Turquía, en la encrucijada
Realmente no parece muy ortodoxo que un jefe de Estado y su primer ministro discutan sobre sus competencias a gritos y tirándose un ejemplar de la Constitución por encima de la mesa ante la cúpula militar y otras autoridades integrantes del órgano máximo estatal. Pero es eso exactamente lo que sucedió el pasado lunes en Turquía en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional. El presidente Ahmet Necdet Sezer le lanzó el volumen al primer ministro Bulent Ecevit y un ministro se lo relanzó al presidente con el comentario de 'a ti te hemos puesto nosotros y, si queremos, te quitamos'. Del cargo, se supone. Las consecuencias del altercado fueron inmediatas y pueden calificarse de cataclismo financiero: hundimiento de la Bolsa, vertiginosa escalada de los tipos de interés y caída libre de la lira turca.
Puede parecer sorprendente que semejante rifirrafe desencadenara una crisis de confianza que se convirtió pronto en pánico y llegó a amenazar a los mercados financieros también fuera de Turquía. Los efectos sociales del desastre de esta semana son aún incalculables. En tres días se iba al traste gran parte de los no pocos éxitos alcanzados por el Gobierno Ecevit, especialmente en el primer año después de llegar al poder en 1999. Pero en realidad la crisis viene gestándose desde hace tiempo y tiene mucho que ver con los problemas endémicos de este gran país que son la corrupción y la falta de división de poderes propios de un Estado de derecho tras ocho décadas de tutela, cuando no dictadura militar. Las reformas necesarias para hacer de Turquía un Estado moderno de derecho chocan una y otra vez contra los muros de la corrupción y el Ejército. Así, después de un comienzo de legislatura prometedor, las reformas legales, la privatización de empresas públicas y la liberalización no avanzan o lo hacen en sospechosa parsimonia. Para reformar las empresas públicas, privatizar y liberalizar hay que aclarar cuentas. Y en Turquía hay pocas cuentas claras y muchos interesados en que no se aclaren jamás.
Ésta fue la causa del violento enfrentamiento de Ecevit con el jefe del Estado, antiguo presidente del Tribunal Constitucional y muy poco dado a cambalaches políticos. El viejo Ecevit se equivocó de hombre al elegir a Necdet Sezer para sustituir al incombustible Suleiman Demirel. Le ha salido respondón. El lunes, en la reunión del Consejo de Seguridad Nacional, el jefe del Estado atacó al Gobierno por su pasividad general ante la corrupción, y en especial por lo que calificó de obstrucción en las investigaciones al respecto en los sectores de la banca y la energía. Ecevit se enfureció y abandonó la reunión.
Lamentablemente, Ecevit, considerado un hombre de profunda honestidad, tiene muchas razones para evitar que las investigaciones vayan demasiado lejos. Porque tiene ciertas compañías en la variopinta coalición que dirige a los que podría causar serios problemas. Véase al presidente del Partido de la Madre Patria, Mesut Yilmaz, sin cuyo apoyo no puede gobernar el viejo socialdemócrata Ecevit.
Desde un principio era improbable que la clase política de Turquía, la única de toda Europa que sigue siendo la misma que gobernaba durante la guerra fría, fuera a afrontar unas reformas que les restan poder, privilegios y formas de financiación de sus inmensos aparatos de clientelismo. Lo malo es que estas estructuras que nutren a la clase política y a sus mesnadas son un obstáculo para la modernización y para objetivos declarados como la eventual integración en la UE, pero además generan cada vez más indignación popular. La inmensa mayoría de los turcos han tomado partido por el presidente en su conflicto con el Gobierno. Así, Turquía se halla en su mayor encrucijada desde la fundación del Estado por Kemal Atatürk. Sin un mínimo de limpieza y decoro en la administración no hay programa de modernización y adaptación a Europa que valga. Y sin reformas, con deudas y nuevos reveses económicos, Turquía camina a paso firme hacia su desestabilización política. Mientras, los tutores castrenses observan y callan. Todavía.
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