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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dinamitar Gernika

El atentado que se ha cobrado la vida del mosso d'esquadra Santos Santamaría, de 33 años, el primer agente de la policía autonómica catalana asesinado por ETA, exhibe algunas características que ponen de manifiesto una vez más que la única estrategia de la organización terrorista es socializar el miedo en distintos escenarios y grupos sociales.

La cantidad de explosivo utilizado en Roses dobla la habitual. Su potencia, frente al material caducado que empleó en anteriores acciones, avalaría la hipótesis de que sea una porción del robado recientemente en Grenoble. Su simultaneidad con la explosión fracasada en la ciudad valenciana de Gandía apunta la operatividad de sendos comandos itinerantes, que pretenden la expansión del terror al litoral mediterráneo, como complemento al clásico eje Madrid-Euskadi, tras la desarticulación del comando Barcelona.

No está aún claro si la antelación de siete minutos con que explotó el coche bomba en la Costa Brava obedeció a un fallo técnico en el temporizador o al tradicional plus sanguinario que suponen las bombas trampa empleadas por la banda en otras ocasiones. Pero sí que los objetivos perseguidos por ambas acciones criminales -establecimientos hoteleros en zonas de alta densidad turística- revelan un renovado interés de la banda terrorista por ampliar el eco de su acción a la escena internacional, además de perjudicar a la primera industria nacional.

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Todos estos datos resultan más relevantes si se recuerda que el atentado de Roses es el tercero cometido por ETA desde que el lehendakari, Juan José Ibarretxe, anunció la convocatoria de elecciones autonómicas en Euskadi para el próximo 13 de mayo. Aunque el único sentido de la acción terrorista es matar, y lo hace siempre que se le presenta la ocasión y en cualquier coyuntura política o social, lo cierto es que el asesinato del joven Santos Santamaría subraya la voluntad de ETA de que el proceso electoral vasco quede empedrado por sus signos de violencia. Es un atentado contra el derecho a la vida, la paz y la democracia, como siempre, pero también es, en la práctica, una bomba contra el Estatuto de Gernika, al amparo del cual se han convocado las elecciones.

Por eso aparece como especialmente cínica la bendición exculpatoria espetada por el líder de EH, Arnaldo Otegi, que con toda probabilidad será candidato en esas elecciones al Parlamento vasco, una institución que su grupo político desearía dinamitar. Por toda respuesta al doble atentado ha dicho lo que suele en estos casos, que, 'desgraciadamente, los hechos confirman la existencia de un conflicto armado', y por ende, la 'necesidad evidente de arbitrar soluciones'.

El Partido Nacionalista Vasco ha reaccionado con presteza, por boca de su presidente, Xabier Arzalluz, quien ha lamentado que 'lo vasco aparezca en Cataluña con la muerte'. Esta expresión de condolencia será tanto más creíble cuanto más separe a su partido de los comparsas políticos de ETA. Por más que los catalanes sean catalanistas, federalistas, nacionalistas o soberanistas, jamás se han coligado con los violentos, sus socios o quienes les dan cobertura: el único desagravio creíble de Arzalluz al 'país de gente amiga' que ve en Cataluña sería su radical ruptura con el entorno de los violentos, en vez de las retóricas y aduladoras jeremiadas de ocasión.

La propia Conferencia Episcopal, en reacción taxativa, ha señalado 'el imperativo moral de oponerse a ETA y a cuantas personas o instituciones colaboran con ella'. Santos Santamaría murió cumpliendo con su deber, tras proteger la vida de los jubilados residentes en el hotel de Roses, tan eficazmente como los especialistas desactivaron la bomba de Gandía: ése es el tipo de actos que protegen del terrorismo y no los pésames de sinceridad oblicua.

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