Sobresaliente
Trece inexpresivas letras, escritas junto a mi nombre con tinta negra en triste tablón de cualquier departamento. ¿A quién le hace ilusión? A mí, no, os lo aseguro. Esta calificación puede servir, como mucho, para que mi madre le cuente a mi tía del pueblo lo guapo y lo listo que es su sobrino, y poder ser así la envidia de una familia en la que los estudiantes brillan por su ausencia. También pueden generar una infundada envidia y relegarte, ineludiblemente, al exclusivo y selecto club de los empollones. Nadie recompensa nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, las horas sin dormir para tratar de asimilar los monstruosos temarios en los días previos al examen. Los planes de estudio no nos favorecen, los horarios no respetan nuestro derecho al ocio, los departamentos rebosan de personas contratadas no por sus aptitudes, sino por una política enchufista que corroe cada despacho. Tan sólo somos números, expedientes a los que muy probablemente ningún profesor felicitará nunca por sus brillantes resultados.
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