Pecados
Desde luego que hablar de pecados cuando Marilyn Manson con su ferretería satánica (tan poco original, por otra parte) encabeza las listas de discos más vendidos y no deja de sonar en los programas musicales de radio más casposos es un anacronismo. Hace ya tiempo que los crucifijos forman parte de la imaginería kitsch de medio mundo, desde el cine de Pedro Almodovar al guardarropa de la ya no tan joven Madonna. Pecar no es lo que era. 'Todo lo que me gusta es inmoral, es ilegal o engorda', decía una canción del siglo pasado que a estas alturas empieza a parecer un villancico.
Siete eran los pecados capitales y uno el original. El resto eran rebabas de lo pecaminoso. Pero el pecado predilecto de los guardianes de la fe y la virtud, el rey de los pecados, ha sido y sigue siendo la lujuria. Cuando el temible síndrome de inmunodeficiencia adquirida, conocido en el siglo como sida, hizo acto de presencia en nuestra sociedad, de inmediato escuchamos la científica explicación que daba el Vaticano: la plaga era un castigo a la lujuria humana.
Entre los vascos, poco dados a pecar de cintura para abajo, el pecado capital y autonómico ha sido la gula. Somos especialistas en llegar al orgasmo gastronómico con la ayuda de nuestros afamados cocineros y una buena tarjeta de crédito. Ahora el mal de las vacas locas nos va a privar de uno de nuestros pecados favoritos. Por culpa de la encefalopatía espongiforme bovina y de su variedad humana, la amenazadora e impronunciable enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, los vascos no podremos (eso dicen) disfrutar de una buena chuleta de Berriz con su reglamentario hueso. Lo curioso es que el mundo clerical (hay un mundo clerical lo mismo que hay un mundo cultural, deportivo o político) no haya echado las campanas al vuelo para denunciar el origen del mal que infesta nuestras carnes de vacuno, nuestras chuletas y nuestros filetes. Nadie ha dicho que el pecado que origina este mal sea la codicia humana y el afán desmedido de lucro.
Si en vez de vacas locas fuesen vacas viciosas, no lo duden, cantaría otro gallo con la misma energía que Marilyn Manson.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.