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LA CRÓNICA
Columna
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'A follar, que el món s'acaba!'

Esta vez parece que va en serio: el Ayuntamiento ha decidido derribar la Casita Blanca. El célebre meublé, de 2.000 metros cuadrados, situado en el número 37 de la avenida del Hospital Militar, se halla afectado por el plan de reforma del sector de la mencionada avenida, proyecto que, entre otros aspectos, prevé la construcción de un determinado número de pisos nuevos y la creación de una zona verde que abarca el solar en el que se levanta la Casita Blanca.

Entre las desagradables consecuencias que podría acarrear la desaparición del más famoso meublé de Barcelona, la más irritante es que unas 30 familias se quedarían en el paro. Ante esa posibilidad, los empleados de la Casita Blanca, el personal más discreto, más silencioso, más callado de la hostelería barcelonesa, ha decidido luchar en voz alta y a cara descubierta por sus puestos de trabajo. El martes se manifestaron en la plaza de Rius i Taulet ante la sede del distrito municipal de Gràcia.

Alrededor de las 7.30 de la tarde, 29 personas se situaron frente al portal del distrito. Había un grupo de empleados de la Casita Blanca que portaban dos pancartas - 'los trabajadores de Casita Blanca queremos conservar los puestos de trabajo', 'los trabajadores de Casita Blanca, contra el plan de modificación de avenida Hospital Militar'-; un grupo, más reducido, de propietarios y vecinos de la zona afectada, y finalmente, unos okupas recientemente desalojados de Cal Titella, un inmueble en lo alto de la calle de Verdi.

La manifestación, que duró escasamente un cuarto de hora, transcurrió pacíficamente. No hubo gritos, ni pitidos, ni vocerío alguno. La única nota discordante la protagonizó Chicho, un perro blanco con la punta del rabo pintada de rosa, propiedad de uno de los okupas, el cual intentó montarse sin demasiada fortuna sobre una perra en medio de la plaza.

Según me confesó un portavoz de los empleados, un personaje correctísimamente vestido, de pelo gris y que no quiso darme su nombre, la situación con el Ayuntamiento no es buena. Al parecer, las autoridades del distrito se niegan a tratar con los abogados de la propiedad. El Ayuntamiento no contempla ningún tipo de alternativa. Mi interlocutor me dice que la relación de la propiedad -un negocio familiar- con los empleados es buenísima, y que la Casita Blanca funciona estupepndamente, como siempre ha funcionado: mientras unos se manifiestan, otros 10 empleados se han quedado en el meublé para atender a las parejas que allí se lo montan con mayor empecinamiento y mejores resultados que Chicho y su perra.

En el Ayuntamiento lo tienen claro: la Casita Blanca se viene abajo. Una decisión firme, acompañada, en algunos casos, de una lagrimita nostálgica. Mi buena amiga la señora Núria Carrera i Comes, quinta teniente de alcalde y presidenta del distrito de Gràcia, no tiene ningún reparo en confesarme que en su juventud pasó muy buenos momentos en la Casita Blanca, un sentimiento que comparto plenamente. En cuanto al concejal del distrito, el señor Ferran Mascarell -malas lenguas aseguran que el alcalde Clos lo ha colocado en Gràcia, un distrito difícil, para ver si se pega un tortazo-, desconozco sus posibles simpatías hacia el viejo meublé, aunque presumo que deben de ser escasas: los chicos de Bandera Roja nunca se mostraron demasiado aficionados a las putas y a los meublés.

Volviendo a la pacífica manifestación del martes, aparte del personal directamente afectado, eché en falta una representación de los miles y miles de hombres y mujeres que durante años han disfrutado y siguen disfrutando de los servicios que ofrece la Casita Blanca; miles y miles de hombres y mujeres entre los que se cuenta 'el bo i millor' de la sociedad barcelonesa.

¿Cómo es posible que una sociedad, alta sociedad, que ha presumido durante años de poseer las mejores queridas, las mejores cocottes, por no hablar de los chulos y macarras, se muestre tan poco sensible ante la triste suerte que pueda correr la casita de sus amores? Cierto es que la noche en que Quico Sabater entró en el meublé y se llevó todos los objetos de valor de la clientela, ningún caballero reclamó su reloj de oro y ninguna dama hizo lo mismo con su sortija de brillantes. Tampoco voy a pedir a los adúlteros y adúlteras de la ciudad que se pongan en evidencia, pero resultaría bonito que unos cuantos de los cientos de matrimonios que se han conocido en la Casita Blanca y siguen frecuentándola por razones sentimentales se manifestasen en apoyo de esas 30 familias de empleados amenazados con irse a la calle.

Un técnico municipal me dice que, en el caso más que probable de que se derribe la Casita Blanca, esto no se producirá hasta dentro de dos largos años. Lo cual nos da un margen de esperanza. Tal vez Clos ya no sea alcalde (pero podría serlo Mascarell, el único hombre que le hace sombra al actual alcalde, por eso dicen que lo ha mandado a Gràcia). También es posible que la propiedad abra una nueva Casita Blanca. Pero con Casita Blanca o sin ella, de lo que no me cabe duda es de que las parejas seguirán fornicando. Ya se lo arreglarán, como se lo arreglaron cuando cerró, en 1969, el meublé de la avenida del Hospital Militar, para reabrir sus puertas en 1976.

Y el día antes de que cierren definitivamente la Casita Blanca, todos para allá. 'A follar, que el món s'acaba!'. A llevarse un espejo, o un bidé, o uno de esos horribles cuadritos licenciosos. Y con algo de suerte una cama. Yo sé de uno que se acuesta cada día en su casa en una monumental cama del antiguo meublé de Pedralbes...

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