Idilio ruso-iraní
VLADÍMIR PUTIN está aplicando minuciosamente su estrategia de diversificar los intereses de la política exterior rusa y tratar de llenar a la vez, por cualquier medio, sus exhaustas arcas. El último ejemplo es la luna de miel con Teherán, puesta de manifiesto en la visita de Mohamed Jatamí, primer presidente iraní que viaja a Moscú tras la revolución de 1979. Ambos Gobiernos han suscrito un tratado bilateral por el que el Kremlin se compromete a vender armas convencionales al régimen iraní y a contribuir al desarrollo de su industria nuclear.
Putin y Jatamí niegan que su acuerdo vaya contra terceros y aseguran que su propósito último es contribuir a la estabilidad de una región común. El móvil real del acercamiento, sin embargo, es el designio compartido por Moscú y Teherán de hacer la vida lo más incómoda posible para EE UU en cualquier parte del mundo. La renovada alianza entre los dos Gobiernos, que con frecuencia se han visto alineados en el mismo campo en conflictos regionales, desde Afganistán al Cáucaso, obedece no tanto a que compartan intereses cuanto a que comparten enemigos.
Putin se ha caracterizado desde su llegada al poder por la escasa congruencia entre sus proclamas y sus actos. Los procedimientos utilizados por el Kremlin -ya se trate de Chechenia, de libertades informativas o de respeto por los derechos humanos- no tienen que ver con los principios democráticos a los que Rusia dice adherirse. Irán es el tercer cliente militar de Moscú, después de China e India, y Rusia se había comprometido con EE UU en 1995 a no vender más armas a Teherán. Putin decidió a finales del año pasado desligarse de este pacto. Su iniciativa no fue probablemente ajena a la conocida intención de George Bush de llevar adelante el proyecto de escudo antimisiles para protegerse, en teoría, de regímenes como el iraní.
La renovada alianza con Teherán no ayudará al acercamiento que Putin pretende con Washington. El Departamento de Estado ha sido tajante al advertir contra la venta a un Gobierno que considera hostil de armamento o tecnologías avanzadas. EE UU teme a un país donde Rusia ya construye un reactor atómico y pretende instalar más. Teherán ha firmado el Tratado de No Proliferación, pero el régimen de los ayatolás, sometido a embargo militar occidental, no oculta sus ambiciones en este terreno. Rusia, donde todo vale con tal de llevar dinero a los cofres públicos, tiene varias políticas exteriores. Una de ellas la dicta el Ministerio de Energía Atómica, proclive a facilitar a Irán la tecnología de enriquecimiento de combustible que precede a la bomba.
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