_
_
_
_
UN MUNDO FELIZ
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El miedo

He llegado de un viaje y me encuentro con la polémica por unas palabras de Marta Ferrusola sobre los peligros que la inmigración puede significar para la identidad catalana. ¡Alerta!, ha venido a decir la mujer del presidente de la Generalitat, ¡la llegada de toda esta gente nos puede descatalanizar! ¡Ellos son muchos y tienen muchos hijos! ¡Vienen a imponernos su cultura y su religión! ¡Pueden convertir las iglesias románicas en mezquitas! Éste venía a ser el mensaje, al que hay que agracecer su claridad y su coherencia con lo que ha significado el pujolismo en estos 20 años.

La señora Ferrusola había dado una conferencia en la que se mostró pesimista sobre la coyuntura política y, de acuerdo con la versión publicada por Antoni Puigverd en este periódico, dijo: 'Si los catalanes no nos preocupamos de Cataluña, los otros nos la destruirán. Todas las baterías apuntan en contra de Cataluña. Estamos retrocediendo no cinco, sino 19 o 20 años'. No dijo quiénes eran los otros. Podían ser los inmigrantes, pero también esos anticatalanes de siempre: ¿el PP?, ¿los socialistas?, ¿los madrileños?, ¿o acaso se trata de una conspiración anticatalana entre inmigrantes y centralistas? El caso es que, una vez más, según esto, ¡Cataluña está en peligro! Las palabras de la mujer del presidente Pujol han sonado a rebato: ¡prietas las filas, catalanes com cal! ¡El enemigo acecha!

No sé si las jóvenes generaciones se habrán impresionado por el llamamiento, pero, ciertamente, las senyores Maries y no pocos senyors Pepets de nuestro país se han apresurado a llamar a las radios para manifestar que ellos también percibían el peligro. Ferrusola y sus opiniones personales sintonizaban, pues -no podía ser de otra forma-, con lo que el pujolismo ha sembrado en el país durante más de veinte años. Por decirlo con toda claridad, ésta es la siembra: los catalanes somos el mejor pueblo del mundo, pero no nos comprenden y nos odian por ello; sólo siendo buenos catalanes podremos hacer frente a nuestros enemigos, que son todos los demás; ¡ah!, y mucho cuidado con los malos catalanes: ésos son los peores.

Los que hemos vivido el pujolismo en toda su extensión histórica no podemos, pues, sorprendernos por esta expansión de doña Marta. Antes al contrario, lo que ha dicho nos suena a dejà vu y vuelve a poner sobre el tapete la versión única de esas esencias catalanas de las que el pujolismo se ha apropiado al diseñar una Cataluña homogénea y unidireccional. Ése ha sido el principal problema de estos 20 años: ignorar que Cataluña es -por pura supervivencia- plural, variopinta, móvil. Y ello ha ocurrido hasta el punto de que todo lo que no fuera pujolismo ha llegado a parecer poco catalán.

Seguramente la historia juzgará mejor cómo ha influido esta doctrina cerrada en la Cataluña contemporánea y cómo ha modelado nuestro carácer colectivo. Pero ahora lo que se ve es que no nos ha preparado, precisamente, para hacer frente a un irreversible mundo mestizo. Un mundo en el que los más pobres huyen de la miseria extrema en la que viven: no es otra la verdadera razón de la inmigración. Si no habitáramos un mundo en el que los desequilibrios de todo tipo crecen y crecen -un mundo en el que, como vi la semana pasada en El Salvador, los terremotos sólo matan a los más pobres-, no existiría ese trasiego de gente que desea escapar de la muerte, de la enfermedad, del hambre y de la sed.

Ignorar esta circunstancia impide no sólo poner remedio a sus causas, sino actuar con humanidad y justicia. Cerrarse en la defensa ultramontana de la finca propia es, además, una ambición mediocre e indigna de un pueblo -los catalanes- que no merece un horizonte colectivo tan rastrero y basado en el miedo. Vivir con miedo a lo diferente es el peor de los castigos que podemos esperar los catalanes: significa no reconocer la riqueza y el estímulo de la diversidad; es decir, ignorar lo mejor que existe.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_