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Columna
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¡Ah!

'El hierro con hierro se aguza, y el hombre aguza a su prójimo', se lee en el libro de los Proverbios atribuido a Salomón. Un libro de dísticos antitéticos: poemillas que constan de dos versos y encierran un concepto ajustado; un concepto que implica contrariedad entre dos juicios relativos al comportamiento humano. Al hierro se le saca punta con el hierro, lo mismo que el hombre aguijonea e incita al hombre, dicen las Sagradas Escrituras, de las que deben ser buenos conocedores los obispos mitrados valencianos. Nuestros obispos andan estos días ocupadísimos por tal de elevar a los altares a centenares de víctimas inocentes de la última guerra incivil que asoló estas tierras. Víctimas que merecen todo respeto, pero víctimas de una orilla solamente cuando la barbarie tuvo dos orillas y víctimas inocentes en cada una de ellas. Claro como una lámpara y simple como un anillo, porque el recuerdo salpica todavía a muchísimas familias valencianas e hispanas, a pesar del tiempo transcurrido. Un recuerdo acompañado generalmente por el más absoluto rechazo al disparate de las guerras inciviles, que, con ser todas, las fraticidas son peores: hierro que se aguza con hierro.

Por eso miles y miles de valencianos no acabamos de ver con claridad el porqué de la presencia de Eduardo Zaplana, Carlos Fabra, Rita Barberá, Fernando Giner, Jaume Matas, Juan Cotino, Agustín García Gasco y Juan Antonio Reig Pla en la Plaza de San Pedro. Conservando y venerando el recuerdo de la dignidad y virtudes cristianas sólo de las víctimas de una orilla aguzada con hierro, se lastima el recuerdo de la dignidad y virtudes humanas de las víctimas de la otra orilla que también estuvo aguzada con hierro.

El hierro de la pelea fraticida del 36 parece como si estuviera latente todavía. Y no hay razón para la sinrazón incívica. El católico Miguel Delibes dejó esto último archiargumentado a través de algunos de sus personajes novelescos tan ficticios como verosímiles. En Las ratas, el Rabino Chico le pregunta a Don Zósimo, el cura de pueblo, que 'por qué hombres con la cruz al cuello asesinaron a su padre'. La respuesta del cura es antológica: 'Mi primo, Paco Merino, era párroco de Rodalena, en el otro lado hasta anteayer. ¿Y sabes como ha dejado de serlo? (...) Lo amarraron a un poste, le cortaron la parte con el guillete y se lo echaron a los gatos delante de él, ¿Qué te parece?' Y añade Delibes que el Rabino Chico cabeceaba, pero dijo: 'Los otros no son cristianos, señor cura'. Y Don Zósimo le respondió pacientemente: 'Mira Chico, cuando a dos hermanos se les pone una venda en los ojos, pelean entre sí con más encarecimiento que dos extraños'. Y cuando terminó de hablar el cura, el Rabino Chico soltó por todo comentario: '¡Ah!'.

Ese mismo comentario nos origina la presencia de los poderes y potestades eclesiásticas y del PP a orillas del Tíber para venerar con peineta y mantilla las víctimas inocentes de sólo de una orilla de la guerra incivil. Eduardo Zaplana, Carlos Fabra, Rita Barberá, Fernando Giner, Jaume Matas, Juan Cotino, Agustín García Gasco y Juan Antonio Reig Pla podrían entretenerse leyendo algunas de las preciosas narraciones del católico Delibes.

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