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El fin de la 'década prodigiosa'

La rebaja de tipos en medio punto contribuirá a amortiguar el cambio de ciclo

La última década en Estados Unidos no puede calificarse sino de prodigiosa. La economía nos ha demostrado que la productividad se traduce en una mayor longevidad del ciclo económico sin envejecimiento aparente. La acumulación de ganancias de productividad se convirtió en un auténtico elixir de juventud. La última fase expansiva, que se prolongó hasta mediados del año 2000, contaba ya con más de 115 meses de vida, y no fue hasta dicha fecha cuando se materializaron los síntomas de un cambio brusco de tendencia. Más aún, en 2000 se registró la mayor tasa de crecimiento de la década, un 5%.

¿Qué provocó el aumento del componente estructural de la productividad? La respuesta es la llamada nueva economía. La inversión en alta tecnología ha supuesto que la economía estadounidense haya registrado las mayores ganancias de productividad que se recuerdan en décadas. De esta forma se rompió el patrón de los últimos ciclos económicos en los que la productividad tendía a moderar el ritmo de avance tras la fase de auge, en línea con el menor crecimiento del PIB. Para sintetizar la importancia de la aplicación masiva de procesos telemáticos, baste con señalar que el componente de inversión en bienes de equipo y software ha aumentado su peso en el PIB estadounidense más de dos puntos porcentuales en el último año y medio, hasta el 12,5%. En términos corrientes, este componente de la inversión superó en el año 2000 los 550 millones de dólares, es decir, un 40% de la formación bruta de capital fijo. El círculo virtuoso que provocó este proceso inversor tiene su máximo exponente en el control de la inflación, cuyo componente subyacente (excluyendo la energía) se mantuvo en niveles moderados, en torno al 2,5%.

El efecto riqueza ha comenzado a jugar en contra de una economía con un creciente nivel de endeudamiento del sector privado -

Pero esta situación, aunque reciente, ya pertenece al pasado. El año 2000 se cerraba con los peores resultados registrados desde 1981 en los índices de Estados Unidos y desde el inicio de la década en las plazas europeas. Aunque el detonante de este proceso fue el pinchazo de la burbuja generada sobre los valores tecnológicos, los sectores más tradicionales también acusaron los efectos contractivos del tensionamiento de las condiciones monetarias. Por primera vez desde el año 1951, la riqueza neta de las familias mostró un descenso del 2% anual, retroceso que está teniendo un claro impacto en las decisiones de gasto de las familias.

La brusca desaceleración de las ventas y de la producción en los últimos meses de 2000 se unió al deterioro de la confianza del consumidor para configurar un escenario de elevado riesgo. En el cuarto trimestre de 2000, el PIB mostró el menor ritmo de avance trimestral desde la crisis de México. Además, las principales partidas del índice de directores de compras (NAPM) se aproximaban a referencias cercanas a los mínimos históricos alcanzados en la crisis de 1991. El mercado laboral, pese a registrar una creación de puestos de trabajo por encima de lo previsto, deja entrever el cambio de tendencia de la tasa de paro en un contexto de moderación de las ganancias salariales. También la productividad comenzó a ofrecer claros síntomas de agotamiento una vez desaparecido el impulso cíclico.

Ante esta coyuntura recesiva, el mercado reclamaba una acción contundente por parte de la Reserva Federal. El 3 de enero de 2000, anticipándose a la reunión prevista para finales de mes, recortó en 50 puntos básicos el tipo de intervención. Este movimiento a la baja, hasta el 6% del nivel objetivo de los fondos federales, era la primera ocasión desde que se desatara la crisis del sureste asiático en la que se anunciaba un descenso del tipo de intervención sin que mediara una reunión del Comité Abierto de Política Monetaria (FOMC). No obstante, la situación actual es radicalmente distinta a la que imperaba a finales de 1998. Si en aquella ocasión era el contexto internacional de crisis en gran parte de economías emergentes el que reclamaba la instrumentación de una política monetaria laxa, ahora sobran argumentos de índole interna para justificar la decisión. El cambio de fase ha sido mucho más virulento de lo que se anticipaba. Por tanto, la autoridad monetaria ha tenido que seguir ajustando a la baja los tipos de interés. El nuevo recorte del tipo de interés decidido por la Reserva Federal el 20 de marzo fue acompañado de un comunicado que dejaba la puerta abierta a nuevos movimientos en la misma dirección.

La crisis de confianza, cuyo reflejo más inmediato lo están brindando los mercados de renta variable, no se soluciona únicamente con bajadas de los tipos de interés mientras el ciclo no apunte a una vuelta inmediata. El protagonismo que el banco central ha querido desempeñar en la brillante trayectoria económica de los noventa se ha convertido en una trampa de la que para salir va a necesitar la complicidad de otras medidas de política económica. El superávit público creciente en una situación de pleno empleo había relegado a un segundo plano a las políticas fiscal y de oferta.

Los últimos indicadores publicados no dejan lugar a dudas sobre la necesidad de volver a complementar las actuaciones de la política monetaria. La producción industrial acusa una brusca desaceleración que ha llevado a los niveles de utilización de capacidad productiva hasta mínimos desde la crisis de 1991. Evolución que augura una continuidad del parón del proceso inversor en los sectores tradicionales. Tampoco en el consumo privado hay motivos de optimismo; la prueba más elocuente es la ralentización de las ventas y del gasto personal en un contexto de fuerte deterioro de las expectativas.

De forma aparentemente paradójica, la nueva economía parece también ser responsable de la brusquedad del cambio de ciclo, no sólo por la debacle bursátil de los valores tecnológicos. El propio Greenspan argumentaba que la aplicación masiva de avanzadas tecnologías de gestión ha provocado un rápido ajuste de los inventarios y de los niveles de producción a cambios en la demanda. De esta forma, la revolución tecnológica se confabula con factores de corte más tradicional, como el aumento de los costes energéticos, para poner fin a la década prodigiosa.

El efecto riqueza ha comenzado a jugar en contra de una economía con un creciente nivel de endeudamiento del sector privado. Sin menoscabo de la difícil situación a la que se enfrentan tanto el veterano Greenspan como Bush jr., no quisiera terminar sin arrojar cierto atisbo de esperanza. La relajación de las condiciones de financiación, por un lado, y la anunciada rebaja impositiva, por otro, contribuirán a amortiguar el envejecimiento de un ciclo económico con complejo de Peter Pan.

Yolanda Fernández es responsable de Análisis Económico en AFI.

La insoportable fortaleza del dólar

La cotización del dólar puede dejar perplejos a propios y extraños dada la coyuntura recesiva que atraviesa Estados Unidos. Uno de los riesgos en la época de bonanza económica era el abultado desequilibrio por cuenta corriente de esta economía. Sin embargo, también anticipábamos que el cambio de fase llevaría al dólar a iniciar una senda depreciadora que frenara la ampliación de estos desequilibrios. Frente a todo pronóstico, el déficit exterior no está encontrando argumentos positivos en la cotización del dólar. En lo que va de año, la divisa muestra una revalorización generalizada frente a las monedas de los principales países. Se ha apreciado un 6,8% frente al euro, un 6,4% en su cotización con el yen y un 5,8% contra la libra. La generalidad del movimiento deja entrever que el efecto refugio es el principal argumento de la renovada fortaleza del dólar. Más allá de que las importaciones comiencen a moderarse por la desaceleración de la demanda interna, la corrección del déficit comercial será muy modesta si la aversión al riesgo sigue impulsando la cotización del dólar. El problema final es la financiación del déficit corriente, garantizada hasta ahora por un nivel atractivo de tipos de interés y las favorables expectativas sobre los beneficios.

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