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Columna
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Diario

Juan José Millás

Me levanté de la cama y nada más poner los pies en el suelo me di cuenta de que no podía pensar. Fui a la cocina esperando que la cabeza se pusiera en marcha de un momento a otro, pero no sucedió. Nombraba las cosas sin advertir la relación que había entre unas y otras. Estaba sola, pues mi marido se había ido a trabajar, y mi hijo, al colegio. Entonces sonó el teléfono y al descolgarlo encontré a mi madre al otro lado. Sabía que era mi madre, pero no estaba segura de lo que eso quería decir. Estuvo hablándome mal de mi padre durante media hora y luego colgó precipitadamente. Me senté en el sofá y tuve un ataque de pánico. Llamé a mi marido a la oficina. Le dije que no era capaz de pensar y respondió él que 'vaya cosa'. Le pedí que viniera corriendo, pero tenía una reunión de presupuestos y prometió que llamaría más tarde.

Hace un año me levanté de la cama sin visión, por culpa de una bajada de azúcar, y se presentó enseguida en casa con un médico. Comprendí que estaba peor considerado no ver que no pensar, aunque no pensar parecía una forma de no ver. Era tan consciente ahora de que no pensaba como entonces de que no veía. Cuando se pierde una de estas capacidades, se debería perder al mismo tiempo la de advertir la pérdida. A media mañana fui al mercado e intenté comprender inútilmente la circulación de personas y vehículos. Me di cuenta de que tampoco comprendía el dinero, pero hice como que sí. Ésta es la diferencia entre estar ciego y estar tonto: que el tonto puede disimular su necedad componiendo expresiones reflexivas con los músculos de la cara, que están para eso.

En el mercado nadie se dio cuenta de que no pensaba. Al entrar en casa sonó el teléfono. Era mi marido. Le dije que ya había pasado todo y que razonaba normalmente. Al mediodía se puso a llover con furia y me encerré en el cuarto de baño, porque era incapaz de comprender aquella violencia atmosférica. Por la noche cenamos juntos mi hijo, mi marido y yo, y disimulé mi ofuscación sin problemas. Luego nos sentamos a ver la televisión y salieron dos ministros. Me di cuenta de que estaban tontos como un loco reconoce a otro loco, pero no dije nada para no asustar a los míos.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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