La sombra del pasado y la contienda del presente
La cuestión que hoy sorprendentemente se debate en Alemania es si Joschka Fischer puede representar a su país como ministro de Asuntos Exteriores. Muchos se preguntan si una persona que procede de la vanguardia revolucionaria de los setenta, que ha llegado a emplear la violencia en sus enfrentamientos con la policía -el semanario Stern ha publicado una fotografía de 1973 en la que él mismo se reconoce apaleando a un agente que curiosamente se apellida Marx- y al que algunos acusan incluso, aunque Fischer lo niegue, de haber pertenecido a grupos terroristas es la adecuada para ese puesto. Incluso si las más graves acusaciones no son ciertas, en todo caso se ha movido en las cercanías de grupos terroristas, hasta el punto de haber sido recientemente convocado como testigo en el juicio contra un antiguo compañero de lucha, Hans-Joachim Klein, acusado de haber intervenido en 1975 en un atentado en Viena que costó tres vidas.
No pocos aducen que, además de las legales, habría una inhabilitación moral que se prolongaría indefinidamente y que, por tanto, cerraría el paso a la política a individuos con un pasado tan poco edificante. Más allá de los requisitos legales, al político habría que exigirle ejemplaridad moral. En ningún caso podría acceder a la cúspide del Estado de derecho aquel que en algún momento de su vida hubiese recurrido a la violencia. Justamente en un momento en que la violencia ha cambiado de signo y de una violencia que se quería liberadora se extiende hoy en Alemania una agresión de la ultraderecha, represora de los más débiles. ¿Puede aceptarse que la lucha contra los violentos la encarne uno que fue de ese mismo gremio? ¿Acaso puede concebirse que uno de esos cabezas rapadas violentos que golpean, hieren o matan a mendigos y emigrantes pueda 20 años más tarde ser ministro de Asuntos Exteriores?
Éstos son los principales argumentos que se han esgrimido contra Fischer; es patética su debilidad. Me ratifico en la dimensión moral de la política, pero debe tenerse muy en cuenta que las distintas concepciones morales de cada uno no pueden convertirse en ley universal, como a menudo pretende la derecha. La libertad sólo queda protegida si diferenciamos la moral del derecho. La moral de unos impuesta sobre los que no la reconocen como tal es ya el principio de la tiranía. Además, existe el derecho fundamental a equivocarse y, por tanto, a corregirse. Una vida ejemplar no ha de destacar precisamente por la continuidad. Una biografía puede muy bien estar marcada por una serie de rupturas, sin por ello perder necesariamente la ejemplaridad. El que predicó la violencia, quien llegó incluso a emplearla, pero luego reconoció que se había equivocado, que no hay otro camino que el democrático para lograr los fines que pretende, no puede ser discriminado en razón de sus errores anteriores. Que un cabeza rapada violento pueda llegar un día a ministro, me parece muy positivo para él y para el Estado democrático de derecho. Fischer supo distanciarse del terrorismo, asumiendo la fama de 'traidor' y de 'oportunista' que le viene de aquellos tiempos, hasta integrarse en un movimiento pacifista, antinuclear, ecológico, que propugna una renovación democrática desde la base; en fin, el programa de los 'verdes' a comienzos de los ochenta.
En el fondo hay que congratularse de que un viejo revolucionario que un día optó por la violencia se haya convencido de que en política sólo cabe actuar por medios democráticos; las formas son esenciales. Fischer se ha distanciado en numerosas ocasiones de cualquier forma de violencia, y aunque confiesa que estuvo al borde del abismo, no reniega de su pasado revolucionario porque forma parte de la biografía que conduce al demócrata de hoy.
Todas estas cuestiones ya se discutieron en 1985, cuando Joschka Fischer llegó al Gobierno de Hessen. ¿Por qué ha renacido la polémica, esta vez aún con mayor virulencia? Pienso que tiene mucho que ver, por un lado, con la crisis profunda que están pasando los 'verdes', y por otro, por el resurgimiento que, sobre todo entre la juventud, están experimentando los 'liberales', dispuestos a reconquistar el tercer puesto, desplazando a los 'verdes' del Gobierno, posición que ambos necesitan para subsistir. Como cuarto partido parlamentario, sin posibilidad de llegar al poder, uno u otro terminaría por desaparecer.
Los ataques a Fischer sin duda tienen que ver muy directamente con la crisis de un partido pacifista que desde el Gobierno ha participado en una guerra, la de Kosovo; un partido antinuclear que ha conseguido que se cierren las centrales nucleares, pero no antes de 30 años; un partido ecológico cuyos ministros de Sanidad y de Medio Ambiente han ocultado la posible epidemia de las vacas locas. Si en estas condiciones se lograse desbancar al hombre que goza de la mayor popularidad, y no sólo en su partido, estaríamos a las puertas de una coalición social-liberal, que se divisa ya en el horizonte, poco antes o después de las elecciones.
Ignacio Sotelo es catedrático excedente de Sociología.
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