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Los tres logros de la victoria

EE UU y el Reino Unido mantendrán las restricciones militares mientras Sadam Husein siga en el poder

En 1991, cuando el primer presidente Bush decidió detener la Guerra del Golfo en lugar de avanzar sobre Bagdad para destruir el régimen de Sadam Husein, estaba muy claro lo que la victoria había conseguido. Primero, las enormes Fuerzas Armadas iraquíes que habían conquistado rápidamente Kuwait en agosto de 1990, y que podían haber invadido Arabia Saudí, habían quedado destruidas por la ofensiva aérea. Es cierto que cuando la guerra terminó, los iraquíes tenían todavía un gran número de tanques, carros de combate y artillería, y los siguen teniendo, pero habían perdido la mayor parte de su Fuerza Aérea, casi toda su pequeña Armada y, lo que es más importante, la mayoría de su infraestructura logística. Con las fábricas de armas y municiones, los talleres de reparación y los almacenes de suministros gravemente inutilizados por el bombardeo, ni siquiera las fuerzas iraquíes que conservaban su armamento principal podían llevar a cabo operaciones sostenidas, como una invasión de Arabia Saudí. Esto sigue siendo cierto hoy día, porque a pesar de todo el contrabando de petróleo hacia fuera y de suministros militares hacia dentro, la maquinaria pesada y los grandes depósitos de piezas de recambio destruidos en 1991 nunca se han podido reponer. Por tanto, la fuerza militar de Irak ha seguido declinando con el paso de los años, conforme se ha ido deteriorando el equipamiento anterior a la guerra. Porque éste fue el segundo logro de la guerra: la renuncia de Irak a su 'soberanía militar' bajo los términos del alto el fuego de 1991. Está claro que Sadam Husein no se encuentra atado a ninguna de sus promesas, pero las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas siguen teniendo efecto y prohíben que cualquier país venda cualquier cosa que no haya pasado por los controles de la oficina de la ONU que supervisa los ingresos por petróleo de Irak. Dicha oficina sólo autoriza alimentos, medicamentos y otros artículos de uso civil, y excluye no sólo las armas, sino también, por ejemplo, la maquinaria pesada de construcción que se podría utilizar con propósitos militares. Es cierto que Irak recibe diariamente millones de dólares por el petróleo que pasa de contrabando a través de Irán, Turquía, Siria y Jordania, dinero que Sadam Husein puede gastar como le plazca, y, por supuesto, está comprando tecnología militar (incluidas las fibras ópticas chinas bombardeadas la pasada semana), así como todo tipo de lujos (desde coches hasta cosméticos) para su policía secreta, generales del Ejército, y altos funcionarios del Partido. También es cierto que el embargo de la ONU a las ventas militares a Irak es respetado por las naciones en función de su inclinación particular, y que con dinero en la mano se puede comprar casi cualquier cosa. En la práctica, sin embargo, esto tiene un límite. Los objetos muy grandes, como los tanques, se detectan fácilmente cuando están en tránsito y no hay pruebas de que Irak haya tenido éxito en sus importaciones. Más aún, incluso países como Rusia o China que tolerarían, incluso potenciarían, otras ventas militares a Irak, mantienen el más estricto de los controles sobre cualquier cosa que esté relacionada con el armamento nuclear y los misiles. Evidentemente, Sadam ha sido incapaz de comprar lo que verdaderamente quiere: misiles en funcionamiento con cabezas nucleares, y la tecnología de misiles que le ha venido comprando a Corea del Norte desde 1991 es un sustituto muy pobre.

Con toda seguridad, antes de 1991, Irak había estado desarrollando su propia tecnología de armamento nuclear, estaba fabricando industrialmente copias de los misiles soviéticos Scud, con tanques de combustible más grandes para un mayor alcance, y también agentes químicos y biológicos. Bajo el liderazgo supremo de jefes de una incultura superior, entre los que destacan Sadam Husein, su yerno y otros por el estilo, con el asesoramiento que aportaban los más eminentes científicos iraquíes, ninguno de los cuales superaba la categoría de mediocre, se gastaron de mala manera inmensas cantidades de dinero en la búsqueda de soluciones momentáneas para cada obstáculo técnico, en un país en el que incluso la maquinaria de precisión de simple acero no era un proceso rutinario.

Pero incluso de esta manera vacilante, Irak se aproximaba a una capacidad peligrosa, sobre todo porque las empresas occidentales les estaban vendiendo ávidamente todo aquello que los iraquíes deseaban. Éste fue el tercer logro de la guerra: la identificación y destrucción parcial de la investigación iraquí, tanto nuclear como de misiles, química o biológica, y sus instalaciones de desarrollo, producción y prueba, muchas de las cuales habían quedado destrozadas por las misiones de la ONU después de la guerra. Está claro que si Irak no hubiera sido derrotado, no habrían existido estas misiones. Todos los logros de la Guerra del Golfo se verían anulados si las restricciones impuestas por la ONU a Irak en 1990 y 1991 fueran abolidas ahora. Esto es lo que Francia propone, evidentemente por bajas razones comerciales (en París siguen teniendo la esperanza de cobrar las enormes deudas de Irak por armas vendidas en los años ochenta). Los franceses ni siquiera se avergüenzan de argumentar que Sadam Husein compraría más comida y medicamentos para su pueblo si se le diera libertad para gastar los ingresos por petróleo de Irak según sus deseos. Rusia y China votaron en un principio a favor de todas las restricciones, no sólo las militares (Irak es ahora un país sin servicios aéreos ni embajadas), pero ahora les gustaría retirar la mayor parte de ellas por la buenísima razón de que legitiman la hegemonía estadounidense en Oriente Próximo al permitir que Irak sea bombardeado a voluntad (la ONU autorizó las zonas sin vuelos y la intervención militar para que se acatasen). Sólo las medidas que alivien la miseria del pueblo iraquí sin aumentar la fuerza militar de Sadam serán autorizadas por la nueva Administración de Bush, que busca activamente soluciones. Pero EE UU y el Reino Unido utilizarán su derecho de veto para mantener todas las restricciones militares mientras Sadam Husein permanezca en el poder, no importa el tiempo que sea.

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Edward N. Luttwak es miembro directivo del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.

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