Entre los muertos hay clases
El día 10 de febrero de 1988, mi padre, el comisario de policía Gregorio García González, fue asesinado en la calle de Orense de Madrid, muy probablemente porque tenía demasiadas cosas que decir. La justicia entonces miró hacia otro lado y, trece años después, sus asesinos siguen en la calle porque a nadie le interesó buscarlos.
Resulta terrible la imagen de una persona muerta en el suelo con un disparo en el cuerpo. Ante el dolor de un asesinato, las víctimas siempre son las mismas: el propio muerto, y su familia y seres queridos. Y ante un crimen, la justicia y la sociedad deberían comportarse de la misma forma. Desafortunadamente, hasta entre los muertos hay clases. No es lo mismo una víctima del terrorismo que la víctima de un asesinato 'común'. El fallecido no recibe el mismo trato, la familia no recibe la misma ayuda, y la ley no se aplica de la misma forma y con la misma eficacia. La noticia ocupa tan sólo unos minutos en los espacios informativos, no hay manifestaciones ni palabras de condena de los políticos.
Las víctimas de un asesinato, las que quedan vivas, ya no podrán volver a vivir como antes. A un ser querido acribillado a balazos no se le acaba de enterrar nunca. Y al dolor de su pérdida se añade la rabia de saber que los asesinos siguen sueltos. ¿Acaso son menos salvajes los delincuentes comunes? ¿Es menor el dolor para la familia? ¿Merecen menos justicia?-