_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Despreciables

El encierro contra la Ley de Extranjería que un grupo de inmigrantes magrebíes mantiene todavía, a la hora de escribir esta columna, en la Universidad de Almería es otra prueba del abismo cultural que nos separa de ellos. Hace tres semanas decidieron encerrarse en la universidad porque consideraron con una ingenuidad conmovedora que esta institución es el motor social de Almería. Aunque los profesores no tienen competencias para darnos papeles, debieron de pensar, sí podrán usar su prestigio ante la sociedad para mediar en el conflicto. Alguien tendría que haberles dicho que si lo que buscaban era que las fuerzas verdaderamente vivas de la sociedad almeriense se comprometieran con sus demandas, deberían haberse encerrado en el estadio del club de fútbol Polideportivo Almería, en el Centro Comercial Mediterráneo, en la célebre taberna Casa Puga o en la Cofradía del Santo Sepulcro. Su protesta hubiera tenido más repercusión en cualquier otro lugar; hasta en el descampado donde se levanta el real de la Feria hubieran recabado más apoyo que en el erial de la universidad.

Hace tiempo que ninguna universidad española puede considerarse centro neurálgico de ninguna sociedad, y la de Almería no es una excepción. Al contrario de lo que hubiera sucedido hace veinte años, el encierro de unas personas protestando contra una ley manifiestamente injusta apenas ha perturbado el monótono discurrir de la vida universitaria. Unos cuantos estudiantes se han solidarizado con los encerrados, y han tratado sin éxito de convocar a sus compañeros. Me consta que muchos de mis alumnos no hacen suyas en absoluto las reivindicaciones de estos ni de otros inmigrantes. Afortunadamente hay otros que sí, pero de ellos sólo una minoría está dispuesta a abandonar la desidia para participar en algo que no sea la foto de la orla o una paella gigante contra el hambre en el mundo. Entre los profesores y el personal no docente hay quien conserva todavía cierta sensibilidad en este asunto, pero la mayoría no se siente tan estimulada por esta causa como lo estará cuando haya que reclamar los atrasos de los funcionarios. Los únicos que no se han mostrado pasivos han sido los dirigentes de la universidad. Primero contrataron un ejército de guardias, como si en vez de miserables sin papeles fueran terroristas internacionales; a continuación les sacrificaron corderos; y por último se quejaron de lo carísimo que les estaba saliendo el encierro. Hace unos meses una protesta parecida en una iglesia de Almería se solucionó sin tanta policía, más económicamente, gracias a los buenos oficios del párroco, del Ayuntamiento y de la Subdelegación del Gobierno. Es cierto que en este asunto las instancias oficiales han dejado solos a los gestores de la universidad, y que el Subdelegado del Gobierno ha esperado tres semanas antes de dar señales de vida; pero eso es algo que no debe extrañar: la indiferencia que este encierro ha provocado en los políticos socialistas y populares de Almería es la prolongación del desinterés mostrado por la comunidad universitaria, el fiel reflejo al fin y al cabo del desprecio que estos asuntos suscitan en la mayoría de los almerienses y en casi todos los españoles.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_