Ahora, Borneo
Cabe preguntarse qué control ejerce un Gobierno sobre una parte de su territorio en la que durante once días una orgía de violencia étnica ha aniquilado a 500 o 600 personas -decapitaciones y canibalismo incluidos- y forzado el éxodo de más de 50.000. El horror de la parte indonesia de Borneo -un ajuste de cuentas por la propiedad de la tierra entre nativos e inmigrantes- viene a sumarse sin solución de continuidad a los asesinatos tribales de las Molucas y las luchas separatistas en Aceh e Irian Jaya, en los dos extremos del archipiélago. Y certifica la situación crítica y el peligro de desmembración real de un país joven, de gran importancia regional y que hace menos de tres años se libró de una interminable dictadura.
La inestabilidad de Indonesia y sus fuerzas centrífugas se alimentan en varios frentes. Ni el gigantesco archipiélago asiático, de más de 200 millones de habitantes, ha conseguido recuperarse del terremoto financiero de 1997-1998, ni la democracia se ha abierto firmemente camino con el incompetente y errático presidente Abdurrahman Wahid -amenazado de destitución por supuesta corrupción-, ni los todopoderosos militares se avienen a su disminuido papel tras la experiencia de Timor y liquidados más de 30 años de despotismo de Suharto. El malestar castrense y su falta de cohesión tienen reflejo en la indiferencia con que las tropas llegadas a Borneo han reaccionado ante las atrocidades.
Yakarta, una vez más, ha respondido tarde a los acontecimientos. Wahid no ha interrumpido una larga gira exterior, pese a las protestas callejeras y las críticas dentro de su propio Gobierno. Su vicepresidenta y eventual sucesora, Megawati Sukarnoputri, recorría ayer los escenarios de las matanzas y descartaba la imposición del estado de emergencia. Pese a que Sukarnoputri describe la situación como la peor desde la independencia, hace 56 años, la hija del fundador Sukarno parece, a su vez, incapaz de remontar un perfil político quietista y pobre. La falta de entendimiento entre ambos dirigentes es un factor más de debilidad.
La crisis de Borneo, última de una larga lista, no está liquidada. El reloj corre contra Indonesia, que necesita aclarar urgentemente su situación política y fortalecer las instituciones democráticas antes de que estalle un nuevo incendio de consecuencias impredecibles. Un vacío de poder es lo último que puede permitirse un país de su envergadura, cuyas dificultades crecientes ya oscurecen el futuro de una región extremadamente volátil.
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