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VISTO / OÍDO
Columna
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Curar el divorcio

Un Estado americano, Colorado, va a decidir que las parejas que quieran divorciarse se sometan antes a una cura de un año. Si no se curan, se les divorcia. Dato tópico, que se hace notar: la derecha clásica, el Partido Republicano, inventa la ley, y la derecha moderada, el Demócrata, se opone. Una medida bastante más razonable sería la de someter a una terapia a los que quisieran casarse. Normalmente, ya no se quieren casar más que los que no pueden: los curas, los homosexuales. Lo entiendo muy bien porque la sociedad burguesa, el código Napoleón y el catolicismo español crearon unas ventajas civiles para el matrimonio en materia de herencias, alquileres, pensiones, protección a la familia, que otros desean tener también en una sociedad justa. Pero sabemos que no la hay ni puede haberla. Apenas sale una revolución, las sociedades burguesas comienzan a socavarla y a desnaturalizarla y, aunque tarden setenta años, acaban con ella y hasta borran lo que fuera su ideario. Cuando lo han conseguido, se preguntan por qué no van a acabar con la democracia, una vez que consiguieron acabar con el comunismo y con el nazismo.

Lo peor que tiene el divorcio, el amor libre, la pareja de hecho, es que no engendra; y los conservadores creen en la abundancia de población, porque tienen un pasado de siervos de la gleba, de infantería, de montaje en cadena. Los premios al matrimonio, como los que Franco daba a la natalidad, se basaban en eso. La Iglesia no hacía más que poner el espectáculo, el 'marco incomparable' de las bodas de blanco y su trocito de infierno para la transgresión. Mucho valía porque hoy una considerable mayoría se casa por la Iglesia (suelen decir: 'es por mis padres'), aunque se divorcian igual.

En Madrid se ha igualado el año pasado el número de matrimonios y el de divorcios. Los cambios automáticos de la sociedad lo fuerzan: la vida es enormemente larga como para pasarla con una sola persona, la mujer trabaja y puede separarse sin ir a la ruina, la libertad sexual es para todos y no supone un aliciente. Las leyes de divorcio, tan penosas, siguen penalizando al hombre (la vivienda, los hijos, la pensión), que a veces se abstiene pero otras prefiere esa eternidad del castigo económico para toda la vida. Pero la lucha contra el divorcio, la razón eclesiástica, la natalidad que abarata el trabajo (más oferta que demanda, como en este país ideal para el derechismo) distingue al conservadurismo. Y es la época de Bush.

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