Fiebre y globalización
La fiebre aftosa está adquiriendo dimensiones globales. Surgen brotes en diversos lugares del planeta y son cada vez más los países que se proponen cerrar sus fronteras, aunque el control de este virus, de fácil propagación, exige medidas de carácter local. De momento, lo que se ha puesto en marcha es un movimiento general de autoprotección que corre el riesgo de degenerar en proteccionismo arbitrario. Estados Unidos, un mercado de 1.500 millones de dólares anuales para los productos cárnicos europeos, ha cerrado sus fronteras con carácter general a las importaciones de la UE, aunque de momento el virus de la fiebre aftosa sólo se ha detectado en el Reino Unido y Francia. Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Noruega y Suiza han seguido la estela norteamericana y otros países del continente asiático empiezan a adoptar medidas restrictivas, que, junto a la UE, afectan también a Argentina, donde han aparecido varios casos de esta epizootia que afecta severamente a los animales de pezuña, pero no a los seres humanos.
'Ningún país puede considerarse a salvo de la epidemia, debido al aumento del turismo y el incremento en el tráfico de animales y productos', proclamó ayer, desde Roma, la FAO, que se ha limitado a ofrecer recomendaciones de carácter general. Efectivamente, la globalización facilita la extensión del virus, sin que haya ninguna autoridad capaz de imponer medidas totalmente eficaces, probablemente porque son imposibles. Sin embargo, medidas como las adoptadas por EE UU, reflejo de un generalizado '¡sálvese quien pueda!', resultan desproporcionadas y de limitada eficacia, como ayer criticó la Comisión Europea. No hay escudo total contra la fiebre aftosa. Pero en la propia UE hay división de opiniones sobre qué hacer. Unos empiezan a proponer la vacunación; otros proponen el sacrificio regionalizado de animales. La vacunación, abandonada en Europa en 1991, no evita la propagación del virus ni sirve para certificar que un animal o producto está libre de él.
Hasta ahora, España se ha librado, aunque no sería sorprendente la aparición de casos, pese a las medidas tomadas. El brote de glosopeda que padecía el Reino Unido en 1967 llevó a la quema de 600.000 animales. En 2001 no se ha llegado a esa cifra, y es de esperar que se ataje la epidemia con las medidas preventivas, tardíamente adoptadas por Londres y más a tiempo en otros países europeos. De otro modo, el argumento sanitario puede dar lugar a un peligroso proteccionismo generalizado.
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