Del diálogo a la democracia
Una mañana de invierno de 2001. El día es luminoso. El bullebulle urbano domina el ambiente. Un camión descarga en el supermercado, la hija acompaña a su padre, mayor pero con paso aún firme, al ambulatorio, el perro marca una esquina y el abogado entra resuelto en una carnicería. La vida sigue, hoy como ayer, en el paisito. Y, sin embargo, frente a una experiencia cotidiana diáfana, se alza la política como un muro, como un impedimento para su desarrollo.
Este es el sentimiento al que los políticos (administradores de la cosa pública) deben hacer frente desde hace tiempo. Y hoy mismo, aquí, en el País Vasco. Y no parecen estar dispuestos a ello.
¿Qué ha enconado hasta este punto las cosas en la política vasca? Obviamente, la tiranía que desde la sombra ejerce ETA. Nadie, absolutamente nadie, debiera tener dudas de que nos las vemos ¡increíblemente! con una dictadura clandestina. Como nadie en nuestro entorno europeo, nosotros tenemos que batirnos con una dictadura. Ahí está el origen del drama: falta de libertad.
Pero si el origen es ése, lo que ha enturbiado definitivamente el ambiente es la irresponsable decisión del PNV dirigido por Xabier Arzalluz (a quien habrá que pedir responsabilidades más pronto que tarde) de congraciarse con los dictadores, entenderse con ellos para sacar tajada del arreglo.
Sobre ETA no se puede influir a corto plazo. Su problema tiene que ver con razones pasionales (por la madre patria, todo, dice el lema de la Guardia Civil...digo, de ETA), culturales (ausencia de una cultura democrática) y éticos (banalización de la violencia). Asuntos de largo trayecto. Pero sí se puede influir sobre el PNV.
Si el partido de Arzalluz pierde las próximas elecciones autonómicas y ha de ir a la oposición (lo que implica pérdida de poder político, pero, sobre todo, social y económico; las clientelas políticas se deshacen tal como se hicieron, por interés), tendrá ocasión de pensarse dos veces la opción que más les interesa.
Creo seriamente, con muchos más, que sólo una derrota electoral de ese partido, pese a ser muy improbable, según las encuestas, le hará rectificar. De modo que si el vasquito de a pie (mi amigo Joseba se sonreirá) quiere hacer algo por este país, fíjese lo que le digo, debe votar lo que sea en las elecciones que están al caer, menos PNV. Y, pese a todos los temores, no pasará nada. El euskera prosperará, la enseñanza será solvente, la sanidad irá tan bien o mejor, Euskal Telebista no dejará de emitir Goenkale pero hará una entrevista a Ramón Saizarbitoria (100 metro, gogoan al duzue), y todo así. Y, lo que nos interesa, ETA habrá dejado de condicionar nuestras vidas ¿Qué me dice? ¿Le interesa?
Desde el Parlament de Cataluña nos llega una proposición de diálogo contra ETA (emparedados entre Madrid y Vitoria, los pobres, saben más sobre Dardanelos que sobre el Golfo de Vizcaya), el lehendakari nos presenta su enésima propuesta de diálogo ('haz como yo', dijo Franco a uno de sus ministros, 'no te metas en política'. Ibarretxe ha debido tomar nota de ello) y existe un pacto entre el Partido Popular y el PSOE, iniciativa de Zapatero.
Diálogo. ¿Diálogo?, ¿acaso la propia democracia no es diálogo? Creo que sí, pero traduzcamos. Parlament: que se hablen PP y PNV; pues, vale, que se hablen, estaría mejor. Lehendakari: la reiteración de iniciativas vaporosas de diálogo puede caer en el ridículo. PP-PSOE: un acuerdo entre partidos de gobierno que hace tiempo se debió firmar, pero en cuyo contenido no hay nada que nos sirva a usted y a mí.
Nosotros tenemos un problema: que no nos podemos expresar, que no podemos elegir. Nos falta libertad. Y, sin embargo, tenemos las instituciones que lo pueden permitir: desde el Parlamento a un ayuntamiento pasando por el Gobierno vasco. Vamos, tenemos unas instituciones concebidas para la democracia.
El abogado entra en la carnicería. ¿Y eso? Tenemos unas instituciones democráticas que no funcionan. Exijamos que funcionen contra la dictadura. ¿Es eso el diálogo? Si lo es, estamos con él. Si no, que el Señor les confunda. Queremos, al final, poder hablar.
Pero, eso sí, hay que tirar el muro de la política de hoy, pazguata y sin intercambio de experiencias. Volvamos al buen sentido de las cosas.
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