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Barcelona multiétnica

En pocos años, la composición social de Barcelona, especialmente en Ciutat Vella, se ha transformado completamente. Una gran variedad de etnias, lenguas, costumbres, comidas e indumentarias están enriqueciendo nuestra ciudad. Nuestra cultura, si no es enfermiza y débil, ha de demostrar que es capaz de aceptarlas y enriquecerse con estas aportaciones. Barcelona dispone ahora de una gran oportunidad, la de sumar a su propia vitalidad la de sus inmigrantes: los restaurantes y tiendas de diversas culturas, las acciones artísticas y publicaciones promovidas por los que proceden de fuera de la ciudad, el influjo de nuevas iniciativas reivindicativas, asociativas y sindicales, toda una energía adicional.

Barcelona dispone de una gran oportunidad: la de sumar a su vitalidad la de sus inmigrantes

Es cierto que los procesos de adaptación y evolución son necesariamente difíciles y lentos para ambas partes. Por una parte, en la mayoría de los casos el que llega ha de ir entrando en una cultura sobre la que nada sabía. Las mafias que han traficado con una parte de los inmigrantes, trasladándolos con los ojos vendados desde Asia o el norte de África, generalmente no tienen la delicadeza de informarles de dónde los van a desembarcar, sin papeles ni comida (¿Italia, España?, y dentro de España, ¿Andalucía?, ¿o luego irán subiendo por el mapa hasta Cataluña o hasta Francia?).

Por otra parte, el barcelonés que va acostumbrándose a convivir con lenguas, religiones, costumbres y concepciones del tiempo que no conoce. Y en este proceso no es suficiente con la buena voluntad y con las buenas intenciones de las teorías progresistas. Hace falta ir viviendo la experiencia de conocer realmente al otro, aprendiendo de todo un caudal de aportaciones, pero también reconociendo lo criticable, para no caer en el polo opuesto de la mitificación paternalista del otro porque es pobre y desvalido y, por lo tanto, siempre tiene razón.

Ahora, las historias a veces laboriosas, a veces dramáticas, a veces heroicas, a veces destrozadas por políticos corruptos, todos los muy diversos saberes procedentes de Pakistán, Bangla Desh, Filipinas, Marruecos, Argelia, Santo Domingo, la República Dominicana, México, Ecuador, Colombia, Argentina o Brasil, palpitan en nuestra ciudad, buscan un lugar donde resarcirse de ancestrales injusticias y desigualdades.

Debemos saber aprovecharlo, sumando nuestra cultura y memoria a la de tantos pueblos. Sin desconfiar ni pensando que nos vienen a quitar algo nuestro, sino reconociendo precisamente que la verdad es todo lo contrario: los países que han ido perdiendo sus recursos expoliados por el poder económico del primer mundo, ahora están perdiendo sus miembros más activos, los más jóvenes, con más iniciativa y formación, con más valor y deseos de mejorar, aquellos que, dramáticamente para sus países, abandonan la miseria en busca de un lugar mejor, un país rico que les acoja y en cuyo progreso van a colaborar. Sin miedo, sino confiando en que los recursos humanos y técnicos, los instrumentos legales democráticos, la calidad de nuestros tejidos urbanos, la creación de nuevos diseños industriales solidarios, los proyectos arquitectónicos sensibles a las nuevas diversidades y la invención de mecanismos que favorezcan una cultura ecologista son factores que pueden ir ayudando a construir una sociedad más compleja, abierta y creativa.

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Si Barcelona sigue por este camino de enriquecimiento de las culturas que emigran a nuestra ciudad, integrándolas en el tejido urbano de espacios públicos, viviendas, escuelas y servicios, en pocos años va a tener una energía similar a la de Nueva York o París. Barcelona va a tener su máxima riqueza en haber sabido integrar la diversidad y en ir afrontando los conflictos; va a ser la ciudad mediterránea cosmopolita por excelencia, la ciudad que sobre su cultura, patrimonio, calles, museos y playas ha acogido una gran mezcla de culturas. Va a tener una riqueza humana admirable, continuando, de hecho, la propia tradición de la ciudad mediterránea: puerto de paso e intercambio, lugar denso de la acogida y la convivencia, la mezcla y la transformación.

Ciertamente esta condición cosmopolita y compleja sería extensible al territorio catalán. Y a los nostálgicos de la identidad de una Cataluña perdida en un pasado inexistente les recomendaría una Cataluña en miniatura, en blanco y negro, una caverna ancestral y primitiva, sin la gracia andaluza y el chador árabe, sin el colorido y los sabores tropicales, sin la poesía de Antonio Machado y los cuentos de Borges, condenados al baile de una eterna sardana, contada en catalán, bien cerrada a incorporar cualquier innovación o nueva amistad.

Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la Escuela de Arquitectura de Barcelona.

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