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Reportaje:

El largo brazo de Dios

La Iglesia católica domina la vida política de Filipinas desde la llegada de los españoles en el siglo XVI

Ramón Lobo

Todo intento por introducir el control de natalidad en Filipinas ha fracasado. No lo logró Ferdinand Marcos con su estilo de autócrata tropical; no lo consiguió Corazón Aquino, aupada en el poder en 1986 por la jerarquía católica; tampoco el general Fidel Ramos, un protestante estricto en asuntos de moral pública. Ahora, Gloria Macapagal Arroyo, la nueva presidenta, se enfrenta a un serio dilema: rendir pleitesía al Banco Mundial, que exige menos natalicios para liberar créditos o mantener las migas con el aún poderoso cardenal Jaime Sin, arzobispo de Manila. 'Ella es una católica ferviente, pero también una política inteligente y pragmática', asegura Marilou Díaz-Abaya, destacada directora de cine y que conoce a Arroyo desde hace años. 'Estoy convencida de que encontrará el modo de compaginar las necesidades del país con los intereses de quienes le apoyaron', añade.

No será sencillo. El cardenal Sin condenó hace años el uso del preservativo asegurando que éste era un asunto de animales. La prensa filipina, variopinta y libre, sacó provecho de la ocurrencia. 'Llevo un tiempo fijándome en mi gato y en mi perro y no he notado que utilicen condón', proclamó uno de aquellos célebres chistes. En un país de 300.000 kilómetros cuadrados y que se extiende sobre 7.100 islas, los 80 millones de habitantes actuales -un 32% por debajo del umbral de la pobreza- representan un lastre para el despegue económico. 'No es necesario ordenar un reparto masivo de los preservativos y provocar a la Iglesia; se puede ser mucho más sutil: mostrar en las series de televisión a familias felices con dos hijos y a familias desgraciadas con siete', sostiene Díaz-Abaya.

El bulevar de Manuel Roxas de Manila se llenó el pasado domingo con miles de filipinos que desfilaban, más a son de samba que de procesión, tras de la más variada imaginería. Era el día del Santo Niño, el más venerado en el país. Había niños colosales de tres metros de altura instalados sobre carromatos engalanados y diminutos como barbies acunados en los brazos de los más infantes. 'El fervor religioso extremo es una herencia española', sostiene el diputado Celso Llobregat. 'Cuando se es tan pobre, Dios parece la única esperanza'.

'Aquí no llegó la España de Lope de Vega, sino la arrogancia de la Inquisición', afirma Francisco Sionil José, una de las cumbres actuales de la literatura filipina. 'Esa España nos exportó racismo, no el sentido del honor'. Fue el modelo intolerante y nada ilustrado el que prendió en Filipinas tras la llegada de Miguel López de Legazpi en 1565. El último embajador español en Manila, Delfín Colomé, describe en su libro La caución más fuerte una pauta colonial en la que agustinos, dominicos o jesuitas llevaron mucho más que el peso evangelizador. 'En vez de enseñar la lengua castellana a los indígenas, los misioneros optaron por aprender los idiomas locales y facilitar la cristianización de las islas', dice Colomé. 'Esto les otorgó una posición dominante sobre los militares, pues ellos eran los intermediarios con el pueblo'. El padre Gabriel Casal, filipino de abuelo barcelonés y director del Museo Nacional, defiende esa opinión: 'Generales, coroneles y comandantes cambiaban cada poco, igual que los gobernadores, pero no los párrocos, que se transformaron en un poder estable'. El agustino Pedro Galende, responsable del Museo de San Agustín, cree que el cristianismo prendió con rapidez en Filipinas debido a que los misioneros emplearon con inteligencia las creencias locales. 'Éste es un país azotado por terremotos, erupciones volcánicas, ciclones y tifones; son tantas las fuerzas hostiles que creer es una consecuencia lógica'.

Los sacerdotes se erigieron, gracias al dominio de los idiomas y dialectos locales, en amos de sus diócesis, actuando como señores feudales durante 377 años. Un virrey español de México escribió: 'En cada fraile tenía el rey en Filipinas un capitán general y un Ejército entero'. Ese dominio se mantuvo durante el siglo XIX. De la misma Iglesia católica surgieron los primeros patriotas filipinos, como el padre José Burgos. Desde la independencia de 1898, y la real de Estados Unidos tras la II Guerra Mundial, la Iglesia ha conservado un enorme poder social e influencia política. La imagen del cardenal Jaime Sin (al que tildan del 'mejor político del país') al frente de las protestas contra el régimen cleptocrático de los Marcos en 1986 y la última en la reciente defenestración pública del presidente Joseph Estrada no es casual. El cardenal trata desde hace años de promover un partido demócrata cristiano. Es uno de sus escasos fracasos: en Filipinas, la política se hace a través de clanes y personalidades, casi nunca mediante las ideas.

Estrada, expulsado del paraíso por el cardenal Sin, cultivó con ahínco en sus últimos días de presidencia a sectas evangélicas como la Iglesia en Cristo y los Shandais (salvadores) del padre Mike Velarde, de cuyos fieles partieron muchos de sus 11 millones de votos hace 30 meses. Pero el pecado de Estrada no fue religioso, sino retar a la clase dominante, la que maneja los hilos de la política filipina desde que el general Emilio Aguinaldo izó la bandera filipina en su casa de Cavite el 12 de junio de 1898.

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