que no seamos capaces de reaccionar con la rapidez necesaria.
El último acuerdo alcanzado entre Powell e Ivanov, según el cual estadounidenses y rusos estudiarán conjuntamente la cuestión del escudo antibalístico, nos ofrece tranquilidad en cuanto que rebaja las tensiones entre dos antiguos rivales, pero provoca incomodidad el hecho de que se retome un tipo de diálogo que pertenece a los modos de la guerra fría. Si todos estamos convencidos de que el mundo ha cambiado, quizás deberíamos hacer un esfuerzo para que se utilicen unos parámetros de relaciones también diferentes. En el nuevo marco internacional no cabe ni la unilateralidad, ni la bipolaridad. Si existe una alianza militar, la OTAN, que integra a la práctica totalidad del mundo occidental, ¿por qué no se ha utilizado ese espacio multilateral para hablar sobre proyectos militares que, en teoría, nos involucran a todos? ¿Por qué, de nuevo, Estados Unidos fija el diálogo sólo con Rusia? El reciente bombardeo del sur de Bagdad realizado por Estados Unidos y el Reino Unido pone de manifiesto que la primera potencia mundial ha decidido actuar de forma unilateral, sin tener en cuenta a sus socios en la OTAN y, mucho menos, sin contar con la opinión de la Unión Europea. Por cierto, lo que queda bastante claro es que el único país que tiene una 'relación preferencial' con Estados Unidos es el Reino Unido -y no España-, pues incluso el señor Piqué reconoció que no había sido previamente advertido sobre el ataque.
Es probable que Estados Unidos haya decidido tomar posiciones ante el nuevo diseño de poder que se empieza a entrever, pero en la época de la globalización es arriesgado no coordinar las decisiones. No sólo debe cambiar, por tanto, el esquema de la relación, sino también el contenido de la misma. Durante la guerra fría parecía claro quién era el enemigo y parecía claro quiénes eran nuestros aliados, ahora no resulta tan fácil la identificación -ni siquiera para los estadounidenses- con el riesgo que conlleva la posible y potencial creación de un enemigo artificial. ¿Es realmente necesario que nos empeñemos en 'crear' un nuevo enfrentamiento? Volviendo al ejemplo anterior, es seguro que Irak está incumpliendo las obligaciones impuestas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que, en contra de lo acordado, esté desarrollando su capacidad militar, pero ¿no hubiera sido mejor tomar una decisión entre todos? Una decisión que nos hubiera comprometido para el futuro, que hubiera frenado cualquier pretensión de Irak de rearmarse, que hubiera creado una solidaridad entre los aliados y que, por tanto, hubiera sido una operación mucho más eficaz.
Existen muchas dudas en torno al escudo antimisiles que Estados Unidos quiere desarrollar, pero, para ello, debemos presentar nuestras objeciones: dónde se pretende situar, a quién defiende, de qué nos defiende, qué grado de eficacia puede tener, etcétera. No sólo me preocupa el coste del proyecto, sino la utilidad del mismo, el fin último por el cual Estados Unidos está poniendo tanto empeño. La reciente reunión que Powell ha mantenido con la OTAN en Bruselas despeja algunas dudas y nos garantiza que, al menos, Estados Unidos mantendrá un estrecho diálogo con sus socios antes de tomar una decisión definitiva sobre cómo articular la seguridad en el futuro. Pero es importante que se abra el debate, que la Unión Europea participe, tanto en la definición de la política de defensa, como en el desarrollo e investigación tecnológica que traerá consigo. Y, en cualquier caso, lo que debería quedar claro es que Europa ha de estar involucrada en este proceso de seguridad mundial, incluso aunque ello entrañe que tenga que hacer una apuesta política importante como sería la de convencer a la opinión pública que hay que incrementar el presupuesto dedicado a seguridad. Con esta posición conseguiríamos el doble objetivo de reforzar la parte europea de la OTAN, que evita que nuestra seguridad quede desvinculada de la de Estados Unidos, y crear una defensa europea propia.
Pero ¿quién es el enemigo? Si todo este movimiento se justifica en la necesidad de mantener la estabilidad internacional, creo que se nos olvida el factor más importante que contribuye a crear miedo, inquietud, incertidumbre, migraciones masivas y riesgos imprevisibles: la pobreza. Es desde la política donde tenemos la obligación de ofrecer soluciones, no sólo desde un punto de vista moral y solidario, sino para el mantenimiento de la paz mundial. Es la pobreza el verdadero enemigo de la seguridad internacional y no podemos eludir la responsabilidad que tenemos para paliar la misma. El debate abierto en Sudáfrica sobre la utilización de medicamentos 'genéricos' en la lucha contra el sida es sólo un ejemplo del escaso interés que la comunidad internacional muestra ante una enfermedad que los más pobres no están en condiciones de combatir, como también es un ejemplo de la falta de compromiso con la supervivencia de nuestro planeta la carta que el presidente Bush envió al Congreso desdeñando la importancia de las emisiones de gases que afectan a la capa de ozono. Está claro que tenemos que crear nuevas reglas de juego, que los viejos esquemas se han quedado anticuados, que se nos abren oportunidades insospechadas hace apenas unos años, pero, para ello, debemos recuperar el verdadero sentido de la política: corregir la desigualdad y la exclusión, luchar contra la injusticia y la carencia de libertades, ofrecer oportunidades a todos y garantizar la pacífica convivencia.
Trinidad Jiménez es secretaria de Política Internacional del PSOE.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.