El tresillo incendiado
- 1. La magnitud de la tragedia. Pocas comedias autóctonas ha habido esta temporada, y cuando digo comedias digo comedias cómicas. Quizá me dejo alguna, pero sólo cuento 23 centímetres, de Alberola & García, en el Poliorama, que fue acusada de 'frívola e intrascendente' (suele decirse cuando una función te parte el pecho de risa), y Excuses!, de Joel Joan y Jordi Sánchez, que se ha estrenado en el Romea y va en camino de convertirse en el espectáculo más exitoso de este invierno, ahora que Arte sale de cartel. Con Excuses! me imagino que pasará lo de siempre: el teatro se llenará (ya cuesta encontrar entradas, o sea que vuelvo a insistir en que reserven) y más de uno arrugará el entrecejo hablando de 'fenómeno mediático' porque sus autores/protas triunfan en la tele. (Axioma: La comedia siempre es sospechosa, sobre todo si sus autores / protas triunfan en la tele). Me apresuro, pues, a despejar esa sospecha. Lo que hacen Joel Joan, Jordi Sánchez y Mònica Glaenzel en Excuses!, dirigidos por Pep Anton Gómez, no tiene nada que ver con lo que hacen en Plats bruts. Lo repito por si no ha quedado claro: nada que ver. Hoy día hay que repetir mucho las cosas porque los falsos rumores se convierten en certezas a una velocidad de vértigo. Y en teatro no digamos. El año pasado, por ejemplo, David Selvas (de quien hablaremos en la segunda parte de esta crónica) y Laia Marull hicieron una interpretación antológica en Le polygraphe, de Robert Lepage, en el Mercat. Interpretación sobre la que cayó a plomo el falso rumor de que estaba falta de ensayos. Saltaba a la vista, para quien tuviera ojitos, que su trabajo era un señor trabajo, pero me harté de oír lo de la falta de ensayos. Incluso entre la gente que acababa de verles. Es la misma gente que, tras leer una crítica ditirámbica, te pregunta: 'Venga, dímelo a mí, ahora que no nos oye nadie. ¿De verdad te gustó?'. Lo subrayo: me ha entusiasmado Excuses!
Jordi Sánchez es, en 'Excuses!', el augusto pusilánime. Joel Joan es el 'clown' achulado
La frase que he oído más veces, aplicada a los cómicos de Excuses!, es ésta: 'Se han cortado un traje a su medida'. Sí y no. Sí, en cuanto que Joel Joan y Jordi Sánchez parten de sus dos tipos habituales, ya dibujados en Kràmpack, y desmesurados, en clave de farsa, en Plats bruts. El clown y el augusto. Jordi Sánchez es el augusto pusilánime, maniático, capriano. Joel Joan es el clown achulado, manipulador, verborreico, y en el fondo tan desventurado como su compañero. El primer elemento de Excuses! que se debe destacar, el primer factor de riesgo, es que Joan & Sánchez utilizan esos tipos, a los que su público está acostumbrado, para demolerlos, para ponerlos al desnudo, en una operación similar a la que hizo Jean Eustache con Léaud en La maman et la putain, por ejemplo. Y no hablemos ya del personaje de la castradora Begoña, que interpreta Mònica Glaenzel en las antípodas de su perfil de contraaugusta de Plats bruts. El segundo elemento que se debe destacar, intimísimamente ligado al anterior, es el salvajismo de la propuesta. La semana pasada les decía que Excuses! es puro Ayckbourn, el Ayckbourn más negro y desesperado, el de Absurd person singular o Absent friends, que se desliza de la farsa más o menos costumbrista-vodevilesca hasta el apocalipsis moral según la vieja ley de Murphy: todo lo que pueda ir mal irá a peor. Los que acusaron a Jordi Sánchez de 'excesivamente amable' en su anterior -e igualmente magnífica- comedia, Fum, fum, fum (también en el Romea), aquí se van a quedar a cuadros. Los protagonistas de Excuses! son treintañeros a la deriva, contemplados sin la menor clemencia. Sólo hay un personaje que se salva; el más lúcido, el de la periodista Susanna, interpretado por Teresa Sánchez. Excuses! transcurre durante dos cenas, dos 'cenas de matrimonios', para decirlo en terminología de Alfonso Paso. Un modelo que también hace arrugar cejas: la llamada comedia de tresillo. La diferencia entre Paso y Joan & Sánchez es que aquí al tresillo le prenden fuego. Pasa un año entre la primera cena y la segunda, y más desastre, más caos, más desentendimiento no pueden caber en un comedor. No les voy a contar aquí el argumento ni sus giros constantes. Podría hablar de la habilidad extrema de sus autores para colocar la réplica inesperada, el gesto demoledor. O de invenciones dramáticas tan sencillas y tan brillantes como la del interfono portátil, conectado con el cuarto del bebé (el quinto, y terrible, personaje) durante toda la cena del segundo acto. Pero hay otra cosa que me interesa más.
Me pasó una cosa muy curiosa y muy exaltante viendo Excuses! Una sensación que busqué y no obtuve en L'Orestie de Lavaudant. La energía de la tragedia, que es lo que tiene esta función. Habitualmente, las visiones misantrópicas del mundo no me gustan por absolutistas, por desequilibradas; quizá por eso mis dramaturgos preferidos son Shakespeare y Chéjov. En las tragedias con mayúscula me falta siempre la entrada del fool que le lleva el áspid a Cleopatra, o el juego de cartas que precede al suicidio de Treplev en La gaviota. En Excuses!, la negritud del trazo está compensada, equilibrada, por la inmensa energía de los cuatro intérpretes y la viveza de su observación. El final de Excuses! es una sucesión de patadas en la boca, pero la sensación es de plenitud, de liberación. Catarsis, si se quiere, pero no por el estallido que cierra la obra, sino por la destreza en la tensión continuada que lleva a ese estallido. Esto es muy difícil de conseguir, señores. Que la función acabe abajo y nosotros arriba no pasa todos los días. Belbel y Sánchez lo intentaron en Sóc lletja, otra comedia feroz, rebosante de riesgo, pero al final se te helaba la sonrisa en la boca porque la patada era demasiado bestia. Aquí, el juego de patadas tiene la ligereza alada de, por así decirlo, las grandes heroínas del cine de kung-fu: Maggie Cheung, Angela Mao. O la tríada gloriosa (Díaz / Barrymore / Liu) de la efervescente Los ángeles de Charlie. Mònica Glaenzel, Teresa Sánchez, Joel Joan, Jordi Sánchez: energía actoral en estado puro para la mejor comedia del año. Mucho me extrañaría que apareciera otra candidata a su altura.
- 2. Amantes y otros extraños. El Mercat presenta, hasta el 11 de febrero (les queda una semana para verla), otra comedia de amigos en conflicto, de título imposible, Restes humanes sense identificar i l'autèntica naturalesa de l'amor, del canadiense Brad Fraser, que sonaba mucho mejor cuando fue película, allá por 1992: Love and human remains. La comedia (comedia dramática, con psycho killer incluido) no es que sea la repanocha. Es inteligente, moderadamente intrigante y considerablemente entretenida, que no es poco; pero con temas similares, y enlazo con lo que decía más arriba, Robert Lepage (también canadiense) hizo una virguería, Le polygraphe. Lo mejor de Restes humanes es David, su personaje más carismático y definido: un ex actor de éxito, homosexual, que se gana la vida como camarero, se autodestruye sin prisa pero sin pausa cada noche, y contempla su universo con una notable lucidez. A excepción, como suele pasar, de lo que tiene más cerca de sus narices: el asesino (o asesina) que está diezmando Montreal. Restes humanes es David, y su torturado amigo Bernie (Manel Sans), y su amiga Benita (Carme González), mitad puta sadomaso mitad Sibila, y, vamos bajando en interés, el joven Kane (Oriol Vila), un niño rico que 'aún no se ha encontrado' sexualmente. El nivel de interés de lo que le ocurre a Candy (Montse Germán), la compañera de piso de David, desciende hasta niveles alarmantes: su conflicto amoroso entre Jerri, una lesbiana vehemente (Anabel Moreno), y Robert (Rafa Cruz), un macho idiota y pegón, sólo se sostiene por la posibilidad de que uno de los dos sea (al igual que el resto de personajes) el / la psycho killer en cuestión. Restes humanes es, pues, una obra desequilibrada en sus vectores pero salvada por la entrega de sus intérpretes y la mirada de Manel Dueso. El espectáculo tiene una humanidad de la que carecía la película, empeñada en parecer constantemente cool. En buena parte -al césar lo que es del césar- viene del texto teatral de Brad Fraser, pero en gran medida, diría yo, se debe a la madurez de Dueso; a una mirada mucho más compleja, mucho menos crispada que la de sus primeros trabajos, verbigracia Sara i Simon o Estriptis. Creo que Dueso empezó a enamorarse de sus personajes (o a comprender sus razones, que es lo mismo) en La presa. Dicho de otra manera: sin La presa, sin el Tranvía, no le hubiera salido Restes humanes como le sale. Hay un ritmo eficacísimo, una escenografía inteligente de Xavi García, y un reparto muy bueno, muy ajustado, en el que sobresalen un poliédrico David Selvas, uno de nuestros mejores actores jóvenes, que pasa del dolor a la comedia (y viceversa) en un parpadeo, el naturalísimo Oriol Vila (revelado en el Orfes de Borís Rothenstein), la inquietante Benita de Carme González, y un actor que yo apenas había visto, Manel Sans, que pisa fuerte en el papel de Bernie. No me olvido de Montse Germán porque muestra aquí una humanidad, un calor humano que apenas se insinuaba en sus anteriores trabajos. Sólo por ellos vale la pena ver este espectáculo.
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