_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cerebros

La naturaleza nunca desperdicia nada, por eso el hombre aún conserva los tres cerebros que ha ido acumulando a lo largo de la evolución durante millones de años. Nuestros tres cerebros están superpuestos. Uno de ellos es equivalente todavía al del reptil y anida en la base del encéfalo, al cual sirve de fundamento. Otro se halla en mitad de la sesera, se llama límbico, y a él le debemos las sensaciones puras que compartimos con todos los mamíferos superiores. Coronando este engrudo aparece el cortex desde donde el primate inició el raciocinio que lo llevó hasta el pensamiento abstracto incluyendo también las razones para sentirse un miserable. Los tres cerebros están en activo, mutuamente implicados, aunque algunas personas desarrollan más uno que otro, según les vaya en la vida. En este momento de nuestra evolución el cortex experimenta una tensión expansiva, hasta el punto que alguno de sus bulbos ya choca contra las paredes del cráneo buscando la salida. De hecho, gran parte de su labor ya la hemos cedido a organismos exteriores metálicos y puede que dentro de poco los seres más evolucionados lleven medio cerebro extracorpóreo en una cartuchera colgada del cinto. Nuestro cerebro no está diseñado para entender el universo, por eso el empeño incontenible del cortex por penetrar en el misterio de la materia tal vez nunca llegará a nada e incluso los más pesimistas creen que nos llevará a la propia destrucción. En cambio, ese estrato límbico del cerebro que nos hizo mamíferos ha alcanzado unas cotas sublimes. Después de haber refinado hasta el extremo las emociones y sentimientos que genera ese pedazo de seso, de él parte el amor a Beatriz, la duda de Hamlet, la locura del Alonso Quijano, la Novena de Beethoven y cualquier placer o dolor nuestro, por leve que sea. Pero nos queda todavía dentro el cerebro del reptil. En su momento de esplendor los reptiles fueron los primeros animales que empezaron a marcar el territorio y a desarrollar el instinto de dependencia, dos características que nos transmitieron y que aun nos pertenecen. ¿Acaso no conoce usted a gente que, si bien parece caminar muy erguida, en realidad va arrastrándose por el suelo? Si alguien piensa que su patria es un territorio exclusivo y se crea inferior o superior a otro, en el fondo está usando todavía el cerebro de un antepasado que hace millones de años no era sino una simple lagartija.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_