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Columna
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Enamorados

José Luis Ferris

Estar enamorado es una suerte, por no hablar de una afección más o menos abrupta que acaba por estabilizarse o desaparecer con el paso del tiempo. Los primeros síntomas del contagio son harto evidentes: sudoración en las manos, alteración del ritmo cardíaco y, sobre todo, necesidad constante de oír, mirar, tocar, sentir a la otra persona a cualquier hora con la consecuente implicación emocional. La virulencia de esta primera fase viene reforzada por factores externos como los medios de comunicación, la publicidad, la banda sonora de algunas películas y ciertos boleros inolvidables. Ya en un segundo estadio, cuando los ecos de esa música celeste comienzan a disiparse en la lejanía, la verdad cotidiana es la prueba contrastada que dirá en cifras concretas si la enfermedad era lo suficientemente infecciosa como para invadir del todo el organismo o se trataba de una alarmante y pasajera reacción cutánea a un estímulo circunstancial. Si hablamos de algo estable y profundo, el problema consistirá entonces en saber convivir de la mejor manera con una bacteria de efectos y duración impredecibles. El modo más saludable es acomodar la existencia a la otra persona y pactar los límites, los propósitos y las posibles renuncias. De otra manera, la enfermedad puede pasar a un estado patológico y derivar en formas tan variadas como la apatía, el descuido físico y personal (también llamado falta de autoestima), la incomunicación más absoluta, el incremento o la pérdida de peso y, cómo no, la terrible indiferencia. Mientras todo esto ocurre y la comprobación se realiza, los grandes almacenes se ciñen a una tradición inventada cincuenta años atrás, la de San Valentín, ese obispo italiano del siglo III rescatado del olvido, y se lanzan a la busca y captura de corazones infectados para incrementar sus ventas en un 25%. Y lo cierto es que cuando se padece esta enfermedad y el cuerpo se empeña en liberar sustancias tan variopintas como endorfinas, feniletaminas, dopamina y norifrinafina porque el ser al que quieres te ha lanzado un beso desde su móvil, es difícil evitar la tentación de acercarte hasta la planta de joyería, lencería o complementos para saciar la infección o aplazar un año más la indiferencia.

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