20 años después
Del 23-F falta saber lo que los archivos oficiales ocultan y que los estudiosos reclaman para despejar las últimas incógnitas de aquella asonada. Sus trazos principales, sin embargo, son sobradamente conocidos, así como sus protagonistas. Una abundante bibliografía, más o menos de ocasión, está abundando en el asunto y un día u otro se alumbrará todo lo que se tiene velado. Para quienes sufrimos aquella peripecia nos basta por ahora con nuestras vivencias, que con el paso del tiempo se han amarilleado o trastocado. En lo que me concierne, como director del Diario de Valencia -aquel, que no éste más reciente- pienso que es oportuno evocar algunos rasgos de aquella jornada, aunque sólo sea para las nuevas generaciones desmemoriadas, y también porque me parece de justicia.
En primer lugar, y aunque sea al cabo de dos décadas, he de evocar y rendirle homenaje a cuantos parían en aquel entonces el citado rotativo, que había nacido tan sólo dos meses antes, después de un largo y arduo proceso, con la vocación de ser el heraldo de la prensa alternativa y democrática del País Valenciano. Todo el censo laboral, sin excepciones, asumió esa velada el riesgo de aguantar el tipo y sacar la edición siguiente, sin evaluar quizá las consecuencias de que Tejero y su chusma, con los tanques de Milans del Bosch, se hubieran salido con la suya. Conmovedora inconsciencia, aquella, sobre todo una vez conocido el bando de guerra con que se nos conminaba y la adustez castrense de sus mensajeros.
Gratitud extensible a los políticos, sindicalistas y notables que apenas supieron lo que acontecía en las Cortes españolas, acudieron a la redacción del periódico en busca de noticias tanto como en un ejercicio de solidaridad con el medio informativo de marchamo progresista sobre el que mayores riesgos se cernían por parte de las presuntas -o no tanto- tramas civiles involucionistas. Fueron unas horas intensas, amargas y rabiosas por los negros presagios que decantaban los hechos. Moría la democracia en flor y, con ella, el proyecto largamente codiciado de un periódico que condensaba el cambio político en curso y el aliento de empujarlo al límite de sus posibilidades.
Fue precisamente en esas horas primerizas, agitadas y confusas del golpe cuando se decidió sacar a todo trance la edición con una proclama constitucional que, leída hoy, tiene el sabor decimonónico acorde con el suceso disparatado y anacrónico que estaba aconteciendo. No obstante esta plausible ingenuidad y ardimiento, el gesto delataba la voluntad de resistir. Un mérito indudable a la vista de las circunstancias y, especialmente, del comportamiento de las fuerzas de seguridad enviadas para protegernos y que, no tan paradójicamente, se comportaban como fuerzas de ocupación. Pedimos ayuda y se nos metió el enemigo en casa.
Estos días se evocan aquellas efemérides y así conviene para aleccionar a los más jóvenes. Algunas remembranzas tienden a diluir la importancia y proyección del acontecimiento. Verdad es que no se derramó sangre, pero no es menos verdad que la democracia salió encogida del embate. El pretendido 'golpe de timón' logró enfriar el ánimo y las confianzas. El diario que glosamos más arriba, por ejemplo, ya no fue tan independiente como se intitulaba ni la izquierda emergente reivindicó con el mismo ardor sus raíces. En fin, obviedades que viene al pelo recordar.
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