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Columna
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Mártires

Miguel Ángel Villena

Muy pocos conocen la historia de Manuel Carrasco i Formiguera, pero es una de las más representativas de la barbarie absurda de la guerra civil. Abogado y político barcelonés, firmante del pacto republicano de San Sebastián en 1930, Carrasco i Formiguera fundó Unió Democrática de Catalunya, un partido de inspiración democristiana. Al peligrar su vida por la amenaza de grupos izquierdistas radicales de Barcelona al comienzo del conflicto, el que fuera consejero de la Generalitat huyó a Francia. Cuando Carrasco intentó regresar a Bilbao -tomada ya por los fascistas en agosto de 1937- su barco fue apresado, el político sometido a consejo de guerra y unos meses después fue fusilado. Ejemplo de víctima de los extremistas asesinos que camparon a sus anchas, a un lado y al otro, durante la guerra, Carrasco i Formiguera nunca será beatificado por el Vaticano. Ni él ni ninguno de los mártires humillados, represaliados o ejecutados por aquellos que se sublevaron con las armas en la mano contra un Gobierno legítimo y elegido. Por eso, la beatificación el pasado domingo en Roma de 233 religiosos y laicos -con todos los respetos para su memoria- ha adquirido la categoría de mascarada y de vergüenza histórica.

De niño, siempre me sorprendió la virulencia y la agresividad con la que nuestros abuelos republicanos hablaban de muchos sacerdotes. Sin disculpar en absoluta ninguna conducta criminal, el anticlericalismo que estalló en llamas durante la guerra hundía su odio en siglos de oscurantismo, de despotismo y de alineamiento con el poder de la Iglesia católica. Sólo así puede explicarse la persecución religiosa desatada. Pero la puesta en escena del Vaticano, con la presencia de varias autoridades valencianas en primera fila, revela que los vencedores de la guerra civil se niegan a pasar página a pesar de sus proclamas de liberalismo y de reconciliación. Días antes de la beatificación, el PP se oponía en el Congreso de los Diputados a rehabilitar el buen nombre de unos maquis cuyo único delito fue mantener en los montes la batalla contra Franco.

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