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Columna
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Insostenible

La víspera de la bacanal popular organizada topográfica y milimétricamente que son las Fallas no es el mejor momento para presentar un manifiesto agónico sobre la situación del entrañable barrio de El Carme, de Valencia. Quizás hubiera sido mejor esperar al yermo de después de la batalla para encarar con fuerza el futuro de un proyecto de rectificación que se presenta difícil y, desde luego, sin los apoyos que sería menester. Pero la fecha escogida para gritar a favor de la vida y la habitabilidad de ese viejo solar donde se superponen las Valencias mestizas es cosa de quienes ya no pueden más y lanzan su botella con mensaje al mar de tantas indiferencias, de las autoridades y de las propias vecindades de la urbs (y del entorno de donde procede una parte del nomadeo) que colonizan El Carme fines de semana, fiestas de guardar, y semanas grandes. La Associació de Veïns i Comerciants Amics del Barri del Carme me hace llegar su Manifest per un barri del Carme viu i habitable conmoviéndome el detalle personalizado y el contenido de su denuncia con alternativas adosadas, porque me parece indecente que después de tantos años de propósitos y despropósitos de las políticas municipales para el barrio estemos ante una situación angustiosa donde todo parece apuntar a forzar la desertización del barrio de vecinos sin más, para arrojarlo a la suerte indeseada de hundirse en el movimiento sin alma, en el uso atávico e imperfecto de un local de ocio rodeado de silencio y privado de calor humano.

Nunca hubiera creído que siendo el barrio de El Carme mi escuela universitaria de verdad, habiendo vivido casi todo en lo que creí en ese maravilloso lugar, y sido peregrino en todas las ermitas de la progresía de los setenta, guía y cicerone improvisado de visitas nocturnas de estudiantes de comarcas, con la ayuda del callejero de Vicent Boix y el espléndido libro de Sanchis Guarner sobre La ciutat de València, y apologeta de una fuente sin leyenda como la del Canonge Liñán, o animador de tertulias literarias y políticas en la trastienda de lugares íntimos del Carrer de Dalt y del de Baix, iba a encontrarme a la vuelta del tiempo con este lamentable e insostenible estado de cosas.

Por ello, y desde esta columna quiero corresponder a la amable llamada de solidaridad que me envía Amics del Barri del Carme sumándome a su manifiesto y haciéndoles llegar estas palabras de aliento y apoyo, porque no sólo es de agradecidos defender aquello que un día nos hizo felices o nos enseñó a conocer nuestro pasado, sino de ciudadanos conscientes alinearnos como oposición frontal a cuantos planes por acción y omisión se lleven a cabo en detrimento de la habitabilidad de nuestros pueblos y ciudades.

Pero quiero añadir algo más: no basta con que la Administración sea respetuosa con sus propias leyes y ordenanzas, es menester, además, que se tome como tarea colectiva la de no descuidar la necesaria pedagogía para que los ciudadanos usuarios de estos espacios -donde la inercia parece amparar lo inaudito-, sepan que también a ellos les corresponde una parte de la responsabilidad. Porque si se diera buena cuenta de ese débito, algo del insostenible espectáculo se vería mitigado por el autocontrol de los usuarios. Sin la apuesta por ese autocontrol, ni los mejores propósitos ni la más eficaz de las policías podrían resolver esta angustia que exhuma el Manifest.

Vicent.Franch@eresmas.net

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