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Reportaje:JORDI GARCÉS Y ENRIC SÒRIA | ARQUITECTURAS

La reconversión de un hospital en museo

Frente a las grandes edificaciones de nueva planta para albergar pinacotecas, el caso del Museo de Navarra se presenta como una propuesta más sencilla, pero con una resolución muy interesante desde el punto de vista arquitectónico. Rehabilitado en 1986 por Jordi Garcés y Enric Sòria, supone la recuperación de una construcción de origen renacentista que se había quedado anticuada desde su transformación en museo en 1952 por José Yárnoz Larrosa.

El Museo de Navarra cuenta en sus fondos con piezas de calidad, que abarcan varios milenios de historia de este territorio, con especial atención a períodos fecundos, como la presencia romana o su larga etapa de reino. Pero las nuevas líneas de trabajo de la museística obligaban a una transformación tanto del edificio como de la concepción expositiva de cada sala.

Se optó por exhibir las obras más interesantes, y disponer así de más espacios para exponer de forma más espectacular algunas de las obras, como los mosaicos romanos o los frescos románicos. Todo ello sin dejar de lado la propia personalidad de los arquitectos, profesionales reputados en su oficio, que han dejado su huella en construcciones emblemáticas como el Museo de la Ciencia de Tenerife o la Casa Salgot.

La marca de Garcés y Sòria se vislumbra desde la entrada al museo. El visitante accede a este extremo del casco antiguo, en la Cuesta de Santo Domingo, con la perspectiva más que suficiente para disfrutar de la doble fachada que presenta el edificio. Así, junto a la de la capilla del antiguo Hospital de Nuestra Señora de la Misericordia se ha mantenido la de este edificio, único resto del mismo. Esta portada se inserta en una fachada nueva que, al mismo tiempo que sirve de entrada al edificio, realza esa aportación única de la arquitectura renacentista civil en Navarra, obra de Juan de Villarreal y Martín de Azcárate.

Ya en el interior, el trabajo de los arquitectos catalanes se centró al mismo tiempo en dotar a la pinacoteca de carácter público, con todas las instalaciones habituales (salón de actos, sala de exposiciones temporales y otros servicios), así como de modificar los espacios para que el visitante disfrute de un paseo de estilo moderno en un edificio antiguo.

Si ha llamado la atención del visitante esa doble portada un tanto extravagante en principio, ya desde el recibidor se tiene la certeza de que no hay delirio en el diseño del edificio. Se recuperó el patio central, cubriéndolo, para que sirviera de punto de salida a todas las instalaciones de museo. Se trata de un salón con una fachada recta a la que se opone la pared interior en forma curva, abierta sólo por los vanos que dan entrada a otras salas. Desde aquí se accede a las distintas dependencias, y se puede disfrutar, a través de una amplia cristalera lateral, de algunas de las mejores aportaciones del museo: esos mosaicos romanos colocados en la fachada lateral de la capilla contigua que, de este modo, también aporta su grano de arena a la exposición de piezas.

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El suelo del patio exterior se ha cubierto de cantos rodados, salvo en un estanque que sirve para iluminar la planta del sótano. Justamente debajo, se ha colocado uno de los mosaicos más atractivos en la única anomalía cronológica de todas las salas, ya que en ésta se muestran las piezas de la prehistoria navarra. Lo que podría configurarse como un lugar sombrío, más destinado a almacén que a sala de exposiciones, se convierte con este juego de luz natural y sombras en uno de los espacios más atractivos, con un aire rupestre, ideal para la colección elegida.

Después de esta incursión en el subsuelo, el recorrido prosigue por el edificio, con una distribución temporalmente lineal, que lleva desde la Romanización en la primera planta al siglo XX en la última. Como en la sección dedicada a la prehistoria, Garcés y Sòria se han empleado a fondo para intentar ubicar cada pieza en el mejor ámbito posible. Atendiendo a las características concretas de obras y colecciones los arquitectos han aprovechado cada uno de los espacios del edificio.

Porque, como ha señalado Josep María Montaner (arquitecto y autor de obras como Los museos de la última generación y Nuevos museos: espacios para el arte y la cultura), 'este tipo de museo se basa siempre en atender a las características de las piezas, pensando soportes y conformando espacios en relación a la forma e importancia de cada uno de ellos'.

Según Montaner, Garcés y Sòria han seguido en esta ocasión una máxima que pusieron en práctica profesionales italianos en los años sesenta como Carlos Scarpa, Franco Albini o el equipo BBPR: instalar colecciones cerradas de arte en viejos edificios históricos.

Los artífices del Museo de Navarra han llevado a cabo esta voluntad con acierto, tal y como reconoce Montaner, cuando señala cómo la arquitectura ha sido capaz de revalorizar con sus espacios y sus cualidades, la singularidad de cada colección artística. Y equipara el trabajo realizado en el Hospital de la Misericordia de Pamplona con la Fundación Tapies de Barcelona o el IVAM de Valencia.

Para comenzar, destaca la iluminación de las salas en general, y de cada pieza en particular. Jordi Garcés y Enric Sòria son dos de los principales valores de la escuela catalana de arquitectura. Su trabajo se ha caracterizado siempre por una vinculación con la luz.

En palabras de José Luis González Cobelo, se trata de 'una arquitectura hecha de luz y de atmósfera, una arquitectura que reflexiona sobre el espacio visual como ámbito de la mirada'.

Ahí reside uno de los grandes aciertos de la configuración realizada por los arquitectos catalanes en esta decenas de salas: se pierde, afortunadamente, la sensación de repetición que tiene el museo clásico, incluso cuando como en el de Navarra, la propia estructura de las plantas incline la balanza sin duda hacia la monotonía.

El cuidado con el que se ha atendido a la exploración minuciosa de la lógica organizativa hubiera complacido al propio Mies van der Rohe, tal y como señala González Cobelo.

Y todo sin llamar la atención con excesos, sino porque se ha buscado el mejor contexto para cada pieza. Aunque también hay críticas como las que se refieren al color de las paredes en algunas zonas de exposición, como en la sala dedicada al retrato del marqués de San Adrián, de Goya.

Una sala del Museo de Navarra.
Una sala del Museo de Navarra.LUIS AZANZA

Perfil

Jordi Garcés y Enric Sòria transformaron el Hospital de la Misericordia desde el respeto. Su trabajo en Pamplona, reconocido en repetidas ocasiones, ha sido uno de los buques insignia de la arquitectura de museos en España, junto a las obras de Moneo en Mérida o Navarro Baldeweg en Murcia.

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