Puebladas
Siempre he defendido públicamente, incluso en este mismo espacio, la buena voluntad del lehendakari Juan José Ibarretxe en sus sucesivos llamamientos a la sociedad vasca a comprometerse activamente en favor de la paz y el diálogo. Sin embargo, no logro entender qué sentido tiene la convocatoria del día 10 de marzo. Especialmente cuando se acaba de señalar la fecha de las elecciones. Por supuesto, me resultaría muy fácil entenderlo y valorarlo si dejara de creer en las buenas intenciones de Juan José Ibarretxe: si creyera que se trata de un abuso consciente de poder, si pensara que es un ejercicio expreso de ilegitimidad. No lo creo. Es precisamente porque, en contra de lo que tantas veces se afirma desde la oposición, el lehendakari y el Gobierno que preside son legítimos por lo que no tiene sentido un acto así.
Para empezar, las manifestaciones ciudadanas deben tener siempre un destinatario claro. Me dirán que en el caso que nos ocupa no puede estar más claro. Por un lado se dice 'sí a la vida', luego es evidente que el destinatario del clamor ciudadano es ETA, a quien se demanda una vez más que deje de matar. De acuerdo. Pero por otro se dice 'sí al diálogo': ¿quién es el destinatario de este segundo mensaje? Todos, algunos... No puede tratarse de una reivindicación genérica, de la expresión de una demanda moral, prepolítica, pues tal cosa es propia de un grupo pacifista pero no de un dirigente político. ¿O es que acaso se pretende representar una especie de revuelta popular contra la posición de algunos partidos políticos? Hablando en plata: ¿alguien cree de verdad que los votantes del PSE y del PP van a salir a la calle a secundar una convocatoria contra sus propios dirigentes, los mismos a los que van a votar con toda seguridad dentro de mes y medio?
Dejando a un lado la inconveniencia suprema de mezclar ambas cuestiones, paz y diálogo, y más aún la de poner en un mismo plano a quienes (indiscutiblemente) atentan contra la vida y a quienes (discutiblemente) rechazan el diálogo, hay que decir muy fuerte que la sociedad vasca no está para puebladas, como denominan a los levantamientos populares en Latinoamérica. Contra ninguna forma de pueblada, que es esta una tentación demasiado extendida en nuestra tierra, pues afecta a organizaciones políticas, a movimientos sociales y a intelectuales de todos los colores. Que nadie se equivoque: hoy y aquí la calle no da lo que no dan las urnas. La calle no expresa más voluntad popular que las elecciones democráticas. Sí en otros tiempos, sí en otros lugares, pero no en esta sociedad vasca. Las apelaciones directas al 'pueblo', más aún los llamamientos a que este 'tome las calles', tienen poco que ver con una sociedad compleja y plural que ha decidido gestionar democráticamente su pluralidad. A estas alturas de la historia, afortunadamente, sabemos y podemos distinguir entre las distintas lógicas y los distintos espacios que constituyen la democracia, sin confundir el voto con la movilización ciudadana. Lo cual quiere decir que en muy contadas ocasiones habremos de lanzarnos a las calles para oponernos a aquellos a quienes hemos dado nuestro voto. Y esta no es una de esas ocasiones.
A la manifestación convocada por el lehendakari en Bilbao acudirán tan sólo los que ya estuvieron en el Kursaal: los partidos que forman el Gobierno vasco, algunas organizaciones sociales y personalidades. No acudirán más y aún está por ver si no acabarán acudiendo menos. No estará, pues, la sociedad vasca. Ni siquiera la mayoría de la sociedad vasca. Esa sociedad vasca mayoritaria a la que todos recurrimos en algún momento para legitimar nuestras propuestas y a la que hemos querido ver en los últimos años tras todas y cada una de las pancartas y consignas, de los espíritus y de los manifiestos, por más contradictorios que fueran entre sí. Esa sociedad a la que, al final, acabaremos convirtiendo en arma arrojadiza contra nosotros mismos.
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