TRAS LA FACHADA DEL LUJO
Un muchacho de trece años, catorce a lo sumo, descerraja el cajero del aparcamiento a plena luz del día. La calle está llena de tiendas de anticuarios y se observa el paso frecuente de policías a pie -ellas, tocadas con sombreritos azules; ellos, con gorra de plato-, síntomas de que nos encontramos en uno de los barrios acomodados de París. El pequeño delincuente, ligero de equipaje, porta una simple camiseta en un día de invierno; trabaja deprisa y se lleva la recaudación a la una de la tarde, en medio de la aparente indiferencia de decenas de viandantes.
París no llega a los tres millones de habitantes, pero en su periferia se apiñan otros nueve millones. En este espacio vive el doble de personas que en toda Cataluña y más del doble que en la Comunidad de Madrid. La sensación de inseguridad es inferior a la de Nueva York y otras grandes ciudades, pero la brillante fachada de la capital, cada vez más lujosa y más cara, actúa como foco de atracción y objeto del deseo para los que están fuera de sus límites territoriales. Así, una media de seis atracos diarios, dos mil al año, se añade al pequeño robo callejero, los tirones a las cámaras de los turistas o los intentos de asalto a las tiendas.
De esta violencia cotidiana se libran los edificios oficiales, cuyos usuarios cuentan con despliegues de policía nacional, a veces francamente aparatosos. Y la gran mayoría de las casas en París están dotadas de sistemas electrónicos, de forma que sea imposible la entrada a quien desconoce el código de acceso. Pero lo que más inquieta ahora no es ya la posibilidad de verse robado, sino la extrema juventud de los protagonistas de nuevas violencias, que parece sin sentido.
Un sábado de finales de enero, cerca de trescientos jóvenes se encontraron en un centro comercial de La Défense, al oeste de la capital, para un arreglo de cuentas a base de porras, puñales, hachas y bates de béisbol. Procedían de dos pueblos a medio centenar de kilómetros, Mantes-la-Jolie y Chanteloup-les-Vignes, concebidos hace cuarenta años como lugares para atraer a las clases medias, que fueron sustituidas por población marginal vista la mala calidad de los alojamientos. La gran mayoría de los que pelearon en La Défense contaban de catorce a veinte años y habían preparado minuciosamente tanto el desplazamiento como la cita. Pues bien: de los treinta detenidos, la mitad resultaron completamente desconocidos para la policía.
La banda juvenil, estable u ocasional, se está convirtiendo en un elemento vertebrador de la banlieu. Los casos de violencia protagonizados por adolescentes crecen al ritmo de un 10% cada año. Por el momento, la única solución contemplada consiste en mejorar la protección de las zonas-escaparate, donde acostumbran a venir los chicos de la periferia: los Campos Elíseos o el Forum des Halles cuentan con presencia policial reforzada durante los fines de semana.
Los guardias privados de grandes comercios y tiendas selectas exhiben menos armas que sus homólogos españoles, pero sus métodos son expeditivos: a poca paciencia que se tenga, el paseante puede contar con butaca de primera fila para presenciar una persecución espectacular por las calles tras el ladrón de turno. Alguna vez he visto a uno de estos detenidos con los dientes rotos y manando sangre, sujetado por fornidos ángeles de la guarda en plena carrera hacia la tienda atracada.
Hay violencias especializadas en las que París no figura a la cabeza de la tabla: la alsaciana y europea Estrasburgo es la campeona en número de coches quemados. Pero la frecuencia de los incidentes y su dispersión geográfica hacen del cinturón de la capital la zona más sensible.
Y lo peor no es lo que se ve por las calles. La violencia social dispone de un terreno abonado en los centros escolares. El afamado sistema francés de enseñanza se está encontrando con su talón de Aquiles. Desde que ha comenzado el año, hemos tenido un muchacho de 16 años herido de gravedad en Clichy, durante un enfrentamiento entre alumnos de dos centros diferentes; un profesor apuñalado en el colegio Paul Eluard, de Val'Oise, seguido de quince días de huelga de sus colegas en señal de protesta; tres aulas de material informático incendiadas en un liceo de Sevran; el colegio Irène-Joliot-Curie, de Argenteuil, ocupado por la asociación de padres durante quince días tras decenas de casos de violencia 'más o menos graves'...
En la semana siguiente a los enfrentamientos entre bandas en La Défense, el ambiente era 'horrible' en los centros escolares de los pueblos de donde procedían, según uno de los miembros del Consejo Nacional contra la Violencia Escolar.
El Gobierno, la policía y los organismos encargados del seguimiento de esta situación social parecen desbordados. Encuestas recientes presentan a tres de cada diez franceses francamente inquietos por su seguridad personal. La derecha está decidida a convertir estos hechos en un acta de acusación contra la izquierda, y el Gobierno ha respondido con la apresurada convocatoria de mil plazas más de policías. Era la respuesta previsible en un año electoral.
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