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Tribuna:POBLACIÓN
Tribuna
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La termita demográfica

Los autores plantean la urgencia de incentivar la fecundidad, la acogida de inmigrantes y la productividad

La situación por la que atraviesa la demografía española, con una fecundidad y una mortalidad muy bajas, el envejecimiento y la inmigración crecientes, plantea problemas de futuro que, para ser resueltos, exigirán notables cambios en las mentalidades y en el sistema productivo. El nulo crecimiento demográfico, incluso la disminución de la población, con proporciones crecientes de ancianos y reducción de jóvenes, no podrán ser eludidos mucho tiempo a base de ningún optimismo de los que frecuentemente se expresan con más alegría que rigor. Ni el aumento de inmigrantes ni el de las tasas de actividad femeninas ni siquiera el retraso en la edad de jubilación podrán salvar el bache creado por una demografía que ha horadado ya la pirámide de edades y cuyos efectos más notables se presentarán en el medio plazo.

La creación de empleo puede verse frenada por la insuficiencia de la población en edad laboral

En la década de los ochenta, la población española creció cada año en 190.000 personas, la mitad del crecimiento observado durante la década anterior. En el primer quinquenio de los años noventa, el crecimiento volvió a reducirse a la mitad, y en el último, en 1996-2000, la población española habrá crecido sólo gracias a la inmigración. Estos datos son espectaculares, pero no expresan lo más significativo: la profunda transformación de la estructura por edades. En 1971, el 9,7% de los habitantes de España había cumplido los 65 años. En 1998 ese tramo de edad representaba el 16%. En ese periodo, quienes ya habían cumplido los 80 años, de representar el 1,5% de la población, pasaron al 3,5%. Por otra parte, la proporción de los menores de 15 años evolucionó desde el 27,8% al 15,4%.

La profunda caída de la fecundidad española durante los últimos veinticinco años explica la mayor parte de estos cambios. España ha pasado de tener, en 1975, la fecundidad más elevada de la Europa Comunitaria sólo detrás de Irlanda) a ser, junto con Italia, uno de los países con más baja fecundidad del mundo. Una fecundidad, además, retrasada. En efecto, la fecundidad en mujeres menores de 30 años es en España menos de la mitad que en Inglaterra y poco más de la mitad de la que se observa en Austria o Alemania. Por el contrario, la mortalidad española, que sólo alcanzaba los 34,8 años de esperanza de vida al inicio del siglo XX, actualmente está en torno a los 80 años (75 en los varones y 82,1 en las mujeres), superando ampliamente la media de la UE y concentrándose en edades cada vez más altas, con la lamentable excepción de los accidentes automovilísticos, verdadera plaga juvenil. De mantenerse la situación actual en lo que se refiere a la fecundidad y la mortalidad, y sin ninguna inmigración, España tendría dentro de 50 años una población de 28 millones de habitantes, de los cuales el 39,5 % sobrepasaría los 65 años.

La proporción que representa la población de 65 años y más respecto a la población potencialmente inactiva tiene actualmente un valor de 4,2. Pues bien, mantener este nivel en el año 2050, exigiría alcanzar en esa fecha una población de 160 millones de habitantes, de los cuales el 80% habrían de ser de origen inmigrante. Sólo este dato debería de servir para hacer reflexionar.

La extendida creencia según la cual la demografía es fácilmente reversible nace, a nuestro juicio, de dos semillas principales: 1) el pensamiento económico, 2) el optimismo gubernamental. Semillas que encuentran el campo abonado en la mente humana, siempre dispuesta a subestimar las necesidades futuras.

Keynes, al responder a las críticas que se hicieron a su modelo, acusado de ser válido sólo a corto plazo, pronunció una frase ocurrente: 'A largo plazo... todos muertos'. La interpretación optimista de este aserto funeral deduce que todo es fácilmente reversible, que poco importa el largo plazo. El Gobierno, por su lado, tiende a emitir mensajes universalmente tranquilizadores. 'Había un problema y ya no lo hay', es el paradigma. Del mismo modo, las recientes inscripciones en la Seguridad Social 'van a solucionar' los problemas financieros de las pensiones a largo plazo o, en otro campo, los datos del Padrón continuo que se acaban de hacer públicos con más prisas que tiento (¡ya somos 40 millones!), aunque tengan el vuelo corto, eliminan inquietudes. Al menos, a los poco informados. Pese a los discursos tranquilizadores, a diferencia de la economía, que en el peor de los casos puede provocar una depresión súbita y derribar el edificio (el santo temor a un crack como el de 1929 ha evitado que éste se repitiera), la demografía opera como las termitas. Lenta, tozuda y oscuramente, pero con un poder destructor equiparable al de la dinamita.

'Calculemos y no discutamos', es una recomendación que se atribuye a Leibniz y que parece razonable seguir, al menos en su primera parte. Calculemos, pues, para luego, si es preciso, poder discutir.

Haciendo hipótesis sobre la evolución futura de las variables demográficas, podemos cuantificar lo que nos espera, por ejemplo, dentro de 50 años. Partamos de una mortalidad que mejorará lentamente hasta un límite de 85 y 78,5 años de esperanza de vida en las mujeres y los varones respectivamente. En la fecundidad trabajaremos con dos hipótesis extremas: 1) se mantiene la situación actual, 2) sube hasta alcanzar el nivel de reemplazo, estimado en 2,05 niños por mujer. Añadiremos dos hipótesis intermedias: a) la fecundidad española sube hasta el nivel actual de Francia y el Reino Unido (1,7 hijos por mujer) y b) sube hasta 1,5 hijos por mujer

En cuanto a las inmigraciones, manejaremos dos variantes: 1) 50.000 trabajadores que por el efecto arrastre se convierten en 63.000 personas anuales y 2) el doble, es decir 100.000 trabajadores, equivalentes a 126.000 personas cada año.

En contra de lo que a primera vista pudiera parecer, esta combinación de hipótesis arroja como resultado un abanico de posibilidades relativamente estrecho. En efecto, manteniéndose la fecundidad actual, aún con una inmigración de 63.000 personas cada año, la población disminuiría hasta los 31,3 millones en el año 2050. Aunque la fecundidad creciera hasta el nivel de reemplazo, con la misma inmigración ya señalada, la población no superaría los 39,3 millones, aproximadamente la misma que se estima para este fin de siglo. En el primer caso, el número de personas con los 65 años cumplidos representaría en el año 2050 el 37,2% de la población y el 29,6%, en el segundo.

Respecto a la ratio de capacidad (población de 65 años y más / población potencialmente activa) el abanico final que suministran las distintas hipótesis es corto: con alta fecundidad se llegaría a 1,78 y con el nivel de fecundidad actual a 1,45. Con una fecundidad intermedia (1,7 hijos por mujer) acompañada de una inmigración anual de 126.000 personas, tan sólo se alcanzaría 1,8. Se comprueba que en este relevante asunto ni la recuperación de la fecundidad ni una fuerte inmigración son la panacea que pueda hacer reversible la situación creada por 25 años de caída en picado de la fecundidad española.

Si tomamos una hipótesis intermedia, la población en edad de trabajar (24,1 millones en 1998) se reduciría al final del periodo a 18 millones. Una creciente fecundidad, hasta el nivel de reemplazo, aportaría bien poco: 800.000 personas más y, en todo caso, con una proporción de los mayores de 55 años dentro de la población en edad de trabajar del 30% ya en el año 2035.

A la vista de estos resultados se puede argumentar que no todos los potencialmente activos trabajan en la actualidad, es decir, que las tasas de actividad pueden crecer, que la edad de jubilaciones se puede retrasar, en fin, que hoy existe aún un paro notable. Tomemos estos argumentos en cuenta y supongamos que las tasas de actividad femeninas aumentan, ateniéndonos a un modelo que sería prolijo describir. Supongamos, incluso, que la edad de jubilación se retrasa en cinco años a partir del año 2005. Pues bien, bajo una hipótesis intermedia de evolución poblacional, la situación a la que se llega sigue siendo alarmante: la creación de empleo puede verse frenada por la insuficiencia de población en edad de trabajar. Veamos

En el supuesto de que el crecimiento del empleo se mantuviera al ritmo observado en los últimos años, hasta el 2010, y que a partir de ese año el empleo creciera más moderadamente (un 0,6% anual), si no se retrasa la jubilación, la oferta de trabajo será menor que la demanda a partir del año 2014 y del año 2022, si la jubilación se retrasa. Con todo, lo más llamativo y preocupante de estos escenarios es que el empleo ofrecido llegaría a ser mayor que toda la población en edad de trabajar a partir del año 2035.

Sólo cambios rápidos, positivos y muy notables en a) la fecundidad, b) las inmigraciones, c) la productividad del sistema, o, mejor, todas ellas juntas podrían atemperar el impasse que estos cálculos anuncian.

Incentivar la fecundidad requiere la realización de unas políticas públicas (ayudas familiares, conciliación de la vida laboral y familiar, vivienda, guarderías etc.) que en España, digámoslo piadosamente, están en agraz. ¿Y qué decir de las inmigraciones sometidas a estrechos contingentes? ¿Para cuándo las políticas de acogida? Quizá lo más cómodo consiste en adoptar la actitud de los avestruces, pero no conviene engañarse, esa aparente comodidad puede ser socialmente suicida. Las vigas del edificio están pobladas desde hace ya algún tiempo por la termita demográfica.La situación por la que atraviesa la demografía española, con una fecundidad y una mortalidad muy bajas, el envejecimiento y la inmigración crecientes, plantea problemas de futuro que, para ser resueltos, exigirán notables cambios en las mentalidades y en el sistema productivo. El nulo crecimiento demográfico, incluso la disminución de la población, con proporciones crecientes de ancianos y reducción de jóvenes, no podrán ser eludidos mucho tiempo a base de ningún optimismo de los que frecuentemente se expresan con más alegría que rigor. Ni el aumento de inmigrantes ni el de las tasas de actividad femeninas ni siquiera el retraso en la edad de jubilación podrán salvar el bache creado por una demografía que ha horadado ya la pirámide de edades y cuyos efectos más notables se presentarán en el medio plazo.

En la década de los ochenta, la población española creció cada año en 190.000 personas, la mitad del crecimiento observado durante la década anterior. En el primer quinquenio de los años noventa, el crecimiento volvió a reducirse a la mitad, y en el último, en 1996-2000, la población española habrá crecido sólo gracias a la inmigración. Estos datos son espectaculares, pero no expresan lo más significativo: la profunda transformación de la estructura por edades. En 1971, el 9,7% de los habitantes de España había cumplido los 65 años. En 1998 ese tramo de edad representaba el 16%. En ese periodo, quienes ya habían cumplido los 80 años, de representar el 1,5% de la población, pasaron al 3,5%. Por otra parte, la proporción de los menores de 15 años evolucionó desde el 27,8% al 15,4%.

La profunda caída de la fecundidad española durante los últimos veinticinco años explica la mayor parte de estos cambios. España ha pasado de tener, en 1975, la fecundidad más elevada de la Europa Comunitaria sólo detrás de Irlanda) a ser, junto con Italia, uno de los países con más baja fecundidad del mundo. Una fecundidad, además, retrasada. En efecto, la fecundidad en mujeres menores de 30 años es en España menos de la mitad que en Inglaterra y poco más de la mitad de la que se observa en Austria o Alemania. Por el contrario, la mortalidad española, que sólo alcanzaba los 34,8 años de esperanza de vida al inicio del siglo XX, actualmente está en torno a los 80 años (75 en los varones y 82,1 en las mujeres), superando ampliamente la media de la UE y concentrándose en edades cada vez más altas, con la lamentable excepción de los accidentes automovilísticos, verdadera plaga juvenil. De mantenerse la situación actual en lo que se refiere a la fecundidad y la mortalidad, y sin ninguna inmigración, España tendría dentro de 50 años una población de 28 millones de habitantes, de los cuales el 39,5 % sobrepasaría los 65 años.

La proporción que representa la población de 65 años y más respecto a la población potencialmente inactiva tiene actualmente un valor de 4,2. Pues bien, mantener este nivel en el año 2050, exigiría alcanzar en esa fecha una población de 160 millones de habitantes, de los cuales el 80% habrían de ser de origen inmigrante. Sólo este dato debería de servir para hacer reflexionar.

La extendida creencia según la cual la demografía es fácilmente reversible nace, a nuestro juicio, de dos semillas principales: 1) el pensamiento económico, 2) el optimismo gubernamental. Semillas que encuentran el campo abonado en la mente humana, siempre dispuesta a subestimar las necesidades futuras.

Keynes, al responder a las críticas que se hicieron a su modelo, acusado de ser válido sólo a corto plazo, pronunció una frase ocurrente: 'A largo plazo... todos muertos'. La interpretación optimista de este aserto funeral deduce que todo es fácilmente reversible, que poco importa el largo plazo. El Gobierno, por su lado, tiende a emitir mensajes universalmente tranquilizadores. 'Había un problema y ya no lo hay', es el paradigma. Del mismo modo, las recientes inscripciones en la Seguridad Social 'van a solucionar' los problemas financieros de las pensiones a largo plazo o, en otro campo, los datos del Padrón continuo que se acaban de hacer públicos con más prisas que tiento (¡ya somos 40 millones!), aunque tengan el vuelo corto, eliminan inquietudes. Al menos, a los poco informados. Pese a los discursos tranquilizadores, a diferencia de la economía, que en el peor de los casos puede provocar una depresión súbita y derribar el edificio (el santo temor a un crack como el de 1929 ha evitado que éste se repitiera), la demografía opera como las termitas. Lenta, tozuda y oscuramente, pero con un poder destructor equiparable al de la dinamita.

'Calculemos y no discutamos', es una recomendación que se atribuye a Leibniz y que parece razonable seguir, al menos en su primera parte. Calculemos, pues, para luego, si es preciso, poder discutir.

Haciendo hipótesis sobre la evolución futura de las variables demográficas, podemos cuantificar lo que nos espera, por ejemplo, dentro de 50 años. Partamos de una mortalidad que mejorará lentamente hasta un límite de 85 y 78,5 años de esperanza de vida en las mujeres y los varones respectivamente. En la fecundidad trabajaremos con dos hipótesis extremas: 1) se mantiene la situación actual, 2) sube hasta alcanzar el nivel de reemplazo, estimado en 2,05 niños por mujer. Añadiremos dos hipótesis intermedias: a) la fecundidad española sube hasta el nivel actual de Francia y el Reino Unido (1,7 hijos por mujer) y b) sube hasta 1,5 hijos por mujer

En cuanto a las inmigraciones, manejaremos dos variantes: 1) 50.000 trabajadores que por el efecto arrastre se convierten en 63.000 personas anuales y 2) el doble, es decir 100.000 trabajadores, equivalentes a 126.000 personas cada año.

En contra de lo que a primera vista pudiera parecer, esta combinación de hipótesis arroja como resultado un abanico de posibilidades relativamente estrecho. En efecto, manteniéndose la fecundidad actual, aún con una inmigración de 63.000 personas cada año, la población disminuiría hasta los 31,3 millones en el año 2050. Aunque la fecundidad creciera hasta el nivel de reemplazo, con la misma inmigración ya señalada, la población no superaría los 39,3 millones, aproximadamente la misma que se estima para este fin de siglo. En el primer caso, el número de personas con los 65 años cumplidos representaría en el año 2050 el 37,2% de la población y el 29,6%, en el segundo.

Respecto a la ratio de capacidad (población de 65 años y más / población potencialmente activa) el abanico final que suministran las distintas hipótesis es corto: con alta fecundidad se llegaría a 1,78 y con el nivel de fecundidad actual a 1,45. Con una fecundidad intermedia (1,7 hijos por mujer) acompañada de una inmigración anual de 126.000 personas, tan sólo se alcanzaría 1,8. Se comprueba que en este relevante asunto ni la recuperación de la fecundidad ni una fuerte inmigración son la panacea que pueda hacer reversible la situación creada por 25 años de caída en picado de la fecundidad española.

Si tomamos una hipótesis intermedia, la población en edad de trabajar (24,1 millones en 1998) se reduciría al final del periodo a 18 millones. Una creciente fecundidad, hasta el nivel de reemplazo, aportaría bien poco: 800.000 personas más y, en todo caso, con una proporción de los mayores de 55 años dentro de la población en edad de trabajar del 30% ya en el año 2035.

A la vista de estos resultados se puede argumentar que no todos los potencialmente activos trabajan en la actualidad, es decir, que las tasas de actividad pueden crecer, que la edad de jubilaciones se puede retrasar, en fin, que hoy existe aún un paro notable. Tomemos estos argumentos en cuenta y supongamos que las tasas de actividad femeninas aumentan, ateniéndonos a un modelo que sería prolijo describir. Supongamos, incluso, que la edad de jubilación se retrasa en cinco años a partir del año 2005. Pues bien, bajo una hipótesis intermedia de evolución poblacional, la situación a la que se llega sigue siendo alarmante: la creación de empleo puede verse frenada por la insuficiencia de población en edad de trabajar. Veamos

En el supuesto de que el crecimiento del empleo se mantuviera al ritmo observado en los últimos años, hasta el 2010, y que a partir de ese año el empleo creciera más moderadamente (un 0,6% anual), si no se retrasa la jubilación, la oferta de trabajo será menor que la demanda a partir del año 2014 y del año 2022, si la jubilación se retrasa. Con todo, lo más llamativo y preocupante de estos escenarios es que el empleo ofrecido llegaría a ser mayor que toda la población en edad de trabajar a partir del año 2035.

Sólo cambios rápidos, positivos y muy notables en a) la fecundidad, b) las inmigraciones, c) la productividad del sistema, o, mejor, todas ellas juntas podrían atemperar el impasse que estos cálculos anuncian.

Incentivar la fecundidad requiere la realización de unas políticas públicas (ayudas familiares, conciliación de la vida laboral y familiar, vivienda, guarderías etc.) que en España, digámoslo piadosamente, están en agraz. ¿Y qué decir de las inmigraciones sometidas a estrechos contingentes? ¿Para cuándo las políticas de acogida? Quizá lo más cómodo consiste en adoptar la actitud de los avestruces, pero no conviene engañarse, esa aparente comodidad puede ser socialmente suicida. Las vigas del edificio están pobladas desde hace ya algún tiempo por la termita demográfica.

Juan Antonio Fernández Cordón y Joaquín Leguina son demógrafos por el Instituto de Demografía de la Universidad de París.

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