La crisis interna que sufre el Partido Laborista deja huérfana a la izquierda de Israel
Voces críticas piden un regreso a los orígenes socialistas que fundaron el Estado en 1948
'Nuestra crisis es la consecuencia lógica de todo partido que pierde el poder', asegura a EL PAÍS Abraham Hatzamri, miembro del comité central y director del departamento internacional del Partido Laborista. Hatzamri trata de resumir en una frase la incertidumbre en la que se halla la organización desde que el 6 de febrero fue derrotada en las urnas con una pérdida de 700.000 votos.
Más allá del fracaso electoral concreto del laborismo, motivada por la 'manera personal con la que Ehud Barak ha venido gestionando el partido en los últimos 19 meses' y por la 'actitud de Yasir Arafat [líder palestino], negándose a firmar los acuerdos de Camp David y haciendo estallar la Intifada', Hatzamri admite la existencia de una 'crisis interna profunda de carácter ideológico', que se ha puesto de manifiesto estos días al discutir su colaboración con el Likud de Ariel Sharon en un Gobierno de unidad nacional o al empezar a buscar una pieza de recambio en la dirección del partido, en sustitución del dimitido Barak.
Una experiencia única
'Durante más de 70 años, los movimientos colectivos de los kibutzim (cooperativas agrarias) y de los mosavs (granjas colectivas)lograron construir las bases ideológicas y económicas de Israel. Fue una experiencia única en el mundo. Habían venido a la Tierra Prometida con un objetivo religioso, pero también para edificar una nueva sociedad basada en conceptos de justicia e igualdad. Pero la crisis económica, iniciada hace dos décadas, lo desbarató todo y los ideales socialistas se disolvieron. (...) El Partido Laborista y la vida política de Israel se han empobrecido', afirma Isaac Navon, a sus 80 años uno de los últimos protagonistas de aquel socialismo utópico, acompañante de David Ben Gurion en el nacimiento del Estado de Israel y que acabó convirtiéndose en 1978 en el primer presidente sefardí del país. Navon se alinea con aquellos sectores del laborismo que creen que hay que regresar a las raíces del socialismo utópico para regenerar el partido.
El planteamiento de este hombre carismático coincide, por ejemplo, con el de Uri Zilbrsheid, profesor de Filosofía Política, quien hace pocos días propugnaba como única terapia 'volver al ideal sionista de la justicia social', para redescubrir 'los valores del movimiento laborista, que fue derrotado en las pasadas elecciones porque ha dejado de ser socialista'.
La crisis de identidad del Partido Laborista no es nueva. Ya estalló con fuerza en 1977, cuando tras ser apeado del poder y quedar fuera de la coalición gubernamental presidida por el Likud. El laborismo perdió el liderazgo que había mantenido durante 29 años. Empezaba una larga travesía por el desierto en la que permanece desde hace 24 años, con la excepción de los tres años del mandato de Isaac Rabin y los otros dos de Ehud Barak. El partido no ha sabido ejercer el papel de oposición ni ha encontrado el modo de reciclarse. Pero hay otras razones organizativas estructurales que justifican la crisis del laborismo: la pérdida de influencia dentro del Histadrut -sindicato histórico fundado en 1920 en el que llegaron a estar afiliados un millón y medio de trabajadores-, cuando sus empresas fueron liquidadas y privatizadas a principio de la década de 1990 y su servicio médico, que daba cobertura al 60% de la población israelí, nacionalizado. 'Nunca nos hemos podido recuperar de esta operación que fue encomendada a Haim Ramón, el actual ministro de Asuntos Internos. Muchos en el partido aún no se lo han perdonado', asegura Hatzamri.
Cambio de sede
La crisis económica del Partido Laborista también se ha agudizado en los últimos meses como consecuencia de la rigidez con que las leyes israelíes contemplan la financiación de los partidos. El aparato laborista se ha visto obligado a abandonar la sede de la avenida Hayarkon, en pleno centro de Tel Aviv, frente al mar, y buscar refugio en un barrio periférico, Sonak Atikba, y a reducir sus empleados.
En este panorama han brotado con ímpetu las luchas de los diferentes clanes. Pero incluso ésta es una zona de tierras movedizas en las que las alianzas se reestructuran en función de los intereses particulares y de la naturaleza de la discusión. La corriente política más estable hasta ahora ha sido la formada en 1990, grupo de los ocho, encabezada entre otros por el ministro de Justicia Yosi Beilin, y que aspiraba a renovar el partido y acabar con la gerontocracia de los Isaac Rabin o de los Simón Peres. Hace tiempo, sin embargo, que esta plataforma ha estallado en mil pedazos, víctima de las disensiones, en un intento desesperado por encontrar el norte.
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