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Tribuna
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La desgracia bicolor

Para los que nos dedicamos a la política desde hace años, y posiblemente para una parte de la opinión pública, es conocido que el escenario preferido para los grandes partidos políticos de la escena estatal y valenciana sería una especie de modelo de alternancia a la americana donde el resto de fuerzas políticas no jugasen más que un papel residual y, a ser posible, fuera de los escenarios donde se deciden las cosas. En este caso, por ser claros, fuera de las instituciones. Con ello, se garantizarían las mayorías absolutas y se desactivarían las molestas formaciones bisagra, un supuesto que, hoy por mí y mañana por ti, sería el sueño dorado de los dos partidos que han tenido la responsabilidad de gobernar aquí y en España desde hace dos décadas. Se trata, por supuesto, de aspiraciones que no suelen ser expresadas en público. Más que nada, porque suponen un atentado contra la pluralidad, el sentido común y, en último extremo, contra la democracia y el sentimiento de una serie de ciudadanos que no tienen por qué compartir los objetivos y los planteamientos de los dos partidos mayoritarios.

Ahora bien, que ese sentimiento no se explicite no significa que no forme parte de la agenda: de operaciones de acoso y derribo tenemos suficientes ejemplos en los últimos tiempos a derecha e izquierda para que podamos entendernos sin necesidad de entrar en más detalles, y tampoco conviene descartar que en los dos años que quedan para las próximas elecciones autonómicas nos encontremos con alguna sorpresa más. Porque no estamos hablando del juego entre partidos más o menos democrático donde, gracias a sistemas electorales punitivos y umbrales de representación poco racionales, se pueden ver perjudicadas las formaciones políticas menores (que ya es significativo), sino de un desagradable rumor subterráneo del que, lamentablemente, a veces son partícipes los propios medios de comunicación de forma involuntaria o inducida.

A estas alturas me puedo considerar salvado de espanto en estos temas, pero eso no evita algún sobresalto desagradable. Ese ha sido el caso, doloroso por tratarse de una publicación del prestigio y la solvencia de EL PAÍS, de una información (lunes 12 de marzo, en estas páginas de Comunidad Valenciana) que parecía inspirada al alimón por los gabinetes de estrategia electoral de populares y socialistas. Bajo un titular aparentemente inocuo o informativo (PP y PSPV auguran para 2003 las primeras Cortes bipartidistas), sustentado por fuentes sin identificar de estas formaciones y por una serie de análisis del redactor, se esconde un ejercicio de legitimación y glorificación del bipartidismo que, como poco, despierta abundantes sospechas sobre las verdaderas intenciones del artículo.

Podríamos concluir, con esfuerzo, que las interpretaciones y razones que las fuentes populares y socialistas utilizadas aducen para llegar a la misma conclusión, es decir, que el 2003 dibujará un triste parlamento bicolor, son discutibles pero legítimas, y que el redactor se limita a trasladar al papel las valoraciones necesariamente interesadas de sus fuentes. Nada nuevo. Pero más difícil de tragar es el despiece que acompaña la información y que, tras hacer una afirmación disparatada ('Un parlamento a dos es inédito en la historia reciente de la democracia española, pero no tiene por qué ser perverso'), se dedica, por si al lector le quedaba alguna duda sobre la orientación del reportaje, a glosar una serie de supuestos beneficios del bipartidismo parlamentario para la acción de gobierno y oposición que provocan sonrojo, y deja entrever intenciones más persuasivas que descriptivas. Un despropósito en un diario que se suponga serio.

En todo caso, me veo en la obligación, penosa, por obvia, de desmontar los pilares sobre los que se construye la idea general. El intento malintencionado, al que se presta la información, de sugerir que las formaciones minoritarias son un incordio para la acción de gobierno y oposición es un ataque directo a la democracia parlamentaria y a la pluralidad, además de un contrasentido. Un parlamento bicolor sería un traje a medida de los dos grandes partidos, libres así de dar mayores explicaciones o de encontrarse con posicionamientos incómodos, pero dejaría fuera del juego parlamentario las aspiraciones, ideas y planteamientos de una parte importante del electorado, ahora mismo superior al 15%, que ha decidido depositar su confianza en Esquerra Unida, el Bloc Nacionalista Valencià, Els Verds o la propia Unión Valenciana. Además de que se establece una distinción inaceptable entre votantes de primera y de segunda categoría, parece claro que un Parlamento bicolor no enriquecería precisamente el debate sino que lo empobrecería hasta límites insospechados. Es un hecho constatado, por no ir más allá, que la presencia de Esquerra Unida en el parlamento, de la que no tenemos por qué disculparnos, porque así lo ha decidido la ciudadanía, sirve como acicate a la labor de oposición del PSPV-PSOE, que ha de motivarse, por número de iniciativas parlamentarias, para no quedar en evidencia. Además, ¿alguien se atreve a sugerir que la incomodidad que le crea al PP la presencia de una formación que le plantea una batalla abierta es una circunstancia negativa? ¿Qué dislate es ése?

Por no extenderme más, el reportaje contiene una perversión mayor aún. Partiendo de ese análisis, parece que el mensaje que se quiere trasladar a las formaciones ninguneadas es 'disuélvanse o intégrense en la verdad revelada que representan los dos grandes partidos'. Por nuestra parte que no cuenten porque no entra en nuestros planes dar ninguna de esas satisfacciones a las que se aspira.

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Joan Ribó es coordinador de Esquerra Unida.

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