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Columna
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Paraguas

Enrique Gil Calvo

Según Aznar, toca cerrar el paraguas y plantar cara al chaparrón. Semejante ocurrencia es un filón para caricaturistas y psicoanalistas, que pueden sacarle mucha punta al inconsciente de Aznar. Pues cuando un paraguas se cierra se convierte en un bastón, con el que repartir palos en vez de zanahorias. Esto revela que nuestro presidente ha terminado por reconocer la evidencia del cambio climático. Y con uno de sus extraños silogismos ha deducido que cuando llueven calamidades es hora de que pinten bastos. Por eso ha tocado a rebato, llamando a sus huestes para que cierren bien prietas las filas, en santa cruzada contra los sindicatos y la independencia de la justicia. Podrá parecer chusco, pero maldita la gracia que tiene el chiste.

Es indudable que la crisis presente supone algo más que un cambio de coyuntura. Para algunos se ha iniciado un cambio de ciclo, quizá inducido por el vendaval recesivo procedente de la economía norteamericana, que siempre termina por afectar al escenario europeo. Yo no estaría seguro de esto, pues a este lado del Atlántico somos mucho menos elásticos, y las inflexiones estadounidenses se nos transmiten con un par de años de retraso. Sobre todo en la España carente de reflejos, que se deja llevar por su propia inercia. Por eso la recesión anterior, que se originó en EE UU en el 90-91 (determinando la caída del primer Bush), aquí sólo estalló en el 92-93, iniciando la caída de González. De modo que ahora, cuando el ascenso del segundo Bush ha precipitado el tardío estallido de una recesión ya larvada, cabe imaginar que su impacto sólo nos alcanzará en las próximas elecciones.

Así que no estamos ante un cambio de ciclo político, pues eso sólo lo determinarán los electores (según he argumentado en el número 107 de la revista Claves), sino ante un cambio de clima político, lo que no es poco, y de ahí la pertinencia del metafórico paraguas. Quiero decir que, hasta ahora, lo único que ha cambiado es el clima de opinión, donde podría estar dándose un vuelco de las expectativas, por mucho que las encuestas publicadas por el CIS (ahora dirigido por un hermano del ministro de Hacienda) no lo hayan manifestado hasta el momento. Y el clima de opinión es esencial: tanto para la nueva economía como para la nueva política (democracia 'de audiencia' la ha llamado Bernard Manin), fundadas ambas en el crédito y la confianza que merecen ante el consumidor y el elector, que son los soberanos.

Pues bien, el crédito de la economía virtual se está evaporando, una vez difuminada la fiebre del oro digital que la animó. Y el crédito de la política de Aznar también parece desvanecerse, ahogado en un mar de dudas, incertidumbres, escepticismos y desconfianzas. De poco sirve ahora el paraguas mediático que cubre las espaldas del Gobierno, pues, como demuestran los pánicos financieros, el miedo es libre y muy contagioso. Por eso, cuando las cosas van mal, el público escarmentado siempre las interpreta en sentido contrario a la propaganda oficial. Pero el Gobierno está ciego y no lo percibe, pues como controla la mayoría de la prensa esperando manipular al electorado, carece de canales para escuchar los cambios de la opinión. Y en su lugar sólo atiende a sus oráculos adictos, perdiendo el sentido de la realidad.

Y para plantarle la cara al chaparrón, se diría que Aznar está cayendo en el síndrome de Fujimori, tratando por todos los medios de acumular más poder para someter a los tibios y acallar a los disidentes, inventándose imaginarios conflictos externos que le garanticen la cohesión de su base de poder. Ahora, no contento con perseguir a los nacionalistas y atropellar a los inmigrantes, pretende romper el diálogo social y anular la independencia del poder judicial. Sendero éste que sólo conduce a la autocracia, si unifica bajo sus órdenes a los cuatro poderes del Estado: los dos políticos de nuestro sistema presidencialista y los otros dos de control, mediático y jurisdiccional. Y esto daría una nueva vuelta de tuerca al modelo de democracia instaurado en la transición, ya de por sí proclive a la concentración plebiscitaria del poder.

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