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Sáhara: ¿dos meses para la paz?

Coincidiendo prácticamente con el 25º aniversario de la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática, el secretario general de la ONU ha presentado un nuevo informe al Consejo de Seguridad sobre la situación en el Sáhara Occidental. El último mandato de la Minurso, la misión de la ONU encargada de organizar el referéndum previsto en el plan de paz, finalizaba el 28 de febrero, y Kofi Annan ha propuesto una nueva prórroga de dos meses, hasta el 30 de abril. En este periodo, su enviado especial, James Baker III, liberado de sus tareas electorales en los Estados Unidos, se dedicará a constatar hasta qué punto 'Marruecos, como potencia administradora del Sáhara Occidental, está dispuesto a ofrecer o a apoyar una transferencia (devolution) de autoridad auténtica, sustancial y acorde con las normas internacionales, en beneficio de todos los habitantes y ex habitantes del Territorio'. Si no se produjera este ofrecimiento o apoyo por parte de Marruecos, añade Annan, 'la Minurso recibirá instrucciones para empezar con rapidez los trámites para el examen de las apelaciones pendientes en el proceso de identificación, independientemente del tiempo que pueda suponerse que tomará su finalización'.

Me parece que esto quiere decir, en román paladino, que, de acuerdo con su enviado Baker, Kofi Annan pide a Marruecos que en dos meses concrete una propuesta de arreglo político del contencioso saharaui, en la línea de un autogobierno del territorio, y 'amenaza' con zanjar la cuestión del censo y plantear la celebración del referéndum, sea cual sea el tiempo necesario para ello, aunque probablemente sin la presencia de la Minurso, ni con garantías de aplicación del resultado. Creo que Annan, que está siendo criticado por este informe, está en su papel actuando para tratar de resolver no sólo en el plano de los principios, sino también en el de las realidades concretas, una crisis que dura desde hace más de un cuarto de siglo, que ha originado grandes sufrimientos y problemas y que está ahora en un impasse casi total. Todos los que seguimos con atención el problema saharaui sabemos que hay muy escasas posibilidades, si es que las hay, de que el referéndum, tal como se dibujó en los acuerdos de Houston (es decir, en una alternativa de anexión o independencia, en la que 'quien gana se lo queda todo'), llegue a celebrarse. Máxime si, como dice Annan en su informe, 'mi enviado especial también me ha informado de que ésta es la última solicitud de mandato que apoyará'.

El documento de Annan vuelve a plantear con fuerza lo que ha venido a denominarse la 'tercera vía' para resolver el conflicto sahariano. Es un término, en este momento, bastante confuso y polémico. Confuso, porque nadie hasta el momento ha concretado mínimamente una propuesta que le dé consistencia y esta inconcreción alimenta la polémica. Además, se ha identificado hasta tal punto la 'tercera vía' con una añagaza marroquí, que hasta Abraham Serfaty, un hombre que siendo marroquí pagó con largos años de cárcel y exilio su defensa del derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui, ha sido acusado nada menos que de 'vendido' por ciudadanos españoles, justamente por defender la necesidad de una 'tercera vía' de negociación política entre Marruecos y el Polisario.

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Sin embargo, una 'tercera vía', como salida políticamente acordada por las partes, nunca podría consistir, por pura lógica, en la propuesta unilateral de una de ellas. Ni, como dicen quienes se oponen a ella, en una mera añagaza para no celebrar el referéndum. Aunque Marruecos, bajo el impulso de sus responsables más clarividentes, respondiera plenamente a la llamada de Annan y presentara una propuesta de la más amplia autonomía, es muy difícil imaginar que el Polisario la aceptara. De hecho, los discursos de Tinduf durante los actos de conmemoración del 25º aniversario de la RASD muestran claramente este rechazo a una simple devolución de autonomía a las 'provincias del sur'.

A la eventual propuesta marroquí solicitada por Kofi Annan, el Polisario ya ha respondido por anticipado, en su carta al secretario general de la ONU de 22 de febrero, rechazándola de antemano, 'en la medida en que representa una negación del derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación'. Hay ahí más precisión y matiz, como es lógico, que en los discursos de Tinduf. Se objeta que si dos partes han acordado la celebración de una consulta popular de autodeterminación, no parece congruente que ésta sea sustituida por un simple proceso de 'devolución de autoridad gubernamental' por Marruecos. Si se quiere una salida al impasse actual, no puede ignorarse el dato esencial de esta actitud.

Incluso si se admitiera que, como sostienen unánimemente los marroquíes, el conflicto saharaui tuvo un origen artificial, en el contexto de las difíciles relaciones de su país con Argelia, parece evidente que hoy, tras veintisiete años de lucha, éxodo y sufrimiento, este conflicto no va a superarse con una simple lógica de devolución, autogobierno o regionalización.

Los elementos de dignidad de unos y otros, muy especialmente de los que han combatido y de los que han sufrido a lo largo de este cuarto de siglo, son absolutamente esenciales. Tantos años de lucha exigen, en primer término, el mutuo reconocimiento del honor y la dignidad de los combatientes, con sus correspondientes garantías de seguridad y de futuro. El Polisario armado no debería dejar las armas o, en todo caso, debería hacerlo a través de un acuerdo ' a la centroamericana' que garantizara un papel básico en la situación futura a todos los que lucharon.

Y un cuarto de siglo de sacrificios populares exige el respeto a la dignidad del pueblo saharaui; es decir, de todos los habitantes y ex habitantes del Territorio. Así, un acuerdo político debería incluir el refrendo democrático a las soluciones pactadas por los habitantes y ex habitantes del territorio saharaui, dando así cumplimiento a acuerdos anteriores. No se trataría, por lo tanto, de una simple transferencia de competencias que confirieran una 'autoridad auténtica, sustancial y acorde con las normas internacionales' (por usar los términos de Kofi Annan en su informe), sino de algo más sustancial y mucho más digno: el reconocimiento de las especificidades, los derechos y los lazos mutuos, en la más fiel interpretación de la sentencia del Tribunal Internacional de La Haya de 1975. Significaría la paz, en el honor y la dignidad de todos, y un reconocimiento mutuo que siempre trae al final la reconciliación. Ello abriría espléndidas posibilidades a un nuevo enfoque de la cuestión vital de la unión y del desarrollo del Magreb, en el marco de una Unión del Magreb Árabe moderna, estable y sin pretensiones hegemónicas.

No sé si existen muchas posibilidades para avanzar en una vía de negociación política de este tipo en estos dos meses. Constato, en todo caso, que los demás caminos están obturados y que el trágico escenario de la reanudación de la guerra no es descartable. Cuando he hablado de todo ello con mis buenos amigos de una y otra parte, he hallado una atención que me parecía ir más allá de la cortesía. Pero tal vez han sido ilusiones infundadas, fruto de la profunda simpatía que siento por ellos, de la magnífica hospitalidad que les caracteriza y de la angustia que me produce la situación actual. Que me excusen, por consiguiente, si mis planteamientos les parecen los de un entrometido.

Raimon Obiols es eurodiputado y presidente de la delegación del Parlamento Europeo para los países del Magreb y la UMA.

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