Una vida rescatada
Leer a los maestros ancianos siempre es un ejercicio de reafirmación y de sorpresa. Reafirmación al comprobar que alguna vieja gloria, cuyo ciclo todo el mundo daba por clausurado, resurge de pronto para demostrarnos que mientras hay vida (intelectual) hay esperanza (literaria). Sorpresa cuando, ante la obra en cuestión, nos damos cuenta enseguida de que su autor todavía es capaz de engarzar páginas sólidas y hermosas.
Cuando Abe Ravelstein, profesor de bien merecida fama, pide al narrador de la novela que lleva su nombre (Ravelstein, editada en catalán por Edicions 62) que comience a recopilar material para relatar su vida, el escritor tarda muy poco en decidirse. Al fin y al cabo, son dos viejos amigos en la última etapa de sus vidas -Ravelstein acuciantemente: tiene sida- y los une un concepto tan consistente como la coincidencia tácita sobre qué se puede considerar divertido en el espectáculo inigualable de la vida.
Se trata de la última entrega -por el momento- del novelista Saul Bellow. Un título nuevo y, al mismo tiempo, continuación lógica de una obra ya clásica. No es la primera vez que Bellow utiliza, por ejemplo, el recurso reiterado del diálogo entre dos personajes a lo largo de las páginas de una novela. La víctima (1947), Henderson, el rey de la lluvia (1958) y Herzog (1964) pueden ser definidas, de alguna manera, como relatos dialógicos. Pero Ravelstein es otra cosa. Para empezar, es el retrato de un homenot, un tipo tan enorme en su sabiduría como en sus gustos estrafalarios o en la contundencia de sus opiniones sobre lo divino o lo humano. Una inteligencia privilegiada capaz de pasar de hablar de Tucídides al Moisés interpretado por Mel Brooks, y siempre con un vocablo griego entre dientes para explicar un concepto filosófico o político. Un maestro adorado por sus alumnos, a quienes desaconseja el rock en favor de Albinoni o Trescobaldi en grabaciones con intrumentos originales. La contrapartida lógica era ser observado de reojo por sus colegas universitarios. Él es, significativamente, el único de su rango sin cátedra, y con eso está todo dicho. Nos encontramos ante un exótico espécimen de campus con brillo propio -es decir, no curricular- y, por lo tanto, demasiado peligroso para la mediocridad ambiental.
Philip Rahv dijo que los escritores norteamericanos se podían dividir entre pieles rojas y rostros pálidos. Si estos últimos serían los autores anglófilos al estilo de Henry James y T. S. Eliot, no hay duda de que Bellow (nacido en Canadá, pero criado en Chicago) representa muy bien el espíritu de los pieles rojas, con su estimulante mejunje de sublime novelística europea y maravillosa vulgaridad norteamericana.
Y es Bellow quien, construyendo a Ravelstein, homenajea en realidad a su maestro Allan Bloom, un intelectual brillante, conservador y homosexual, profesor de historia política en la universidad de Chicago y autor del best-seller Closing of American Mind (1988). 'Yo siempre me veía arrastrado', dice el narrador de Ravelstein, 'hacia personas metódicas en sentido amplio, que habían planificado el mundo y lo habían hecho coherente'. No era tampoco la primera vez que Bellow acudía al retrato enmascarado como cañamazo de la narración. En El legado de Humbuldt (premio Pulitzer de 1975) hizo lo mismo con el poeta Delmore Schwartz, un genio alcohólico y alienado a quien el novelista dedica un homenaje conmovedor y elegíaco.
Pero Ravelstein sobresale por su tono singular. La novela es la trama inextricable de dos biografías, las ficticias y las reales, servida en un estilo sorprendentemente ligero, enemigo de la pomposidad, tan eficaz como un recetario de cocina. La visión calidoscópica ('para acercarse a un hombre como Ravelstein, un método fragmentario quizá es el mejor'), además, nos permite hacernos una idea del personaje desde muy diferentes ángulos. Es la manera más exacta que Bellow encuentra de mezclar realidad y ficción en beneficio único de la Ficción Suprema.
No, 'no es fácil entregar un ser como Ravelstein a la muerte', tal como afirma la última frase del libro. Por eso este retrato constituye toda una declaración de amor y por eso, paradójicamente, el propio narrador se ve forzado a quitarse de encima una terrible dolencia propia para poder cumplir la promesa hecha al maestro. La 'vida de Ravelstein' no corre ningún peligro. Como los grandes héroes épicos, su fama está asegurada más allá de la muerte gracias a un escribiente tenaz y leal.
Novela sobre la amistad y contra el olvido, relato para la conmemoración pero despojado de nostalgias superfluas, Ravelstein es un libro emotivo por lo que tiene de rescate de los pequeños detalles -amables o bien odiosos- de una vida tan excepcional como cualquier otra. Porque, como se ha dicho, no hay vidas inútiles, sino mal contadas. Sólo hace falta un narrador dotado con la gracia inalienable de sustraer sus criaturas al velo glauco y silenciador de la muerte.
Joan Garí es escritor.
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