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Columna
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Maestros y alumnos

Elvira Lindo

Los que tenemos dificultades para formular un pensamiento abstracto que analice determinados comportamientos sociales nos sentimos profundamente felices cuando leemos cómo otro ha sabido expresar lo que nos costaba tanto. Así ocurre cuando lees Utopía y desencanto, de Claudio Magris. A uno, incapacitado para participar en mesas redondas o en tertulias radiofónicas por no poseer esa rapidez verbal que hace a veces parecer brillantes a los más tontos, le gustaría tener memoria y habilidad para poder repetir las palabras sabias que otro expresó mejor que tú. Magris es, sin duda, uno de esos traductores de cierto pensamiento colectivo. Traduce esa idea que nosotros no sabemos expresar tan atinadamente.

Leímos estos días la encuesta que ha desvelado los índices altísimos de adolescentes, incluso preadolescentes, que consumen alcohol los fines de semana. Es posible que haya gente a la que estos datos le hayan sorprendido, gente, supongo, que no suele salir de casa por la noche, porque los que sí salimos y vamos por la calle con los ojos bien abiertos hemos contemplado el espectáculo de jovencísimos y compulsivos bebedores que ocupan las plazas hasta las cinco o las seis de la madrugada. En todas estas tertulias en las que suele llevarse el gato al agua el que abandera un radicalismo que no compromete a nada hay quien dice -lo he oído muchas veces- que cómo se va a prohibir el consumo de alcohol a unos jóvenes que lo están viendo a diario en la sociedad, o, dicho más llanamente, cómo un padre con un whisky en la mano puede echarle la bronca a un hijo por haber llegado a casa a las tantas y con signos evidentes de haber bebido.

Para nada me gustaría echar mano de aquel antipático refrán de Cuando seas padre comerás huevos, refrán en el que se resumía toda la capacidad de autoridad arbitraria que tenían nuestros padres; hablo de otra cosa, me refiero a que un adulto tiene en principio más capacidad para saber dónde están los límites de los vicios que un joven que puede acabar cayéndose por un precipicio. Tenemos la obligación de advertirle, incluso de ponernos delante del abismo para que no se caiga, la obligación de ser esos guardianes en el centeno de los que hablaba Salinger para que unas vidas que empiezan no se malogren de la forma más tonta. Yo sí creo, y lo digo sin pudor, que un padre, una madre, con un whisky en la mano pueda reprender a un hijo de quince años por emborracharse absurdamente en la calle hasta quedar casi muerto. La responsabilidad de esa situación no se debe dejar en manos de la policía, ni tan siquiera sólo del Ayuntamiento con la medida de que no se venda alcohol a menores de edad; la responsabilidad, aunque resulte incómoda, antipática, es nuestra, la de los padres que breamos a diario con adolescentes que, por su propia naturaleza de adolescentes, están exigiendo continuamente manga ancha, y también están pidiendo, aunque todavía no lo sepan, límites.

Si me encontrara en uno de esos debates radiofónicos en los que nunca estaré, ya digo que por mi lentitud mental, no por falta de ganas de participar, me gustaría ir armada con el libro de Magris bajo el brazo. Hay un capítulo llamado Maestros y alumnos que dice lo siguiente: 'Los falsos maestros crean a menudo clanes de adeptos destinados a convertirse en víctimas, como el profeta de la droga que, capaz de dominar personalmente su uso sin dejarse llevar a la destrucción, arrastra y arruina a los discípulos que no tienen la fuerza para seguirle en esa práctica sin autodestruirse'.

Palabras que no tienen desperdicio, serenas y meditadas, probablemente porque son palabras escritas. En el mundo de los medios de comunicación se da pie a los falsos debates o a las falsas polémicas, falsos porque nunca hay tiempo para que los contertulios piensen lo que están diciendo, para que estén comprometidos con lo que dicen y no sólo buscando el aplauso fácil de la audiencia. Yo me paso la vida escuchando debates. Gana el que más grita, el que tiene menos miedo a ser hiriente, o el más provocador en el sentido más barato de la palabra. Y me indigno en soledad. A veces respondo, como los locos, a la tele o a la radio, y otras veces, busco refugio en libros como éste.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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