Jugar con fuego
La decisión de la OTAN de permitir que fuerzas serbias comiencen a patrullar en los próximos días en la estrecha zona de nadie que bordea Kosovo junto a Macedonia está cargada de riesgos. La escalada armada de los extremistas albaneses en la franja desmilitarizada de cinco kilómetros que separa Kosovo del sur de Serbia se ha ampliado ahora a los límites con Macedonia. El domingo cayeron tres soldados de esta diminuta ex república yugoslava, y su Gobierno ha pedido ayuda internacional para combatir un alarmante foco de desestabilización.
La actividad de los pistoleros albaneses se había circunscrito hasta ahora al valle de Presevo, en el interior de Serbia, limítrofe con la zona de nadie y poblado mayoritariamente por albaneses. En los últimos meses han muerto allí cerca de 40 policías serbios. Pero su extensión al sureste amenaza ya a Macedonia, un país cuyo equilibrio interno pende de un hilo con un 30% de población albanesa. Por añadidura, las fronteras de Macedonia con Serbia han permanecido en disputa durante diez años y sólo la semana pasada han sido formalmente delimitadas entre Belgrado y Skopje.
La vuelta de fuerzas serbias al borde mismo de Kosovo, aunque sea de forma controlada y sin armamento pesado, levantará ampollas en una región donde sigue vivo el rescoldo del genocidio perpetrado por Milosevic antes de que la OTAN forzase la retirada de sus tropas. Y si es cierto que Belgrado ya no es la capital del terror, también lo es que sus Fuerzas Armadas, incluidas la policía especial y la de fronteras que patrullarán la zona, distan mucho de haber sido reformadas, ni en su composición ni en su espíritu.
La decisión de la Alianza, adoptada con grandes reticencias estadounidenses, oculta en realidad su ineficacia para controlar con 36.000 soldados la escalada de los irredentistas albaneses que operan en la periferia de su zona de cobertura. Quizá la presencia armada serbia en lugares que conocen a la perfección pueda disuadir algo a la guerrilla. Pero también es probable que contribuya a inflamar un odio étnico absolutamente vivo. Kosovo, de hecho un protectorado internacional, sigue viviendo la ficción de ser todavía una provincia serbia y se ignora cuándo habrá elecciones y cuál será su estatuto final.
Macedonia es, por su emplazamiento, su indefensión y su delicada convivencia entre eslavos y albaneses, una pieza clave de los Balcanes, cuya estabilidad ha de ser protegida a toda costa. Pero cabe cuestionarse si la mejor forma de hacerlo es recurriendo a Belgrado. La Alianza debería estar en condiciones de garantizar por sus propios medios la paz en la zona más crítica e inestable de Europa.
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