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Columna
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La culpa de los portavoces

Aznar se ha hecho con Enrique Múgica. Marcela Miró no puede hacerse con la síndic de Greuges en funciones. Aznar es un tipo de apariencia anodina, pero con poderes ocultos: al defensor del pueblo, de un solo pase, lo ha dejado en escudero del Ejecutivo. Ésa también es la aspiración del PP valenciano: no se trata tanto de arrinconar a Emilia Caballero, como de arrasar la Sindicatura, y todo cuanto suponga un estorbo para gobernar en mayoría y sin pataleos, hasta el silencio absoluto. Pero las Cortes no salen del colapso. Los populares quieren reprobar también al portavoz adjunto de la oposición mayoritaria, Andrés Perelló, por sexista, y los socialistas no renuncian a llevar al tribunal Constitucional al PP y a la presidenta Miró, por privarlos de sus derechos. El naufragio institucional es un acto de irresponsabilidad política.

Para tapar el inope tablado, Eduardo Zaplana se saltó a la torera el engorro de la agenda oficial y citó a Joan Ignasi Pla, secretario general del PSPV, a ver si remontaban el conflicto e impartían doctrina desde el supuesto de unos acuerdos más que dudosos. Según los cuales, el Presidente Zaplana concedió a Pla las comparecencias solicitadas por la síndic, ante el Parlamento autonómico, la rehabilitación de su imagen torpedeada, con saña, desde la Comisión de Peticiones, y algunas otras cosas, y sólo el examen previo al nuevo titular de la Sindicatura se aplazó para más adelante. La cuestión es si el dirigente socialista se lo creyó. El caso es que ambos, Zaplana y Pla, pusieron los temas en manos de sus respectivos portavoces. Los temas, porque también se trató de la Academia Valenciana de la Lengua, y hasta parece tan desbloqueda que las dos terceras partes de sus miembros, es decir, catorce, ya están reclutados: perfil medio, buena formación científica, pero sin ninguna proyección pública, para no levantar desconfianzas ni alteraciones. Pere Mayor, presidente del Bloc Nacionalista Valencià, nos ha ofrecido su testimonio. La chispa puede saltar en la designación de los siete restantes. Pero Zaplana acelera y le encantaría desfilar el domingo de ramos con esa filigrana de palma.

Algo, no obstante, desafina. Dos días después de conseguir un principio de acuerdo, populares y socialistas, siguen a la greña. Las Cortes son una auténtica gallera. Los portavoces no han abierto el diálogo y las tensiones se recrudecen. Alejandro Font de Mora se fue a Castellón; y Joaquim Puig emprendió viaje a San Sebastián. Si estos son los futuros y únicos partidos con representación parlamentaria y en plan turnista, aviados estamos: se pueden privatizar las Cortes y montar una agencia de viajes. Tanta frivolidad, aunque ya no sorprende demasiado, sí causa algún sofoco. El mismo Eduardo Zaplana confesó que no entendía nada, y arremetió contra Puig. 'Desde luego', afirmó, 'el señor Font de Mora, si yo le digo que hable con Puig, no se va a San Sebastián'. Y efectivamente, el señor Font de Mora no se ha ido a San Sebastián, se ha ido a Castellón, que por lo menos cae más a mano. Pero tan crispada postura revela todo un muestrario de dudas y recelos. ¿Es posible que Joan Ignasi Pla se confiara tan ingenuamente a Zaplana? Si fue así, el secretario de los socialistas valencianos ha vuelto de la pesadilla, convencido de que no es posible negociar con el PP, por cuanto sus iniciativas originan aún más tensiones y conflictos. Y algo muy elemental: puede que el portavoz socialista Joaquim Puig esté tocado por un soplo de indocilidad. Pero en el caso de Font de Mora ya es otro cantar. En el PP no hay quien se tome la más leve licencia. El PP es una sociedad sólida, sin goteras, y con una obediencia de cartujo. Lo ha dicho el presidente Zaplana: a mí, no se me mueve nadie. Entonces, qué. ¿Qué credibilidad va a tener cualquier propuesta del jefe del Consell, para salir de esta grave crisis institucional? Dios los pille autonómicamente confesados.

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