Una fontana en peligro
La fuente de la Alcachofa sufre una aguda arenización causada por la intemperie y el agua
Una de las fuentes más famosas de Madrid, y la más conocida del Retiro, se encuentra en peligro. En peligro de erosión grave. La gravedad procede de que el agua que surca incesante sus entrañas y fluye luego, juguetona, hasta sus mansas tazas se ha cobrado, con el tiempo, un precio muy elevado: algunas de sus figuras de caliza y piedra presentan signos de descomposición.
La descomposición -los técnicos la llaman arenización, exfoliación, mal de la piedra...- ha sido provocada por la abrasiva mezcla de contaminación e intemperie, más el fluir eterno del agua. Pero, pese a ello, la belleza de esta fontana congrega todos los domingos a su alrededor, en la plaza de Honduras del Retiro, a miles de madrileños y forasteros que se acogen al amparo, pulverizado, de su frescura. Se trata de la fuente de la Alcachofa, construida en 1781 en caliza de Colmenar y granito guadarrameño, instalada entonces en el paseo del Prado, cerca de Atocha.
Ideada por Ventura Rodríguez, uno de los más grandes arquitectos y ornamentadores del Madrid del siglo XVIII, la fuente fue trasladada al Retiro en 1880. Consta de un pilón de 32 sillares de piedra, de unos ocho metros de diámetro. En su centro muestra una columna sobre la cual un tritón y una nereida, con sus torsos desnudos y sus colas de pescado, sujetan un raro escudo de Madrid; raro porque en vez de las siete estrellas que blasonan casi siempre el emblema capitalino aquí presenta una estrella más, oculta bajo la mano de la sirena. Todas tienen ocho puntas. El oso se encarama sobre la madroñera y parece incluso zarandearla e inclinarla vorazmente hacia sí con su mole erguida.
Nereida y tritón, de hercúleo y distinguido porte, fueron esculpidos por el artista Alfonso Bergaz. Sus escamadas colas muestran las heridas inequívocas de la arenización, ese proceso mortal para la piedra apenas camuflado por manchas de musgo y de líquenes cuya pátina de verdor ennoblece aún más las dos piezas bicentenarias. La columna se yergue hasta un capitel semejante a una corona cívica. El fuste soporta en lo alto una taza de unos dos metros de diámetro, repleta de agua, de cuyo interior surgen cuatro putti, esos amorcillos de bucles rizados y que trenzan sus manos gordezuelas bajo los pétalos de una hortaliza grande. Vegetales y niños -alguno ya sin ojos por la erosión de la piedra- fueron labrados por Antonio Primo. Remata la fuente, a unos cinco metros de altura, un capullo de alcachofa que culmina en un pitorro de bronce. La parte inferior de las dos bandejas arriba encumbradas muestra el reflejo del ondular del agua de la taza más baja con hebras como de oro, que destellan al recibir el impacto del Sol.
Pero el agua ha desfigurado horrorosamente los dos surtidores que desde su estanque bombean el líquido de manera incesante. Uno de los manantiales muestra un herrumbroso alambre, puesto ahí para sujetar sus fragmentos rotos. El otro se encuentra igualmente desfigurado. La fuente, desde su poesía muda, parece pedir a voces ser salvada.
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