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Reportaje:

Un castigo brutalmente ejemplar

La cadena perpetua para un niño de 14 años despierta en EE UU una reflexión sobre su justicia

Sólo en raras ocasiones Estados Unidos se estremece ante la brutalidad de su sistema de justicia. El caso de Lionel Tate es una de esas excepciones. Tate, de 14 años, ha sido condenado a vivir encerrado en una prisión de adultos hasta el día de su muerte. Es el castigo por haber golpeado hasta la muerte a una niña hace dos años. Pero es improbable que cumpla esa terrible sentencia. Respondiendo a un clamor nacional, Jeb Bush, gobernador republicano de Florida y hermano del presidente, se ha declarado esta semana abierto a aprobar una medida de clemencia

Nadie discute que el crimen cometido por este pequeño negro es 'frío, insensible e indescriptiblemente cruel, el más grave que puede cometer un ser humano', como dijo el juez Joel Lazarus al condenarle a reclusión perpetua, el pasado fin de semana. Incluso The New York Times lo califica sin ambages de 'horrible' al pedir clemencia para el pequeño en su editorial. Ocurrió el 28 de julio de 1999, cuando Tate mató a golpes a Tiffany Eunic, una niña de 6 años. El suceso se produjo en casa de Tate, cuya madre, Kathleen Grosset-Tate, una policía del Estado de Florida, se encargaba teóricamente de hacer de canguro de Tiffany. Mientras la madre dormía, Tate se puso a ensayar en la niña los puñetazos y patadas de las cómicas peleas de lucha libre (wrestling) que invaden los televisores norteamericanos.

Los resultados de la autopsia hielan la sangre: la víctima tenía el hígado partido en dos, el cráneo fracturado, el cerebro dañado y varias costillas rotas. ¿Creía Tate al ensañarse con ella de este modo que la realidad era como la ficción de los combates de wrestling, donde la mayoría de los golpes son de mentirijillas? Así lo sostiene su madre, para lo cual lo ocurrido fue un 'infortunado accidente'. Pero el juez no lo vio así.

Una cadena de despropósitos sucedió al crimen y condujo a que EE UU haya batido una nueva plusmarca: Tate es la persona más joven condenada a cadena perpetua en este país. Otro menor, John Silva, de 15 años, fue tambien sentenciado a cadena perpetua el jueves en Florida. El primer error lo cometió Kathleen Grosset-Tate al rechazar una oferta de pacto de la fiscalía: que el niño se declarara culpable de homicidio en segundo grado y aceptara cumplir tres años de reclusión en un centro juvenil. Pero la madre rechazó la idea.

Llantos en el juicio

La fiscalía fue a por la mayor -asesinato en primer grado- y así lo vio en enero un jurado popular. Declarado culpable por ese jurado, a Tate sólo le cabía esperar sentencia. Y, según las leyes de Florida, ésta no podía ser otra que la cadena perpetua, la que dictó el juez Lazarus. Cuando la escuchó, Tate rompió a llorar, pero su madre siguió declarando: 'La gente cree que estoy loca por no haber aceptado el pacto con la fiscalía, pero ¿cómo podía enviar a mi hijo a la cárcel tan solo por jugar?'.

El movimiento a favor de la clemencia comenzó de inmediato. No hizo falta que William Schulz, director de Amnistía Internacional en EE UU, declarara: 'Esta condena es absolutamente escandalosa, viola un principio fundamental de la humanidad, el que establece que los niños son capaces de crecer, cambiar y mejorar'. No, esta vez no sólo protestan los sectores liberales, también los conservadores se sienten abochornados.

Una vez dictada sentencia, el primero en pedir que sea conmutada fue Ken Padowitz, el fiscal victorioso en la causa. 'Ya ofrecía a la madre una solución menos dura', recordó. Acto seguido, Jeb Bush, que ha firmado leyes implacables contra la delincuencia juvenil, ordenó que Tate fuera trasladado de una prisión de adultos a un centro juvenil y anunció que tramitará una petición de clemencia.

EE UU se interroga estos días si no se pasó de rosca en los años ochenta y noventa, cuando 45 de sus 50 Estados aprobaron leyes para permitir que niños y adolescentes sean juzgados y condenados como adultos en delitos de sangre.

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